Opinión

Sánchez, una caricatura de gobernante

No era el populismo el gran peligro de nuestra democracia, sino una ambición capaz de retorcer el mediocre y fragmentado sistema parlamentario para asentarse en el poder

No ha sido el populismo, sino Pedro Sánchez. Tantos tratados, ensayos, artículos y discursos alertando del peligro que para la democracia suponían los populistas. Que si las fake news, la posverdad y las mentiras. Unos diciendo que el olvido del Estado del Bienestar había hecho crecer a los “ultras” que querían derribar la democracia liberal. Otros sosteniendo que la reacción a la globalización era el movimiento identitario, de campanario y cateto, que cuestionaba “Europa”. En fin, que sí, pero al final ha sido algo tan humano como la ambición ciega de un presidente del Gobierno.

La estabilidad política de estas últimas décadas se asentó en dos debilidades. Una era aquella que creía que el engorde lento y continuo de los nacionalistas acabaría por dejarles satisfechos. “Más dinero”, decían esos que pensaban que todo el ansia del nacionalismo se reducía a una cifra, a unos millones de euros o, incluso, a un reconocimiento emocional. “Sí, sois diferentes, sois una nación milenaria, étnica, superior pero pisoteada, y ahora, con dinero y competencias, lo vamos a compensar”. Pues no.

Se equivocaron los que pensaban que todo el ansia del nacionalismo se reducía a una cifra, a unos millones de euros o, incluso, a un reconocimiento emocional

También se equivocaron esos que sostenían que todo se trataba de una batalla de relatos, una competición de marketing, un quítame aquí o allá esos eslóganes. Fallaron al creer que era una mera cuestión de palabras, que detrás no había una construcción nacional e institucional con el objetivo de romper la Constitución. Ya sabíamos que el “derecho a decidir” era un eufemismo de “derecho de autodeterminación”, pero no dijimos que en realidad era “derecho de secesión”, de ruptura y segregación.

La segunda debilidad en la que se asentó nuestra democracia fue la de creer en el cierre de filas de los dos grandes partidos para defender el régimen ante cualquier embate. Esta creencia desapareció con el gobierno de Zapatero y el Pacto del Tinell, que llevó al socialismo a lo que es hoy. La lucha interna en el PSOE desde el 2011 al 2016, entre el socialismo democrático y el post-zapaterista, marcó el devenir de toda la situación política española. Rubalcaba orilló en 2014 a los que querían plantear la República; Javier Fernández encabezó la rebelión para sacar a Sánchez en 2016; y ahora apenas son cuatro voces.

La ambición irresponsable de Sánchez para quedarse en el poder a cualquier precio ha pasado por demonizar el artículo 155 y su aplicación, aceptar que un delito tiene una solución política y no penal, apuntar indultos incluso antes del juicio, quitar inversiones en otras regiones -como Canarias o Madrid- para dárselas a la Generalitat, callar ante el escupitajo de un diputado golpista a Borrell, desamparar al juez Llarena , desautorizar la prisión preventiva, obligar a que la Abogacía del Estado retire la acusación de rebelión, señalar a la Policía y Guardia Civil como culpables del 1-O, ocultar las 21 exigencias que Torra le entregó en Pedralbes el 21 de diciembre pasado, y reconocer la soberanía a la otra parte al colocarla en un plano de igualdad con el Estado.

PP y Cs descartan la moción de censura conjunta a pesar de que la felonía es mucho más grave que el motivo por el que fue defenestrado Rajoy en julio de 2018

Es una lástima que los peticionarios de regeneración pasaran por alto la institución clave del sistema: las Cortes y su sistema electoral. Cuando un régimen pensado para un bipartidismo imperfecto se desmorona, ha de cambiarse el método para alcanzar y conservar el gobierno si se quiere estabilidad, así como los instrumentos de control del Ejecutivo. No haberlo hecho, ni siquiera planteado, da la medida de cuán necesaria es una transformación profunda si queremos seguir siendo una democracia liberal.

De hecho, los dos partidos parlamentarios de oposición, PP y Ciudadanos, solo se ponen de acuerdo para convocar una manifestación de protesta. La moción de censura conjunta queda descartada, y eso a pesar de que la felonía es mucho más grave que el motivo por el que fue defenestrado Rajoy en julio de 2018.

No, no era el populismo el gran peligro de nuestra democracia; era una cuestión de ambición, de retorcer un maltrecho sistema parlamentario, fragmentando, mediocre hasta el paroxismo, para asentarse en el poder violando la ley, su espíritu y las instituciones. ¿Qué importa dar al traste con el régimen si se permanece en La Moncloa? Ya escribió Raymond Aron que el político que ansía el poder por el poder en sí, o por vanidad, o por ambición personal, no es más que una caricatura del verdadero gobernante.

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