Hace ya algunos años, y por esas circunstancias de la vida que van perdiendo importancia y razón de ser a medida que se alejan en el tiempo, atravesé una larga temporada de distanciamiento personal con una persona muy allegada a mí. Por la propia naturaleza del disgusto, que se había producido en silencio y sin que mediara ninguna falta de respeto aparente, la grieta no parecía tener solución. Así que procurábamos evitarnos y en las ocasiones en que se hacía imprescindible algún gesto entre ambos para no generar incomodidad en el resto de las personas que nos rodeaban, lo teníamos sin ningún problema tirando del viejo y gran cariño que seguía uniéndonos y de la educación que ambos compartíamos.
Una cosa es cómo estemos nosotros, pero hacia fuera, lo malo que te hacen a ti me lo hacen a mí y no lo voy a permitir
Ya llevábamos mucho tiempo tristemente instalados en esa lejanía insalvable cuando, de repente, recibí una llamada telefónica suya. Una de esas en las que la lectura del nombre del interlocutor en la pantalla del móvil te produce un nudo en la boca del estómago y un nerviosismo general. “Ignacia" me dijo, entrando directamente en el asunto que le había llevado a hacer una llamada que no debió resultarle nada fácil. "Te llamo porque ayer, de lejos y por casualidad, vi a unas personas con maquinaria rondando por tu campo. Fui a hablar con ellos y a preguntarles qué estaban haciendo y qué intenciones tenían, y a explicarles de forma muy clara que esas tierras eran nuestras y que no podían seguir con las labores que pretendían iniciar. No van a volver, estate tranquila, pero voy a vigilar un tiempo para asegurarnos de que no vuelve a haber problemas. Una cosa es cómo estemos nosotros, pero hacia fuera, lo malo que te hacen a ti me lo hacen a mí y no lo voy a permitir” No hablamos en ningún momento de la herida ni de las causas que la provocaron, ni uno ni otro pidió disculpas ni exigió explicaciones, y nuestro enfado terminó como empezó, en silencio, muy cortésmente y con mi agradecimiento eterno, que por seguir nuestra costumbre, tampoco verbalicé en ese momento ni en ningún otro posterior, pero que los dos sabemos que sigue ahí.
Dejas el enfado a un margen, ejerces de amigo, de familiar o de presidente, y por poner otro ejemplo, no permites que una campaña motivada por intereses espurios de otra nación ponga en peligro a un sector entero y a todas las familias que viven de él
Cuento esta historia, tan frecuente como la vida misma, como ejemplo de que en las familias, como entre los amigos verdaderos o en las relaciones entre naciones, los tuyos deben defenderte siempre frente a los ataques exteriores. No importa que haya habido desencuentros personales o que en las últimas elecciones autonómicas los votantes del caladero que creías de tu propiedad no te hayan votado. Dejas el enfado a un margen, ejerces de amigo, de familiar o de presidente, y por poner otro ejemplo, no permites que una campaña motivada por intereses espurios de otra nación ponga en peligro a un sector entero y a todas las familias que viven de él.
Para un Gobierno instalado en el victimismo e incapaz de la menor autocrítica, los regantes constituyen la cabeza de turco ideal. Son los malos perfectos, con la entidad suficiente para asumir la culpa íntegra en una gran variedad de problemas de causas y soluciones muy complejas, como pueden ser los de los acuíferos de Doñana o la contaminación del Mar Menor, pero sin la fuerza necesaria como colectivo para que su injusta culpabilización pueda traer al gobierno consecuencias adversas en el voto popular.
Y así, uno de los cultivos punteros de nuestro país, que se encuentra en su localización más cercana al parque a no menos de treinta kilómetros de distancia, va a pagar en sus propias carnes el resentimiento de un presidente que se siente rechazado y la desidia de quienes debiendo investigar a fondo las causas de los problemas han decidido ahorrarse el trabajo y culparles a ellos.
Los regantes son un espejo en el que a veces es duro mirarse, sobre todo si formas parte de este gobierno en las últimas. Los regante son gente dura y con iniciativa que han decidido enterrar literalmente su dinero en tuberías y sistemas hidráulicos que atraviesan sus terrenos como si fuera la infraestructura del metro y que les obligan a entenderse entre sí para mantener en marcha un proyecto humano que excede con mucho sus posibilidades individuales. El uso óptimo del agua en el campo es un sueño técnico que ha costado muchas décadas y mucho esfuerzo conseguir, y deberíamos contemplar los logros de la agricultura española con admiración y mucho orgullo, porque al margen de lo que nos pase entre nosotros a cada momento, es un milagro de todos.
Es insoportable, para los regantes de Huelva productores de fresas y para todos nosotros en general, tener de presidente a alguien que prefiere castigarnos por haber votado mal a cumplir con su deber
Por eso resulta doblemente humillante que el Gobierno, en las infames declaraciones del propio presidente y de algunos ministros, se haya puesto al servicio de esos parlamentarios alemanes que pretendían venir a fiscalizar el durísimo trabajo de nuestros compatriotas agricultores que producen las mejores fresas del mundo. Sánchez, como esa persona tan allegada a mí de la que hablaba al principio, tendría que haber ido a hablar con ellos pero para explicarles que esas explotaciones son nuestras y que de inspeccionarnos nada de nada, y enseñarles a continuación, muy educadamente, la ruta al aeropuerto más cercano, y no dejar que se le adelantara en ese deber básico la propia embajada alemana.
Es insoportable, para los regantes de Huelva productores de fresas y para todos nosotros en general, tener de presidente a alguien que prefiere castigarnos por haber votado mal a cumplir con su deber. Yo le recomiendo a Sánchez que consuma fresas españolas. En cada una de ellas, en su color y sabor, comprobará lo que es un trabajo bien hecho. Quiero pensar que a lo mejor, mientras las disfruta, aprende algo.
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