Definitiva y desgraciadamente, los datos objetivos demuestran que España tiene sentado al frente del Consejo de Ministros a un enfermo víctima de una grave adicción, la de gastar y gastar. Eso sí, con un dinero que no es suyo lo que agrava el problema, pues somos los demás quienes sufrimos y sufriremos las consecuencias de su vicio compulsivo con un padecimiento en dos vertientes. Una porque desde que gobierna, y para satisfacer su adicción, nos viene aumentando la exigencia impositiva de manera inclemente toda vez que en poco más de cinco años, de mediados de 2018 a finales de 2023, nos ha aumentado la presión fiscal en algo más de un 10% -entre 11% y 12% según los diferentes estudios-. Otra, porque su intensa dependencia adictiva le lleva a disparar compulsivamente el gasto público, provocando que en el mismo periodo 2018-2023, su crecimiento haya superado el 25%.
Sánchez gasta mucho, muchísimo. Sánchez gasta mucho más de lo que ingresa.
Los datos reseñados avalan que se describa la conducta adictiva de Sánchez con dos afirmaciones. Primera, Sánchez gasta mucho, muchísimo. Segunda, Sánchez gasta mucho más de lo que ingresa. Y como consecuencia directa de esto último, los españoles debemos cada vez más, mucho más. Así se observa comprobando que al término de 2023 debíamos 1,57 billones de euros, un 30% más que al finalizar 2018. En realidad, accediendo al reloj de la deuda pública española que informa de cómo crece nuestro endeudamiento segundo a segundo -no recomendable para los que padezcan del corazón- he podido constatar que, al tiempo de escribir estas líneas, la deuda del Reino de España se eleva ya a 1.63 billones de euros. Como en junio de 2018 debíamos 1.19 billones, quiere decirse que la grave adicción de Sánchez ha aumentado nuestra deuda en un 44%. Y lo ha hecho en solo cinco años y medio lo que le convierte en el recordman de la deuda, pues nunca un gobernante español elevó nuestro endeudamiento hasta donde él lo ha llevado y tampoco nunca ninguno lo aumentó tanto en el mismo periodo de tiempo.
Datos camuflados
Siendo preocupante lo expuesto, es aún más grave la actitud de Sánchez que, como tantos y tantos adictos, recurre al autoengaño para negar su adicción e intentar engañar así a los que le rodean. Lo hemos podido comprobar cuando, conocidos los datos que he expuesto, ha reaccionado sacando pecho por su gestión económica. Y lo ha hecho recurriendo a los maquillajes, en realidad manipulaciones, que tan cuidadosamente le preparan sus esforzados fontaneros. Así, en plena campaña electoral gallega y actuando en ella, henchido de orgullo ha declarado el adicto que la ratio gasto público/PIB ha disminuido. Claro, porque en esta fórmula el PIB que se utiliza es el calculado a valores nominales de modo que, inflado el denominador por la inflación acaecida, el porcentaje resultante camufla o disimula el crecimiento del numerador.
Sabido es que negar una adicción en vez de reconocerla constituye el principal escollo para poder superarla de manera que, apañados vamos, mientras Sánchez siga empeñado en autoengañarse, y engañarnos, no se podrá iniciar una terapia normal para superarla. Sucede para más inri que, como también es conocida su afición a la mentira, circunstancia que tampoco reconoce -él mantiene que “solo” cambia de opinión- nos encontramos ante una compleja encrucijada, un auténtico bucle diabólico en el que concatenan las adicciones del enfermo dificultando así su curación.
Lastrar las cuentas públicas
Se me ocurre que ante semejante cuadro clínico solo cabe aplicar una auténtica terapia de choque, una especie de electroshock con el que intentar cortar de raíz al menos las consecuencias colectivas del conglomerado adictivo que padece Sánchez. Y no es otra que una inteligente utilización del voto en las urnas. No supimos verlo así los españoles en el pasado mes de julio y de ahí que la enfermedad y sus corrosivos efectos colectivos hayan seguido expandiéndose desde entonces. La cuestión es que el equipo médico -conjunto de los electores españoles en su globalidad- perciban el estado del enfermo y se decidan por fin a ponerle remedio con la única decisión posible, impedir que el adicto siga dando rienda suelta a su adicción. Así, del mismo modo que los familiares de un drogadicto le internan en una granja antidroga para que la imposibilidad de consumir facilite su desintoxicación, a los españoles nos toca internar a Sánchez en una granja llamada oposición en la que le fuera imposible seguir tirando del gasto público. Se curaría o no de su adicción con ello, pero, cuando menos, su enfermedad dejaría de lastrar las cuentas públicas de nuestra economía.
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