Confieso que el título de este análisis poco o nada tiene que ver con la película que Steven Spielberg tituló hace 20 años Salvar al soldado Ryan y que desde entonces ha servido para enmarcar numerosas historias. Unas más épicas que otras
En la que nos ocupa, ni Pablo Casado ni Pedro Sánchez son aquel James Francis Ryan (Matt Damon) a quien todo un ejército estadounidense busca sin descanso por las costas del occidente francés después de perder a sus hermanos en combate. No es eso.
Pero tanto PP como PSOE, los dos ejércitos más poderosos de la política española, sí han entendido perfectamente que sus líderes están en peligro y que necesitan pasar al ataque si no quieren ver a Albert Rivera aupado otra vez en las encuestas a lomos de la regeneración.
Se pudo constatar este miércoles en la sesión de control al Gobierno en el Congreso, cuando el de Ciudadanos, en un golpe de audacia, cambió su pregunta al presidente del Gobierno para exigirle que haga pública su ya famosa tesis sobre Innovaciones de la diplomacia económica española. Análisis del sector público 2000-2012).
Rivera consiguió torcer el rictus del presidente del Gobierno con un asunto, el de su tesis doctoral, que cada cierto tiempo vuelve al primer plano, y nunca para bien
Rivera extendía así maliciosamente la sospecha de que Sánchez pudiera haber plagiado parte de la misma y le salió políticamente de cine: descolocó al presidente del Gobierno, que veía cómo durante toda la mañana en círculos políticos no se hablaba de otra cosa; mientras decenas de periodistas iban a la Biblioteca de la Universidad Camilo José Cela -¡tuvo que ampliar el horario!- a ver un trabajo doctoral guardado bajo siete llaves y al que solo se accede previa demanda por escrito, uno a uno los peticionarios, sin posibilidad de fotografiar o fotocopiar el trabajo.
De poco le sirvió a la portavoz del Grupo Socialista, Adriana Lastra, tratar de volver a centrar el 'tiro' otra vez en Casado pidiendo su dimisión por el trabajo de fin de máster (TFM), eso ya es mercancía vieja: todo el mundo da por hecho que el líder del PP se los entregará al Tribunal Supremo so pena de cometer un delito de obstrucción a la Justicia, que le llevaría directamente a su casa.
Pero tirar contra un presidente del Gobierno al que se acaba de derribar a una ministra de su máxima confianza es otra cosa, caza mayor. Rivera olió la sangre, llevaba días preparando el ataque y lo ejecutó con precisión. Y cabreó a la bancada socialista con la presidenta del Congreso, la popular Ana Pastor, por permitírselo.
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