Opinión

Los Ceausescu

En los currículums académicos de Elena Ceaușescu (de soltera Petreșcu) y de Begoña Gómez, existen similitudes dignas de mención. Nacida de familia humilde en Petresti, un pueblo rumano situado al nor

En los currículums académicos de Elena Ceaușescu (de soltera Petreșcu) y de Begoña Gómez, existen similitudes dignas de mención. Nacida de familia humilde en Petresti, un pueblo rumano situado al noroeste de la capital, la futura esposa de Nicolae Ceausescu completó apenas dos cursos de la carrera de Químicas en la universidad de Bucarest, estudios que abandonó para dedicarse a trabajar, lo que no fue obstáculo para que el régimen comunista le otorgara su licenciatura con posterioridad. En 1970, ya en pleno reinado de su marido, Elena defendió su tesis a puerta cerrada y sin admitir preguntas, un proceso tan anómalo que provocó el despido de algunos docentes de prestigio que se opusieron a la cacicada, y la obligación posterior de otros a admitirla como coautora de sus obras y publicaciones. En plena dictadura, Elena fue colmada de honores académicos y doctorados honoris causae, algunos de reconocidas universidades extranjeras. La realidad es que, lejos de ser una brillante investigadora de fama mundial, Elena apenas sí podía comprender las fórmulas más básicas del recetario químico. Uno de los mayores propulsores de sus presuntos trabajos científicos fue Pergamon Press, la conocida editorial propiedad del polémico Robert Maxwell. Tras la caída del régimen, muchos de esos honores internacionales le fueron revocados, no obstante lo cual tanto la Universidad de Londres como la Royal Society siguen negándose a reexaminar los que en su día le otorgaron. Como todo dictador que se precie, Nicolae Ceausescu no se conformaba con acumular dinero y siervos, sino que ansiaba el reconocimiento dentro y fuera de las fronteras rumanas para él y su compañera. Al final, el abultado currículo de Elena fabricado por el régimen de su marido no era más que una larga sarta de mentiras.

De María Begoña Gómez Fernández (Bilbao, 1975), casada en 2006 con Pedro Sánchez, se saben muy pocas cosas. Que es hija de Sabiniano Gómez, quien, junto a sus hermanos, explotó durante años un floreciente negocio de saunas gay en Madrid, y que pasó su infancia en Valderas, León. Que se licenció en marketing en la escuela ESIC de Madrid (un centro privado adscrito a la Universidad Rey Juan Carlos), aunque el ESIC nunca ha querido aclarar los años en los que estudió y la titulación que obtuvo, y si en realidad cursó después uno o dos masters (parece difícil cursar un master sin licenciatura previa). Que desde 1999 trabajó en Task Force, empresa dedicada a la búsqueda de donativos para financiar ONGs (Greenpeace, Oxfam Intermón), luego absorbida por Inmark Europa. Como directora de Consultoría, la labor de Begoña consistía en reclutar personal capaz de buscar pasta para las ONGs citadas. Que en 2018, coincidiendo con el salto a la fama de su maridito, pasó a dirigir el “Africa Center” del Instituto de Empresa (“no ha traído un duro a esta casa”), y que tras su salida del IE, su marido, el Ceausescu español, le buscó una cátedra, sin titulación universitaria alguna, en la Complutense, sobre “Transformación Social Competitiva” (átenme esa mosca por el rabo).

De lo que no cabe duda es de que Begoña Gómez es una experta en eso que llaman “Fundraising Público y Privado”, algo que, en román paladino, equivale a decir que sabe muy bien cómo levantar dinero ajeno

En realidad no hay forma humana de encontrar en la red un mínimo currículum de la señora del presidente del Gobierno de España. No cuenta con entrada en la Wikipedia. No hay rastro en internet de la esposa de Sánchez, sin duda porque alguien se ha ocupado a conciencia de borrar su huella digital. Algunas fuentes hablan de que no logró su titulación en Marketing en el ESIC, sino en un centro privado madrileño llamado M&B Escuela Superior, que expide títulos no homologados oficialmente. De lo que no cabe duda es de que Begoña Gómez es una experta en eso que llaman “Fundraising Público y Privado”, algo que, en román paladino, equivale a decir que sabe muy bien cómo levantar dinero ajeno, cómo buscar pasta para propios (primero) y extraños (después), una ocupación que, en un país básicamente corrupto como este, no debe resultar muy dificultosa cuando una comparte cama con el presidente del Gobierno.

En realidad es un disparate político que a estas alturas Pedro Sánchez siga en Moncloa y su señora esposa continúe en la Complutense, tras el soberbio escándalo provocado por el descubrimiento de que su sueldo en el IE no lo pagó el IE sino Javier Hidalgo, dueño del grupo Globalia, uno de cuyos activos es Air Europa, aerolínea a la que el Gobierno Sánchez rescató de la quiebra con algo más de mil millones entre el rescate propiamente dicho, créditos ICO y demás, decisión adoptada en Consejo de Ministros en sesión en la que Sánchez no se abstuvo, para qué, como hubiera sido su obligación. En cualquier país democrático un escándalo de estas características hubiera provocado la caída automática del Gobierno y la convocatoria de elecciones generales. Al lado de casa tenemos el caso paradigmático de Portugal, una democracia, esta sí, donde el mismo día que la policía judicial detuvo al jefe de gabinete del primer ministro, Antonio Costa, acusado de graves delitos de corrupción, ese mismo día, esa misma mañana, dimitió Costa, media hora después de que el presidente de la República, Rebelo de Sousa, le llamara a capítulo al Palacio de Belém. En una democracia tan poco glamurosa como Perú, 6 de los 18 ministros –el de Interior entre ellos- del Gobierno que preside Dina Boluarte presentaron esta semana su dimisión, en medio de una investigación judicial contra la propia Boluarte por presunto enriquecimiento ilícito vinculado a la colección de relojes que la dama posee, sin que sobre Lima hayan llovido Rolex del cielo.

En cualquier país democrático un escándalo de estas características hubiera provocado la caída automática del Gobierno y la convocatoria de elecciones generales

La puntilla a nuestros Ceuasescu se la proporcionó el lunes el diario El Confidencial cuando sacó a la luz que la señora de Sánchez firmó una carta de apoyo a una UTE que licitó a un contrato de 7,7 millones del Ministerio de Economía y que acabó llevándose. Uno de los principales accionistas de la UTE ganadora es el empresario Carlos Barrabés, que participó en el “acercamiento” de Begoña a Hidalgo en 2019 y que, posteriormente, ha diseñado los contenidos del máster en Transformación Social Competitiva que la doña dirige en la Complutense, porque Begoña, como Elena Ceaucescu, no es capaz de llenar de garabatos un folio en blanco. De hecho, la sintaxis de la carta y las dificultades que exhibe a la hora de respetar eso que se llama “concordancia gramatical”, parecen indicar que la dama dedicó su infancia en Valderas a comer bacalao más que a estudiar la gramática castellana. El caso es que la carta sirvió a Barrabás y sus socios para llevarse la adjudicación por la mínima frente a la competencia. Luego hemos sabido que Begoña firmó una segunda misiva del mismo tenor para otro proyecto similar. Lo extraordinario, lo revelador del caso, es el desparpajo con el que planta su firma y rúbrica a pie de página, testimonio de la abisal confianza que debe asistirle sobre la impunidad de sus actos en esta España corroída por la corrupción, Begoña Gómez, con un par, esposa de quien vos sabéis, siguiendo el ejemplo del ex juez Baltasar Garzón, expulsado de la carrera por corrupto, cuando pedía pasta al banquero Emilio Botín, firmado Baltasar Garzón Real, magistrado juez de la Audiencia Nacional, por si Botín no se hubiera percatado.     

Si los hechos son como parecen, lo que parece es que los Ceausescu hispanos se han dedicado a los negocios al por mayor, se han empleado a fondo en hacerse un buen colchón, y lo dramático del caso es que no hay forma humana no ya de echarlos, algo que debería ser automático si los padres de la Constitución hubieran previsto en la misma los mecanismos necesarios para desalojar de la presidencia a cualquier protodelincuente aspirante a la misma, sino de enviarlos al banquillo, el único lugar en el que merecen sentarse. Pero están finiquitados. Están muertos y lo saben. El aprendiz de sátrapa lo sabe tan bien que al día siguiente de volver de Arabia Saudita de inclinar la testuz ante ese modelo de Príncipe a lo Maquiavelo o a lo Gracián que es Mohamed bin Salmán, que a punto estuvo el mozo de romperse la cervical por la contundencia del cabezazo, corrió raudo al Valle de los Caídos para una nueva performance con Franco, el general al que la PSOE no inquietó lo más mínimo durante los 40 años de dictadura, y con los huesos de los caídos del banco nacional asesinados por republicanos, que esos fueron los que el bobo solemne contempló. Lo hace no tanto por el deseo de provocar una vez más a esa mitad larga de España que le detesta, sino como un intento desesperado de mantener tensionada y movilizada a su base electoral, a esa izquierda radical que le apoya y que en un momento dado podría sentirse abochornada con lo de Begoña, a ese PSOE que controla, como Nicolae controlaba al PC rumano, con mano de hierro, pero que, como le pasó a Nicolae, podría ser al final el único que acabe con él, porque puede que a Sánchez solo lo echen los suyos.

Lo hace no tanto por el deseo de provocar una vez más a esa mitad larga de España que le detesta, sino como un intento desesperado de mantener tensionada y movilizada a su base electoral

Vistos, sobre todo, los escrúpulos mostrados por los Feijóo con la señora de Sánchez. Después de varias semanas con el foco puesto en la dama y en su comparecencia ante la comisión de investigación del Senado, el líder del PP ha afirmado que “no le gusta” la idea, porque ese “no es mi estilo ni mi forma de hacer política”. Oiga, señor mío, este no es un asunto que tenga que ver con usted, ciudadano Alberto Núñez Feijóo, sino con un partido que representa a millones de españoles de centroderecha deseosos de que la Justicia tome cartas en un caso que luce tan abrasadores indicios de corrupción. Es cierto que serán los jueces quienes califiquen jurídicamente los hechos, pero son los españoles honrados los obligados a denunciarlos. Y la suya, la de llevar el caso directamente al juzgado de guardia. Esos millones de españoles que votan PP y que han sido traicionados reiteradamente por el PP, un partido que tiene contraída una deuda impagable con esa España de clases medias sedicentemente liberal. Tan cerca como este jueves, el diario El Mundo aludía (“Cómo Hitler pasó de político desahuciado a dictador absoluto en sólo seis meses”) al reciente libro del historiador norteamericano Timothy W. Ryback, según el cual el líder nazi no tomó el poder en Alemania en 1932, sino que se lo entregaron. Los paralelismos con lo ocurrido en España en mayo/junio de 2018 son deslumbrantes. Pedro Sánchez no llegó al poder tras unas elecciones: se lo regaló Mariano Rajoy, se lo sirvió en bandeja el traidor a cambio de que la izquierda le perdonara la vida y se olvidara de él.

Pedro Sánchez no llegó al poder tras unas elecciones: se lo regaló Mariano Rajoy, se lo sirvió en bandeja el traidor a cambio de que la izquierda le perdonara la vida

¿Pretende Feijóo reeditar lo peor del rajoyismo seis años después? ¿No han aprendido en Génova ninguna lección de lo ocurrido en 2018? ¿Sabe el PP con quién se está jugando los cuartos? El también historiador Jordi Canal aseguraba ayer que “Feijóo no ha acabado de entender bien cuál es el problema en Cataluña” y uno piensa que posiblemente tampoco ha entendido el de España entera, al menos no en toda su trágica dimensión. La transición está muerta y en su legado hay muy poco (la convivencia, tal vez, importante) que sirva para el futuro. Ya no vale una Constitución que ha dejado al Estado inerme para repeler la agresión de un salteador de caminos aliado con los peores enemigos de la nación de ciudadanos libres e iguales. El problema no es si en Junts hay tres o cuatro tipos decentes con los que se puede hablar, o si quedan mil socialistas capaces de avergonzarse de Sánchez; el problema es que hay que replantear desde la raíz el futuro de España si queremos un país libre, próspero y seguro, con radical separación de poderes, con contrapesos efectivos capaces de atar en corto al poder; el problema es que hay que meterle mano no solo a la ley electoral, sino al funcionamiento de unos partidos reñidos con cualquier práctica democrática; es que hay que acabar con la obscena partitocracia que no ha traído hasta el muladar en que hoy nos hallamos. El problema, en fin, es que estamos abocados a poner en marcha una auténtica revolución democrática. Ese es el reto.

Y mientras tanto, nuestro Chauchescu en versión chorizo de Cantimpalos seguirá a lo suyo, convencido, a pesar del horizonte electoral que se le viene encima, de estar a punto de vencer los últimos obstáculos para perpetuarse en el poder, haciendo acopio de fondos detraídos de la financiación autonómica con los que ocupar Telefónica en la esperanza de hacerse inmensamente rico, presionando en Bruselas a los Reynders de turno para que terminen de vencer las últimas resistencias del pusilánime PP, de forma que en Génova accedan a la renovación definitiva del CGPJ, con lo cual Feijóo terminaría de convertir a Sánchez en dictador vitalicio, como el mariscal Hindenburg terminó por convertir a Hitler en amo de Alemania en 1933. Seguirá aferrado al poder hasta el final y está por ver si consentirá en dejarlo incluso en caso de ser derrotado en las urnas. Asediado como está y contra las cuerdas, se jugará su futuro de dictador hasta el último minuto, proclamando su autoridad como aquel matrimonio Ceuacescu que en el instante mismo de su ejecución reclamaba obediencia al pelotón de fusilamiento.

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