Su Persona esté sopesando seriamente cambiar de pareja por otra más adecuada, más dúctil y, sobre todo, más elegante. Porque marcarse un claqué elegante al son de Cheek To Cheek ante el exigente público europeo – nórdico, singularmente – y arrancarles un aplauso requiere unos bailarines que sigan al unísono la coreografía. E Iglesias no es hombre ni de Cole Porter ni de frac etéreo ni de sombrero de copa. A cada uno hay que pedirle lo posible, y si bien el profesor universitario es capaz de bailar la danza de la lluvia, una conga con letra revolucionaria o una canción perpetrada por Echenique con minga dominga incluida, se pierde cuando debe deslizarse suavemente por los resbaladizos suelos, exhibiendo una sonrisa Profidén mientras le enfocan.
Son tiempos para bailes precisos, minuciosos, diríamos que quirúrgicos, y no se le permite a nadie dar un paso de más. Ni uno de menos, ya que estamos en eso. Sabedor de cómo andan de exigentes y tiquismiquis los productores europeos a la hora de seleccionar al cuerpo de baile, Pedrete Astaire está mirando de reojo la barra en la que Arrimadas hace pliés, developpes e incluso algún que otro deboulé, que la muchacha tiene gracia y eso siempre queda bien y arranca ovaciones; ahí está también Casado, bailaor clásico flamenco, sobrio como Escudero, manos pegadas al cuerpo y tacón insolentemente seco y preciso que lleva el compás de la soleá o la bulería como se ha hecho toda la vida de Dios. Eso también es del gusto de los que tienen la lana, aunque no sean capaces de distinguir unos tanguillos del pito de un sereno. Lo que es seguro es que cualquiera de los dos quedaría mucho mejor ante Merkel y la corte del hielo europea que Iglesias, al que no puede pedírsele más que siga el compás de La Ramona.
A Podemos le pasa que su tosquedad es tan colosal que cualquier observador intuye, solo con verlos, que el único movimiento de danza que son capaces de ejecutar es el pisado de uvas en tinaja de madera
He aquí, pues, que no son pocos quienes predicen un más que probable cambio de pareja después de las elecciones gallegas y vascas, más que nada por el qué dirán y por no interrumpir a la orquesta electoral. Son muchas las señales que indican que a Iglesias no le van a sacar a bailar la próxima pieza y se tendrá que quedar sentado, mirando con envidia de solterona feúcha – o solterón feúcho, no vamos a discutir por un soltero – mientras ve a Sánchez evolucionar por la pista de baile. Sabía que era la más fea cuando lo sacaron a la pista, pero pensó que la suerte de la fea la guapa la desea, y salió orgulloso a bailar una complicada danza, la de la gobernanza, que requiere algo más que el empiro criticismo para parecer liviano, etéreo, sutil.
A Podemos le pasa que su tosquedad es tan colosal que cualquier observador intuye, solo con verlos, que el único movimiento de danza que son capaces de ejecutar es el pisado de uvas en tinaja de madera. Sánchez, en cambio, baila perfectamente al son que le toquen y no dudará ni un segundo en cambiar de la java canalla y barriobajera de Iglesias al vals refinado de Arrimadas o Casado. Porque a Sánchez lo único que le importa es seguir bailando al precio que sea, incluso si para ello tiene que bailar con Bildu un aurresku después de haber danzado un minueto con Arrimadas. Qué más da, si hemos venido a jugar. En esa danza vil y groseramente plebeya, que recuerda la Toten Dantz del Berlín weimariano, lo que cuenta es moverse constantemente no importa hacia donde ni para qué. Es el baile de los hipnotizados que hemos visto en la magnífica serie Babylon Berlín, es la línea del coro de un musical de perturbados, es un movimiento continuo que solo aspira a perpetuarse en él mismo puesto que no tiene otra finalidad ni misión.
Lo dicho, Pablo, te vemos sin luz, ni pan ni candela; sin que nadie se atreva a pedirte un baile
Ustedes me dirán que todo eso tampoco se compadece mucho con las piruetas elegantísimas que dibujaba Astaire. Tienen razón. Pero lo que se le exige a Sánchez desde las Europas no es que descolle por su exquisitez como danzarín. Se le pide que baile al son que le toquen. De momento, Inés y Pablo están al lado de la orquesta, para salir en cuanto Frau Merkel ordene con su voz gutural que hay que cambiar de pareja.
Lo dicho, Pablo, te vemos sin luz, ni pan, ni candela; sin que nadie se atreva a pedirte un baile. Bien podríamos dedicarte aquel tango – Cayetana lo recordará, sin duda – que dice Te llamaban Margarita y ahora te baten Margot. Pero bailarlo no, que estoy cansada, gracias.
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