Según los datos más fiables, basados en una evidencia empírica de muchas décadas, la energía nuclear es segura. Y así se consideraba mayoritariamente hasta un terremoto del que el 11 de marzo se cumplirán once años. Y es que ese terremoto provocó un tsunami, y ese tsunami afectó a una central nuclear y, como por arte de birlibirloque, se consideró aquello como un “accidente nuclear”. De la hiperreacción tras aquel incidente vino que Japón y Alemania, por ejemplo, decidieran cerrar sus reactores nucleares (el país nipón tenía 56 y ahora tiene nueve activos), en tanto que la decisión alemana tuvo consecuencias directas en la dependencia europea del gas ruso, mucho más contaminante y menos seguro.
Lo más absurdo de toda esta cuestión es que el accidente en sí no fue como Chernóbil, el más grave hasta la fecha, en el que infraestructura obsoleta y la opacidad gubernamental agravaron el problema. Al detectar el terremoto, los reactores de Fukushima apagaron automáticamente sus reacciones de fisión. Lo grave fue que, debido a las descargas del reactor y otros problemas de la red, el suministro de electricidad falló y estaba alimentando las bombas que hacían circular refrigerante a través de los núcleos de los reactores para eliminar el calor residual, que continúa incluso después de que la fisión ha cesado. El tsunami de 14 metros de altura que ocurrió 46 minutos después, y que desbordó el dique de contención de la planta de solo 5,7 metros e inundó los terrenos inferiores de la planta alrededor de los edificios del reactor de las Unidades 1 a 4 con agua de mar, destruyeron los generadores de emergencia. De este modo hubo tres fusiones de núcleo, tres de hidrógeno y se liberó contaminación radiactiva.
No hay que minimizar el desastre pero es que en aquel gran terremoto de Japón hubo más de 18.000 muertos y no fue precisamente por la central nuclear sino por el tsunami
Ninguna de esas explosiones se produjo en los reactores por lo que no hubo ninguna explosión nuclear, extremo que además es imposible que ocurra debido al bajo nivel de enriquecimiento del combustible. Eso brevemente fue lo que pasó, y el balance oficial fue de un muerto. Por supuesto no hay que minimizar el desastre, llevan todo este tiempo limpiando aquello, hubo miles de desplazados y es imposible saber las consecuencias negativas de toda la radiación que se filtró al aire y al mar, pero es que en aquel gran terremoto hubo más de 18.000 muertos, lo catastrófico fue eso y no la central nuclear.
Repito, según todos los datos, incluso si incluimos aquel accidente que para nada fue nuclear (es curioso que el terremoto y tsunami también afectara a centrales hidroeléctricas pero nadie nunca diga que fue un accidente hidroeléctrico), la energía nuclear es segura. Si hablamos de accidentes que ocurren en la minería y extracción de combustibles (carbón, petróleo y gas) y en el transporte de materias primas e infraestructura, la construcción de centrales eléctricas o su despliegue, las diferencias de datos son enormes a favor de la nuclear. Si hablamos del aire, lo mismo: mucho menos nociva que los hidrocarburos usados hasta ahora y que, según el consenso, son necesarios eliminar, o al menos reducir, debido a que están ayudando a acelerar el cambio climático. Y es que la energía nuclear no contamina ni emite gases de efecto invernadero. Los combustibles fósiles y la quema de madera, estiércol y carbón son responsables de casi el 90% de todo el C02 que se emite a la atmósfera. Si la prioridad es “limpiar” el aire que respiramos, sin lugar a dudas la nuclear es una energía mejor que cualquiera de ellas. Los combustibles fósiles son los más sucios y peligrosos, mientras que las fuentes de energía nuclear y renovables modernas son mucho más seguras y limpias. Ojalá las renovables pudieran asumir el 100% del uso de la energía pero a día de hoy, eso no es posible.
Es posible que ya no sea rentable empezar a construir una gran central, pero se pueden mejorar las existentes para alargar su uso
Desde la perspectiva tanto de la salud humana como del cambio climático, la prioridad debería ser dejar de depender de los combustibles fósiles. Si ese es el discurso oficial, ¿por qué renunciar a una energía segura y limpia como la nuclear? El único argumento de peso es el de los residuos. Es algo que no parece importar a los numerosos países que tienen reactores, puesto que transmiten la idea de que tienen controlado este tema. En este extremo, sin embargo, se basa el Gobierno español para rechazar la categoría de “verde” que quiere aplicar la UE a la energía nuclear. ¿Qué significa exactamente que sea etiquetada como verde o no? Pues como suele suceder, es un tema económico. Si se la considera verde, los proyectos de energía nuclear podrían optar a la financiación verde comunitaria. Si no, se desincentiva una inversión que es muy grande al principio y tarda muchos años en dar sus frutos, por lo que se vería perjudicado el consumidor final.
Es posible que ya no sea rentable empezar a construir una gran central, pero se pueden mejorar las existentes para alargar su uso, y como la tecnología avanza muy rápidamente, es posible que sea viable la creación de centrales más pequeñas de gran utilidad y menor coste. En cualquier caso, la postura de nuestro Gobierno al oponerse a la etiqueta de verde es, por un lado, hipócrita porque compramos energía, generada por reactores nucleares, a Francia. Por otro, frenar algo que ayuda a vencer una prioridad inmediata como es tener suficiente energía a un precio asequible sin contaminar el aire por un problema que puede aparcarse durante décadas y que se resuelve con tecnología y supervisión, no parece muy lógico. Es como si dejáramos de usar móviles y ordenadores porque las baterías son muy contaminantes. De hecho, los mismos que parecen preocuparse tanto por los residuos nucleares son los mismos que están impulsando el coche eléctrico masivo cuando tampoco hay una solución a qué se hará con todas esas baterías usadas. Y a nadie parece preocuparle eso.
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