Opinión

Sánchez y el bosque de Birnam

Sánchez está por encima del bien y del mal, no conoce ni una cosa ni la otra, porque lo domina algo mucho más potente: la droga dura del poder, que compra a cualquier precio al camello que se lo facilite

Al Julian Sorel de Ferraz le vale todo para permanecer en Moncloa: desde la ganzúa que usó para promover una moción de censura hasta un pacto con el diablo o los diablos que consiga a su paso, ya sea el Rasputín de Galapagar, los mozalbetes de Esquerra o el soberanismo aberzale. A Pedro Sánchez no le quita el sueño Pablo Iglesias, lo que verdaderamente lo desvela es permanecer aferrado al poder. No en vano escribió su Manual de resistencia. Sánchez se limita a aplicar su propio catecismo, hasta el punto de traicionar en un mismo día a Ciudadanos, el PNV y a Bildu, por no hablar de su gabinete entero. 

El asunto es resistir, imponerse por puntos, rebañar apoyos, ganar tiempo. De ahí que Sánchez emplee a las personas, los partidos, las instituciones o las ideas como pañuelos desechables. Usar y tirar. De eso se trata. No es lo mismo un Manual de resistencia dentro de la Moncloa que fuera de ella y él lo sabe. Aunque menguante, al PSOE de Sánchez le vale cualquier acuerdo, incluido el que ha firmado de forma nocturna, obscena, alevosa y de tapadillo con Bildu. Una medida muy del gusto del vicepresidente: la revocación de la reforma laboral, la misma que está en marcha. Moncloa quiere usar de chivo expiatorio a Lastra. Cortarle la cabeza a la chica de los recados no mejorará las cosas.

Sánchez, como Macbeth, ha convencido a sus brujas para que reajusten su futuro, porque Moncloa bien vale una misa o las que hagan falta

Si fuera un secuestrador, Sánchez sería capaz de regatear una recompensa con el rehén ahogado en el maletero. La moral es un complemento para el presidente de Gobierno, algo que puede usar según convenga. Un día amanece 'indepe' y al siguiente constitucionalista, esta semana pacta con unos y la próxima con otros si es necesario. En ocasiones podríamos pensar que gobierna con una güija, pero no es eso, es algo incluso patológico: Sánchez pone la ambición por delante de sí mismo y ella actúa en su lugar.

Sánchez, como Macbeth, ha convencido a sus brujas para que reajusten su futuro, porque Moncloa bien vale un conjuro. Después de despotricar del líder de Podemos, Sánchez lo hizo vicepresidente para continuar en el puesto a costa, eso sí, de tragar. Iglesias es el compadre de los soberanistas, independentistas y demás predicadores secesionistas. Es el encargado de urdir esos apoyos y de ellos tira para resistir en el gobierno.

Como en la profecía que le depara el aquejare a Macbeth, que no será derrotado hasta que El gran bosque de Birnam suba a la colina de Dunsinane, Pedro Sánchez se aferra a la tablilla que haga falta para mantener la corona. La pregunta, si cabe, es quién será su Macduff y cuándo rodará su cabeza tras el espadazo. ¿De quién será el acero que termine decapitándolo? Sánchez está por encima del bien y del mal, no conoce ni una cosa ni la otra, porque lo domina algo mucho más potente: la droga dura del poder, que compra a cualquier precio al camello que se lo facilite.

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