Se recomienda extremar las precauciones antes de incurrir en el uso de metáforas porque está comprobado que las carga el diablo. Por eso, cuando el presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, impugnaba la risa que Pedro Sánchez Pérez Castejón dedicaba a sus propias gracietas en el debate de investidura del jueves 16 el y advertía que semejante carcajeo estaba diagnosticado, le cayó encima la mundial, propinada por la claque de los incondicionales de plantilla, siempre solícitos para devolver golpe por golpe esos estímulos. Veamos que la comicidad, fulminante instantáneo de la carcajada sanchista, derivaba de recuperar una frase de Feijóo -la de 'no soy presidente porque no quiero'- que, según Sánchez, habría encumbrado a su antagonista pepero hasta erigirle en "el primer español que renuncia a ser presidente del Gobierno".
Se recomienda extremar las precauciones antes de incurrir en el uso de metáforas porque está comprobado que las carga el diablo
Si del diagnóstico pasáramos a la terapéutica entraríamos en la jurisdicción de los sanadores de los que se ocupa la Materia médica de Dioscórides, cuya traducción por Andrés Laguna a partir de la versión editada en Amberes en 1555 ha rescatado Caja Duero. Ese texto, según señala Bertha M. Gutiérrez Rodilla de la Universidad de Salamanca, precisa que la práctica médica estaba entonces en manos de personas con diferentes formaciones y cometidos, donde junto a los médicos en posesión del título universitario, ejercían otros pertenecientes a las minorías judía y morisca, cirujanos autorizados por el Protomedicato, prácticos reconocidos o tolerados, barberos o sangradores, con tareas bien determinadas.
Existían, además, indicaba nuestra Bertha, otros dos grupos de sanadores. De un lado, los empíricos entre los que figuraban, los algebristas, encargados de las prácticas traumatológicas o de álgebra, entendida como arte de concertar los huesos desencajados o quebrados; los hernistas, que reducían las hernias; los sacadores de piedra o litotomistas, que tenían encomendada la cirugía urológica; los batidores de cataratas u oculistas; los sacamuelas; las parteras, también llamadas comadres o madrinas. De otro, los practicantes de la medicina hechiceril, que unían a los remedios farmacológicos, prácticas manuales y ritos diversos, las desojeadoras o deshechizadoras, encargadas de curar a los maleficiados por el tan frecuente "mal de ojo", “ojeamiento” o “fascinación”.
Por otra parte, in illo tempore, se conocía como conjuradores o nigrománticos a quienes intentaban devolver la salud a los endemoniados y maleficiados. A los ensalmadores se les atribuía el arte de curar con ensalmos u oraciones, en particular, las llagas, heridas, tumores o apostemas; mientras que los saludadores o santiguadores, como se denominaba a los hombres dotados de un poder sobrehumano, no derivado del pacto diabólico, trataban determinadas enfermedades, especialmente la rabia, mediante la saliva o el hálito de su boca. Toda esta multiplicidad de sanadores para aplicaciones específicas podría ser convocada a Moncloa, a Ferraz o a Génova según indicaran los diagnósticos en cada caso. Atentos.
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