Sánchez necesitaba a los independentistas para consolidar su Gobierno, aprobar unos Presupuestos mágicos, y arrinconar a la derecha. No en vano, por aquellos días, Calvo, Lastra y demás masa gris del PSOE decían que el PP no era democrático y que no aceptaba el veredicto de las urnas, que no era otro que abrir vías para la resolución del “conflicto político” catalán. Enchufaron la yogurtera de cursiladas y parieron el eslogan: la “Agenda para el Reencuentro”.
La lírica debía acompañar la resolución de aquel problema, crear un relato sobre la necesidad de salir del inmovilismo que suponía defender el Estado constitucional de Derecho, y atender a los golpistas. Dos pueblos enfrentados, y Sánchez como mediador, como relator de una crisis entre terceros. Mesa bilateral. Tratamiento de Jefe de Estado a Torra. Era la épica del diálogo en beneficio de Sánchez.
Llegó el virus y se acabó la poesía. Tras unos días de confusión gubernamental, quizá solo de azoramiento vista la arrogancia del presidente, se deslizó el argumentario. Todo se había hecho bien, en su momento, con seriedad, siguiendo el consejo de los expertos. Por cierto, escribía Hannah Arendt que el discurso totalitario es retórica emocional que dice apoyarse en datos científicos, ya sean biológicos o socialistas, que dependen de la credulidad del auditorio.
El culpable era el modelo neoliberal que (una vez más, pero ahora definitivamente), demostraba su injusticia, su imposibilidad como fórmula para alcanzar un mundo feliz
A continuación señalaron a los culpables. Primero tenía que ser el PP, claro, autor del “austericidio”, de los recortes y la privatización que se habían llevado vidas por delante. El causante de las muertes no era un virus sin vacuna y descontrolado al que el Gobierno trató de “gripecilla” para permitir su performance del 8-M. No, qué va. El culpable era el modelo neoliberal que (una vez más, pero ahora definitivamente), demostraba su injusticia, su imposibilidad como fórmula para un mundo feliz.
Como dijo Monedero: “Si no eres comunista, no eres buena persona”. Y la derecha está llena de malas personas que no piensan en las bondades de un Leviatán sin límites puesto en manos de los visionarios de la Historia, esos audaces portavoces de “la mayoría social”. “La propiedad es un robo”, sentenciaba Proudhon, y había llegado la crisis como una oportunidad para desmantelar el capitalismo liberal.
Algunos se contentaron con desempolvar a Keynes. Otros fueron más ambiciosos y plantearon un “ecosocialismo democrático”, el paraíso de lo verde y colectivo, aunque ya alguna feminista soltó: “Mejor ecofeminismo socialista”. Claro que poner a un marxista a reflotar una economía es como obligar a un físico a explicar que la Tierra es plana.
¿A quién pondrían más tasas para “repartir la riqueza” y hacer “justicia social”? Era necesaria una fuente de financiación del paraíso: la Unión Europea. Pero no coló. Les pararon los pies
Sánchez e Iglesias, tanto monta, idearon un ingenioso plan. Habían perdido la batalla contra el coronavirus, pero no contra el neoliberalismo. Así pensaron en un nuevo Estado Social con mucho gasto público y con más impuestos. Pero, ¿de dónde sacar sin actividad económica por el estado de alarma? ¿A quién pondrían más tasas para “repartir la riqueza” y hacer “justicia social”? Era necesaria una fuente de financiación del paraíso: la Unión Europea. Pero no coló.
La Factoría Redondo sacó entonces un anzuelo: unos nuevos Pactos de La Moncloa. ¿Cómo iba el PP a renunciar a emular a Adolfo Suárez y a la Transición, a esa figura y ese momento que tanto había citado este partido para defender la democracia? Apelar al patriotismo del Partido Popular iba a ser infalible, pensaron. No en vano, Redondo se había forjado en sus filas y conocía el alma del partido.
Los insultos de Lastra
No obstante, el Gobierno sabía que era una maniobra efímera, que pronto se descubriría su imposibilidad porque Unidas Podemos y los independentistas de todo rincón se negaban a aceptar dicho pacto. Era cuestión de tiempo que se dieran cuenta del ardid. No podían, en consecuencia, abandonar la primera vía: culpar al PP de todo. Lanzaron entonces a Adriana Lastra, seguida de los palmeros mediáticos, para acusar a los populares de desleales, fuleros, mentirosos, y, cómo no, culparlos de las muertes por el coronavirus. Al poco, Sánchez, compungido, metido en su papel de presidente de telenovela, volvió a salir en TVE para pedir una “desescalada de la tensión política”.
La esquizofrenia de los socialistas era sorprendente. ¿Cómo pedían responsabilidad a los mismos que insultaban? La respuesta estaba ahí. En realidad, los socialcomunistas querían que el PP hiciera como Ciudadanos: rubricar las medidas económicas y sociales del Gobierno, incluidos los Presupuestos Generales del Estado con unas pequeñas modificaciones, a cambio de poner la falsa vitola de “patriota”.
Porque, como sabe cualquiera que haya leído a estos populistas, la patria la definen ellos, y usan la legislación para “reconstruir” el país a su imagen y semejanza. Lo llaman “patriotismo constructivo”; es decir, legislar en tiempo de crisis social para edificar una nueva patria, ajustar cuentas, eliminar lo que perjudica a la gente, y levantar un Estado que, a la postre, siempre es autoritario. “Mi patria es la gente”, que dijo Pablo Iglesias en 2016, y Unidas Podemos “es el partido de la gente”. Más claro, agua.
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