Pedro Sánchez ha desenfundado el trabuco y, en un solo día, ha armado el descomunal estropicio. Algunos espíritus pazguatos confiaban en que la Justicia ejerciera, en última instancia, el papel de freno a este Gobierno despótico. Sánchez también lo sospechó, de ahí que, en un movimiento sin precedentes, alejado del mínimo respeto a la división de poderes y al espíritu constitucional, colocó al frente de la Fiscalía General del Estado a la persona que le garantizaría la tranquilidad interna y la agitación externa. Es decir, bonanza en los Tribunales para su Persona y pavorosos vendavales para el enemigo. Sacó a Dolores Delgado del Ministerio del Interior y, en horas veinticuatro, sin solución de continuidad y, sin tiempo apenas para tomar resuello como civil, la encabalgó al frente del ministerio público. A ver, ¿de quién depende la Fiscalía? Pues eso.
"Así se hacen las cosas, nosotros fuimos unos ingenuos", comentan en el PP, espeluznados ante la arremetida del lunes. "Gallardón, cuando ocupó la cartera de Justicia, no fue capaz de mover a un fiscal, de orientar a un juez, de afinar una sentencia", añaden. O sea, de hacer política. Así les fue. Una sentencia enmarañada y tramposa sobre un asunto menor tumbó al partido y derribó a Rajoy.
La máquina de triturar a la derecha se ha reactivado. Resulta que la 'nueva normalidad' era esto, el acelerón de la degollina. Tres estruendosos bombazos de la Fiscalía, bien sincronizados y ejecutados, han hecho temblar temblar los cimientos del Estado. Un asalto frontal a la Justicia, un anuncio de que la demolición del edifico constitucional ya ha empezado.
El primero es un generoso favor a los golpistas catalanes. Se expulsa de la Guardia Civil al coronel Pérez de los Cobos y se abre la puerta para eximir de la pena de prisión al mayor Trapero, responsable militar de la asonada independentista. El segundo arremete contra la estabilidad de la Corona en la persona del Rey 'Emérito' y los oscuros trapicheos del AVE a la Meca. Y finalmente, el intento de archivo del 8-M, la causa de los 50.000 muertos, el asunto que podría poner en serios aprietos penales no sólo al delegado del Gobierno en Madrid, sino a Fernando Simón, Salvador Illa, Iglesias y al propio presidente.
El Rey padre, a dos pasos banquillo. Estrépito en los medios, Corinas, Villarejos, jeques y un panorama de mordidas entre las dunas del desierto. La labor de Felipe VI, tirada por tierra
La fiscal Delgado se ha movido con diligencia y eficacia. Para eso la nombraron. 'Éxito asegurado'. Sánchez demostró que está dispuesto a todo. Y su fiscal Lola, mano derecha del juez Garzón, no falla. Tres disparos en la cabeza del Estado de dferecho antes de asentarse en el cargo. Tres balazos de los que tumban a un paquidermo. La unidad nacional, la cúpula de la Monarquía y los caídos en la pandemia.
Previsible era el favor de Trapero, una vez aliviados los golpistas por la sentencia del Tribunal Supremo. Pero no tan generoso. Cabía la sedición pero no la "desobediencia", todo un regateo jurídico para evitar la escandalera de la absolución total. Esperable también la pretensión de archivazo del 8-M, un asunto vidrioso que podría derivar en sombras de mazmorra para el sanchismo. Aquí ha surgido un contratiempo. La titular del 51, Carmen Rodríguez Medel ha rechazado las pretensiones de Fiscalía y Abogacía del Estado y ha decidido, pese a amenazas y presiones, tirar adelante con la causa. Aún quedan jueces en Madrid.
Lo del Rey don Juan Carlos ha sorprendido más, pese a que era asunto anunciado desde su renuncia. El escándalo del AVE estaba en manos de Anticorrupción y algunas versiones daban por hecho que se dormiría en el tiempo, pasaría luego a un suave olvido y finalmente se ejecutaría un acolchado carpetazo. La fiscal, naturalmente, lo ha evitado al darle rápido curso hacia el Supremo, donde don Juan Carlos está aforado, a la espera del material solicitado a Suiza.
Sánchez, el alumno bobo de Zapatero, disfruta con esta escabechina. Se siente fuerte. Nada le daña, ni los 50.000 muertos, ni lo 40.000 sanitarios, ni los tres meses de encierro, ni el hundimiento económico
Más de doscientos desplazamientos, visitas, encuentros, conversaciones, audiencias ha desplegado Felipe VI en estas largas semanas de dolor y pandemia. TVE tuvo la gentileza de dedicarle algunos minutos a tan frenética actividad. La Zarzuela no está de moda, salvo cuando sobreviene el escándalo. Como ahora, con el Rey padre a dos pasos banquillo. Estrépito en los medios ante tan jugosa escandalera, ante tan goloso guión rebosante de alicientes: corinas, villarejos, jeques árabes, petrodólares y un cargamento de mordidas con el desierto como telón de fondo. Toda la labor de Felipe VI, tirada por tierra. Las aguas pútridas del pasado ensucian la labor presente de la Corona. Y ponen en serio peligro el futuro de la institución.
Demasiados voluntarios para derribarla. El confinamiento arrancó con una cacerolada contra la Monarquía impulsada por el vicepresidente del Gobierno. Un espasmo ahistórico. El 'burro de Troya', lo llama Álvarez de Toledo. Podemos tiene fijación por La Zarzuela y le encanta hacerle el juego sucio a ERC, sus grandes amigos. El desempeño de la fiscal general será de enorme ayuda en su objetivo de triturar nuestro marco de convivencia. Ni un ladrillo del edificio constitucional quedará en pie. Una vez superada la pandemia, la fase del derribo se ha puesto en marcha. Sánchez, el alumno bobo de Zapatero, se frota sádicamente las manos. Se siente fuerte. Nada le daña, nada le desgasta, nada le pasa factura. Ni los 50.000 muertos, ni el escamoteo en el cómputo de víctimas, ni las burlas diarias a la verdad del tándem Illa/Simón, ni los 40.000 sanitarios contagiados, ni el confinamiento más salvaje de Europa, ni el hundimiento económico... Como dicen algunos cínicos en La Moncloa, "Pedro ve la jefatura del Estado cada vez más cerca". Lola tiene mucho papel en esta función. Bienvenidos al matadero 3.0.
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