Desde que estrenamos el siglo XXI, en España hemos celebrado casi 50 elecciones; 48 para ser exactos, y si no he contado mal, entre generales, autonómicas, municipales, forales y al Parlamento Europeo. Salvo 2002 y 2013, no hay un solo año en el que los españoles, al menos en una parte del territorio, no hayamos sido llamados a las urnas. Así no hay manera. La fiesta de la democracia, por sobrexplotación, por uso indebido, se ha transformado en uno de los factores que en mayor medida entorpece el correcto funcionamiento de la propia democracia, siempre y cuando compartamos la tesis de que el principal objetivo de este sistema de gobierno -el peor de los diseñados por el hombre exceptuando todos los demás (Churchill)-, es favorecer, y no ralentizar, el bienestar y el progreso de la sociedad a la que sirve.
Uso indebido por inflación; uso indebido por la vocación oportunista de una clase política que, en estos veinte años, solo en contadísimas ocasiones ha optado por utilizar las luces largas; uso indebido porque, demasiado a menudo, la llamada a las urnas ha sido un mero recurso de particular ventajismo alicorto, para nada concordante con los intereses generales de un concreto territorio o del conjunto del país. Un país exhausto, consumido por refriegas partidistas sin fin, incapacitado para el acuerdo por ese estado permanente de confrontación, inutilizadas muchas de sus potencialidades por la vocación okupa del poder de sus dirigentes políticos.
El 4 de mayo de 2021 arranca en Madrid una batalla interminable que continuará en 2022 con las elecciones en Andalucía, en 2023 con municipales, autonómicas y generales, y en 2024 con las vascas y gallegas
Celebradas las elecciones catalanas del 14 de febrero, y constatado el fracaso de las intenciones plebiscitarias del independentismo (que apenas alcanzó el apoyo del 25 por ciento del electorado), se nos ofrecía un espacio de aparente sosiego en el que explorar el territorio abandonado del diálogo y el acuerdo. Casi dos años hasta las elecciones en Andalucía y 28 meses de distancia con las siguientes municipales y autonómicas. Más que aconsejar, el calamitoso contexto sanitario y económico parecía exigir un acercamiento entre los grandes partidos, una rectificación en toda regla de la estrategia de lapidación del adversario que veníamos arrastrando para, a través de acuerdos de país, afrontar unidos la brutal crisis en la que estamos atrapados. Pero no; Pedro Sánchez no estaba por la labor.
Entre darle una oportunidad a un imprescindible pacto de Estado o mantener la ficción de un Gobierno bien avenido que, eso sí, le garantizaba temporalmente el poder, Sánchez eligió lo segundo; entre un Pablo Casado que por el mismo patriotismo que reclama a los demás, no habría tenido otra opción que aceptar la mano que le tendía el presidente de un Gobierno más que nunca necesitado de apoyos transversales, y un Pablo Iglesias que lo único que le aseguraba era la subordinación al nacionalismo, radical o moderado, Sánchez optó por Frankenstein. Pensando, con toda seguridad, que llegado el momento podría dar un giro a su estrategia para acomodarla sin mayor problema a las exigencias de Bruselas. Y fue entonces cuando cometió un error imperdonable; el patinazo que, antes de lo previsto, le puede costar el poder y, sobre todo, elimina cualquier esperanza de abrir un proceso consensuado de reconstrucción del país.
Guerra fratricida
El 10 de marzo de 2021 quedará grabado para siempre en los anales de la estupidez política. La fallida moción de censura que pretendía desalojar al PP del gobierno murciano es un llamativo ejemplo de soberbia política; una mezcla explosiva de arrogancia e ingenuidad cuyas consecuencias aún no estamos en condiciones de evaluar, pero que auguran un nuevo período de inestabilidad y contienda a campo abierto. El 4 de mayo de 2021 arranca en Madrid una batalla interminable que continuará en 2022 con las elecciones en Andalucía, en 2023 con municipales, autonómicas y generales, y en 2024 con las vascas y gallegas. Eso si nadie decide anticipar, cosa muy probable. Lo que seguramente va a reactivar de forma irremediable el 4-M (de hecho ya ha reactivado), al margen del resultado, es una cruenta guerra fratricida por el poder en la que unos y otros jugarán con el calendario sin tener en cuenta las necesidades y urgencias de los ciudadanos.
Si había alguna leve posibilidad de que Gobierno y oposición acercaran posturas en el campo de las reformas pendientes para recuperar algo del crédito perdido en Bruselas, el tobogán electoral puede acabar por arruinarla. Solo si Sánchez y Casado acordaran no mover las elecciones andaluzas de fecha (previstas para diciembre del 22), y así darse una tregua, podría haber alguna esperanza de reconducir una dinámica que hoy por hoy nos conduce a un mayor descrédito como país y nos condena a vivir sufrimientos aumentados. Claro que para eso se tendrían que dar dos condiciones previas: 1) Que de confirmarse el éxito del PP en Madrid, no sea Casado el que ciegue la vía del diálogo, abonándose a la táctica del desgaste del adversario a cualquier precio en un intento de abreviar su acceso al poder; 2) Que Pedro Sánchez descarte definitivamente, en el capítulo de reformas, hacer cualquier concesión de fondo al partido de Iglesias, cuyos postulados están muy lejos de los criterios y exigencias de la Unión Europea.
Sánchez ya casi está fuera de tiempo, y pronto deberá tomar la decisión que, para bien o para mal, va a marcar el resto de la legislatura: o contenta a Podemos o a Bruselas
De momento, como ha explicado en su blog el profesor Jiménez Asensio, en el aparatoso “Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia” no hay rastro de las reformas comprometidas: el documento presentado tiene una “factura más de manifiesto o de instrumento propagandístico que de informe serio (…). La mirada estratégica está casi ausente. Predomina la contingencia y la necesidad inmediata. En clave de poder y de elecciones, que es lo que manda”. En efecto. Nada concreto sobre la reforma de las pensiones o los cambios en la legislación laboral o la profunda transformación que se reclama de las administraciones; nada de nada sobre las instituciones y el compromiso de fortalecer su autonomía. Nada de nada hasta después de 4-M. Veremos después.
A Sánchez se le acaba el tiempo. Pronto habrá de tomar la decisión que para bien o para mal va a marcar el resto de la legislatura: o contenta a Podemos o a Bruselas; o nos enganchamos al tren de Europa o el convoy pasará de largo en España en la próxima década; o condenamos a las nuevas generaciones a un futuro sin expectativas o les damos una oportunidad. Y entre una cosa y otra no hay ni término medio ni Yolanda Díaz que lo remedie. Cuando dimitió, Pablo Iglesias sabía perfectamente lo que hacía, lo que estaba en juego: o su partido es pieza clave para que la izquierda vuelva a gobernar en Madrid, o puede ir recogiendo. Y es que esa es la jugada que está detrás de la elección de un candidato sin pulso como Gabilondo y la imposición a los socialistas madrileños de una campaña diseñada para perder: que la izquierda no sume; que la izquierda Kumbayá pero eficaz de Errejón, y futuro objeto de deseo, ponga de rodillas a Podemos; que Iglesias, con sus siete o diez escaños en la Asamblea de Madrid, sea perfectamente prescindible.
En resumen: lo que interesa a Sánchez es que en los dos próximos años (total solo son dos años), plazo temporal en el que nos vamos a jugar casi todo, sea Ayuso quien gobierne y no una coalición con Iglesias redivivo y tocapelotas. Para así tener las manos libres, para poder cerrar sin condicionantes internos el acuerdo definitivo con la Unión Europea y afrontar sin excesivos contratiempos, con Ciudadanos también en irreversible retroceso, su giro hacia la centralidad.
Cosas veredes, amigo Sancho, que faran fablar las piedras.
Postdata breve: asesores de campaña a cargo del presupuesto
Entrevista a Ángel Gabilondo en El Confidencial:
-P: ¿Iván Redondo participa en la campaña electoral?
-R: Iván Redondo sí es verdad que participa en la campaña electoral, pero que participe en la campaña electoral no quiere decir que decide la campaña electoral, ni que el director de la campaña electoral sea él.
-P: ¿De qué forma participa?
-R: Pues de múltiples formas. Muchas veces, asesorando lo que es mejor, o equipos como los que él tiene y que pueden ayudar… A nosotros nos ayuda mucha gente.
Sin comentarios.
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