“Luz que medra en la noche, más espesa hace la sombra, y más durable acaso”, así rezan los primeros versos de uno de los sonetos teológicos de Agustín García Calvo y por ahí, tal vez, haya de entenderse el titular a toda plana aparecido en la primera del periódico del martes, según el cual: “Sánchez alumbra la amnistía”. O sea, que estaríamos ante un alumbramiento deslumbrante, histórico, como gustan de adjetivar los argonautas de Moncloa cualquiera de sus acciones. Un prodigio luminoso, tanto más meritorio cuanto que han sido los socialistas quienes lo han protagonizado en exclusiva, al registrar en solitario la proposición de Ley de Amnistía. Momento de observar cómo luz que medra, es decir luz que se acrecienta en la noche, hace la sombra más espesa, vale decir más oscura, y más durable acaso, a consecuencia del contraste con la luz que en su seno está medrando.
Las referencias a la luz, de dar a luz, de alumbrar, están en el principio de la creación del universo narrada por el Génesis. Porque al principio cuando creó Dios los cielos y la tierra. La tierra estaba confusa y vacía y las tinieblas cubrían la faz del abismo, pero el espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas. Dijo Dios: ¡Hágase la luz! y la luz se hizo. En análoga situación confusa y vacía nos encontrábamos también nosotros respecto a la Ley de Amnistía y los acuerdos de acompañamiento suscritos por el PSOE con ERC, Junts, EHBildu, PNV, Sumar, CC. En ese vacío opinábamos en la incertidumbre, sin texto alguno de apoyo. Se sucedían los días de espera y desconcierto hasta que Santos Cerdán, secretario de Organización y número tres del Partido Socialista, pudo abandonar su habitación en el Sofitel de Bruselas para pasar a la saleta del Europarlamento y firmar allí el acuerdo con Puigdemont que nos ha sincronizado con la hora de Waterloo. Así, de las tinieblas exteriores donde era el llanto y el crujir de dientes, hemos accedido a la luz pero no a una luz fría sino a la temperatura del reencuentro propiciada por la lumbre que ha deslumbrado a los desprevenidos.
Se le atiza un estacazo
Contaba el marqués de Moncada en La venganza de don Mendo aquello de: "Ha de antiguo la costumbre,/ mi padre el Barón de Mies,/ de descender de su cumbre/ y cazar aves con lumbre:/ ya sabéis vos cómo es./ En la noche más cerrada/ se toma un farol de hierro/ que tenga la luz tapada,/ se coge una vieja espada/ y una esquila o un cencerro,/ a fin de que al avanzar/ el cazador importuno,/ las aves oigan sonar/ la esquila y puedan pensar/ que es un animal vacuno,/ y en medio de la penumbra,/ cuando al cabo se columbra/ que está cerca el verderol,/ se alumbra, se le deslumbra/ con la lumbre del farol;/ queda el ave temblorosa,/ cautelosa, recelosa,/ y entonces, sin embarazo,/ se le atiza un estacazo,/ se le mata, y a otra cosa”.
Dice don Mendo en su réplica: “No es torpe, no, la invención;/ más un cazador de ley/ no debe hacer tal acción,/ pues oyendo el esquilón/ toman las aves por buey/ a vuestro padre el Barón./”.
Entonces Moncada acaba concediendo en su dúplica: “Es verdad. No había caído.../ Vuestra advertencia es muy justa/ y os agradezco el cumplido.../ ¡El Barón por buey tenido!.../ No me gusta, no me gusta.". Cuidemos de que Sánchez, al alumbrar la amnistía, no nos deslumbre y en esa extrema debilidad se cumpla aquello de ave que vuela a la cazuela.
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