Si hace exactamente 52 días, o sea el 9 de noviembre, alguien nos dice que España iba a estar como Vozpópuli les está contando este último día del año podrían acusarnos de marcianos, o de habernos convertido en una especie de remedo de Antoñito el fantástico (evitaré hablar de “Antoñita”, y así quedará todo más convencional y acorde a los tiempos líquidos que vivimos).
Si hace 52 días nos aseguran que el último día del año España seguiría sin un Gobierno en toda regla capaz de acometer, o al menos de empezar una legislatura; si hace casi dos meses nos dicen que el último día del año los españoles estaríamos pendientes de lo que fuera a hacer el llamado Consell nacional de ERC, un organismo que nos resulta tan antipático como extraño, alguien con buen criterio diría que hemos perdido el juicio. Y tendría razón. Pero esto es España, y en lo político somos un país de cabreros, instalados siempre en la víspera de inventar algo, lo que sea, sin reparar en que hay situaciones, y estamos ante una de ellas, que si fallan no tienen repuesto.
Ya digo, pendientes de un hilo todos, con el Gobierno en funciones a la cabeza, a ver si el llamado Consell alumbra, como la montaña, un ratón o pone a andar al mismo Frankenstein. Y por cierto, que los del llamado Consell tienen al menos la suerte de aprobar el texto que favorezca la investidura conociendo el contenido, algo que los militantes del PSOE -¿dónde está Juan Carlos Rodríguez Ibarra y sus amenazas?-, aprobaron sin saber absolutamente nada del trato. Y escribo trato, si, que así es como se cerraba la compra venta de animales antiguamente. Y en una operación parecida estamos. Como tratantes, sin papeles, sin que nadie se entere cuánto vale la mula, que ya nos apañaremos entre los dos.
Por eso tengo, no la impresión sino la seguridad, de que desde el 11 de noviembre todos estamos escribiendo el mismo artículo y ustedes leyendo el mismo texto
Para mí, como para el resto de compañeros que aquí compartimos opinión con ustedes, resulta agotador buscar palabras que expresen con exactitud lo que está sucediendo. Por eso tengo, no la impresión, la seguridad, de que desde el 11 de noviembre estamos escribiendo el mismo artículo y ustedes leyendo el mismo texto. Algo debe tener la política española que hace que no cunda el desanimo entre nosotros, por muy estrambótica que sea la situación.
Nunca imaginé que el último día del año estaría clamando porque esto acabe. Que haya un gobierno cuanto antes. Que empiecen a trabajar y comience la función. Al menos finalizará este siniestro espectáculo en el que reina la opacidad de los que negocian en nombre de una militancia que dio un permiso sin saber si íbamos al matadero o a dar un paseo por el Retiro. Y en nombre de una votancia que creyó a Pedro Sánchez cuando decía todo aquello de que con Podemos no dormiría, y que el tenía unos principios que le hacían recelar con los separatistas, y que prohibiría los referéndums y bla, bla, bla. Pamplinas. Pobres votantes socialistas, ¿qué dicen que votaron el día 10 de noviembre?
Que finalice ya este modo ruin -o “ruiz”, que le dijo Rajoy a Sánchez en un debate-, por parte de un presidente en funciones dedicado a tiempo completo al poder sin más contemplaciones. Cuanto antes termine ésto, mejor, a fin de cuentas demostrado queda que el llamado a gobernar es persona poco delicada con los principios, escaso de fortaleza con la moral política y absolutamente desafecto al repulgo. No busquemos pelo al huevo. Hay lo que hay. Y no es sólo culpa del doctor Sánchez. La clase política española es poco honesta e inteligente, que de ambos casos hay causa probada. Pero la ciudadanía es perezosa y complaciente.
Si nos olvidamos del valor de la verdad y las promesas, y es mucho olvidar, Pedro y Pablo, PSOE y Podemos, tienen derecho a hacer con sus votos lo que consideren conveniente. Podrá no gustar que Iglesias sea vicepresidente y su mujer ministra. Podrá parecernos indeseable que Alberto Garzón, un político aburguesado con un pie en el papel cuché, que ha escrito un libro titulado Por qué soy comunista, sea finalmente ministro de España y prometa su cargo ante Felipe VI. (Por cierto Garzón podría regalar y dedicar al monarca otro de sus panfletos titulado La Tercera República).
El Gobierno de coalición tiene su lógica, su sentido por mucho que dé miedo a algunos ciudadanos instalados en la moderación y la costumbre. Lo que no tiene explicación es la dependencia ya crónica de Sánchez con los separatistas catalanes de ERC, un partido con su líder encarcelado por sedicioso y malversador, y que desde una celda mueve los hilos en esta hora de España. Es muy edificante ver a tu Gobierno de tratos con un delincuente. Mucho. Para que tomen nota las nuevas generaciones de dónde están los límites de la legalidad y el decoro político.
Acaba el año, y tengo para mí que las cosas aún no han terminado de empequeñecerse, que es una forma como otra cualquiera de escribir que van a ir a peor. Lo creo sinceramente. No espero nada de los políticos actuales. Me molesta tanto el juego sucio de Sánchez como la calculada inacción y conformismo de Casado. Tampoco espero señales de la ciudadanía, a la que pertenezco. Nunca en la reciente historia de España fue tan convencional y retórica. Nunca tan indiferente. Nunca tuvo estas inmensas tragaderas, falta de análisis y de sentido crítico. Así es, si así os parece, que escribió Pirandello.
Y mientras tanto en 2020 seguiremos entretenidos buscando pelo al huevo y perdiendo el tiempo en herrar mosquitos. Los parados, los pensionistas, los autónomos, los jóvenes graduados, los dependientes pueden esperar. Todos hicieron su trabajo y ya votaron.
Feliz año 2020. El consabido “próspero” me lo reservo para el próximo. Y ya veremos.
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