“¿Sabes que te tienes que ir, ¿no?”, contaron en su día las crónicas que le espetó Pedro Sánchez a José Luis Ábalos cuando le comunicó su cese. Va a hacer un año. Al entonces número 2 del PSOE lo mató Delcy Rodríguez. Mejor dicho, la vicepresidenta de Venezuela fue quien apretó el gatillo, pero quien lo mandó al aeropuerto, o sea, al cadalso, fue Sánchez. A Ábalos le pudieron grabar su conversación con Rodríguez. O no. Poco importa. Esa noche, sin saberlo, Ábalos vendió su alma y su futuro político a Nicolás Maduro.
Sánchez no echó a José Luis Ábalos por lo que el todavía ministro pudiera haber dicho en la madrugada del 20 de enero de 2020 en una sala Vip de Barajas. Lo echó, entre otras plausibles causas, porque a partir de ese momento aquella conversación, convenientemente “enriquecida” por el régimen chavista, y filtrada en lugar y contexto adecuados, era una bomba de relojería que le podía estallar a Sánchez en el momento menos oportuno; un proyecto de chantaje cuyos potenciales efectos decidió minimizar preventivamente, como era natural, el presidente del Gobierno.
En mayo de 2021, alguien que compró el programa Pegasus, de acceso reservado, dicen, a los gobiernos, robó 2,6 gigas y 130 megas del móvil de Pedro Sánchez. Eso equivale a unos 35.000 documentos de Word, 7.500 PDF o 1.500 fotos de alta resolución. Hoy, más de un año después, nadie ha descartado de manera oficial, la única aceptable, que en ese material no se esconda la respuesta a la pregunta del millón: por qué Sánchez ha convertido en un amenazador campo de minas una parcela altamente sensible de nuestra política exterior.
Aquí montamos comisiones de investigación en el Parlamento por cualquier sandez, pero miramos para otro lado si de lo que se trata es de descartar que la Presidencia del Gobierno pueda estar siendo objeto de extorsión
En las últimas horas, “fuentes del CNI” (sic) han filtrado que se ha descartado (sic) que Marruecos haya podido extorsionar al Gobierno con los datos sustraídos de los móviles “hackeados”. Ya estaban tardando. Ahora se entiende mejor el cese de Paz Esteban, anterior directora del Centro Nacional de Inteligencia. En todo caso, obsérvese el matiz: “extorsionar al Gobierno”, no al presidente del Gobierno. ¿En esos 2,6 gigas solo había fotos del presidente corriendo con su perrita por los jardines de Moncloa?
El CNI y ‘Turca’
Al desvelar Félix Bolaños, en contra de la más básica prudencia -la que aplican en estos casos los países civilizados-, el éxito del “hackeo” del teléfono presidencial, y presentar denuncia en los tribunales, ¿qué es lo que en el fondo se pretendía?: ¿simplemente justificar la destitución de Esteban o quizá proporcionar al afectado un mecanismo de respuesta y de neutralización de posibles revelaciones y/o de blindaje frente a teóricas consecuencias judiciales? ¿No es ya hora de que el presidente del Gobierno se deje de filtraciones interesadas y diga solemnemente que no hay la menor relación entre el pirateo de su móvil y su cambio de postura en el asunto del Sahara? ¿Por qué no lo hace y sigue así dando pábulo a la sospecha razonable de que sus temores pueden costarnos muy caro a los españoles?
Pedro Sánchez es, como lo fue Ábalos, una bomba de relojería, un presidente bajo sospecha que tiene afectada su credibilidad y, lo que es peor, seriamente cuestionada su idoneidad para el cargo mientras no medie esclarecimiento convincente de las razones que le llevaron a quebrar, unilateral y bruscamente, la política de neutralidad en el conflicto entre Marruecos y Argelia. En Estados Unidos sería impensable que un episodio como este, en el que se ha llegado a cuestionar la independencia de criterio del jefe de Gobierno, se despachara con el silencio. En la Europa más transparente y democrática, el primer ministro de turno se vería obligado a dar muchas explicaciones o, alternativamente, irse a su casa. Aquí no. Aquí montamos comisiones de investigación en el Parlamento por cualquier sandez, pero miramos para otro lado si de lo que se trata es ni más ni menos que de descartar que la Presidencia del Gobierno pueda estar siendo objeto de extorsión.
Fuentes del CNI (sic) han descartado (sic) que Marruecos haya podido extorsionar al Gobierno con los datos sustraídos de los móviles ‘hackeados’. Ahora se entiende mejor el cese de Paz Esteban
Hay principios que debieran ser infranqueables para una sociedad que se respeta a sí misma. Quizá sea ese el problema. Nuestro problema. Sánchez seguirá su camino: cambiará el Gobierno cuando le convenga (a él, no al país), y lo llenará de peones incapaces de llevarle la contraria; sacrificará a quien tenga que sacrificar para tapar el fracaso en Andalucía, sabedor como es de que nadie dentro de su partido, nadie, le alzará la voz. Tampoco demasiado los de fuera (la pasividad de la Oposición es llamativa). Probablemente, porque lo cómodo es creerse lo que dicen “fuentes del CNI” (sic): que en esos 2,6 gigas solo había fotos de la perrita. Turca. Se llama Turca.
La postdata: Thatcher y la inflación
Uno de los capítulos más brillantes de The Crown, temporada cuatro, es ese en el que la primera ministra, Margaret Thatcher, invitada por la reina Isabel, acude con su marido al Castillo de Balmoral con la intención de pasar un agradable y veraniego fin de semana. Vano intento. Entre la lluvia insistente, el rígido protocolo que impone la familia real y las noticias que recibe a cuentagotas de Londres, que van poco a poco confirmando la rebelión de una parte de su Gabinete, Thatcher pasa unos días infames. Hasta que no aguanta más y decide regresar precipitadamente al 10 de Downing Street para afrontar el levantamiento de unos ministros aterrorizados ante las consecuencias de las reformas que la Dama de Hierro tiene en mente.
La serie, para hacer más atractiva la ficción, mezcla libremente hechos y fechas, pero no desdibuja la personalidad de una de las figuras políticas más relevantes, en Gran Bretaña y en Europa, de la segunda mitad del siglo XX. Thatcher, como antes lo hiciera el socialdemócrata Willy Brandt en Alemania, enfrentó extraordinarias dificultades, dentro y fuera de su partido, para llevar a cabo las reformas inaplazables que exigía una economía anclada en el pasado. A riesgo de su popularidad y de su cargo. En sus memorias, la ya ex premier desvela algunas de las que entonces, finales de los 70, eran sus principales preocupaciones: “…el crecimiento de las reivindicaciones salariales del sector público a que daban lugar la inflación, la prepotencia de los sindicatos y la sobredimensión del funcionariado” (Los años de Downing Street. El País Aguilar. Página 58). Han pasado más de 40 años. No comments.
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