Escribía Carl Schmitt que un problema se convierte en conflicto político cuando se le atribuye la capacidad para desestabilizar un orden legal. Sánchez ha conseguido convertir un conjunto de delitos resueltos por la justicia en un conflicto político. La ambición del césar infundado ha dado la máxima categoría a un problema que, de haberse afrontado con sentido constitucional y de Estado, habría terminado por desinflarse.
Sánchez se ha convertido así por méritos propios en el gobernante más dañino para la democracia de los últimos cuarenta años. No solo mantiene al país en una inestabilidad permanente y de deterioro institucional, sino que se obceca en pactar solo con quienes quieren romper el orden constitucional.
Los independentistas ya tienen a Sánchez exactamente donde querían: en el reclinatorio implorando una abstención
El comunicado firmado por el PSOE y ERC, partido que una vez más no se presentará ante el Rey en la ronda de consultas, refiere la necesidad de dar una “solución política” al “conflicto”. Ya lo había hecho Sánchez en los 21 puntos de Pedralbes, aunque se desdijera –qué novedad-, cuando tuvo que aparentar patriotismo en las elecciones. Lo sustituyó entonces por una expresión propia de un mediador matrimonial: “conflicto de convivencia”.
Los independentistas ya tienen a Sánchez donde querían: en el reclinatorio implorando una abstención, habiendo marcado ya el punto de partida, que es el dar salida política a un delito. Por eso los de ERC salieron tan ufanos de la reunión con los socialistas, porque habían establecido el eje de la negociación a partir del cual pueden hablar del derecho de autodeterminación, de la nación política catalana y su soberanía distintiva, de la emergencia de establecer cauces de colaboración bilateral. Han ganado la batalla del lenguaje y marcado los temas de debate. Un éxito gracias a Sánchez.
Sánchez ha debido prometer lo mismo a los diputados de JxCat, que salieron muy satisfechos de su reunión con los socialistas, y, al tiempo presentaron una moción en el Parlamento de Cataluña usando el último lenguaje sanchista: "el conflicto entre Cataluña y el Estado español es un conflicto de naturaleza política que solo puede ser resuelto con herramientas democráticas y por la vía del diálogo y la negociación".
Ya está todo el pescado vendido. Solo queda ver cómo quieren colocarse ERC y JxCat en su competencia en Cataluña. Uno y otro se presentarán ante el electorado independentista como el vencedor, aquel que supo aprovechar la ambición de Sánchez, su sectarismo, su dependencia del PSC, para ceder a sus pretensiones.
Ya dijo Donoso Cortés, que no era precisamente un progresista, que gobernar es resistir. Eso hace Sánchez
Todo gobernante quiere pasar a la Historia, especialmente aquellos que tienen un carácter visionario. A Sánchez podía haberle dado por reducir el paro a los niveles de Estados Unidos, aumentar la competitividad de nuestra producción y fomentar la investigación científica, o consolidar la España de personas libres e iguales, no crispadas y enfrentadas.
Sin embargo, ha decidido llevar a la práctica su libro, aquel que no escribió, ese titulado “Manual de resistencia”. Ya dijo Donoso Cortés, que no era precisamente un progresista, que gobernar es resistir. Eso hace Sánchez: pactar lo que sea con cualquiera que le asegure el poder.
No me cabe la menor duda de que los historiadores del futuro abordarán el periodo de Sánchez como el peor de nuestra democracia, aquel tiempo en que los enemigos de la democracia liberal, de la Constitución de 1978, incluso de la Unión Europa, dominaron la política.
Habrá quien suelte entonces, en lo que quede de este país, la famosa frase de Marx, esa de que los “grandes personajes” (no se rían, por favor) se repiten dos veces, “una vez como tragedia y la otra como farsa”. Me temo que la trayectoria de Sánchez enmendaría al propio Marx para añadir que hay quien puede compendiar con soltura y donaire la tragedia y la farsa.
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