Opinión

Resistir, apostar y mentir

Sólo le quedaba una salida. Buscar la aprobación de unos nuevos presupuestos porque gobierna con los de Rajoy y, en el mismo movimiento, neutralizar a la oposición

Desde 1977 no habíamos tenido en España un Gobierno tan débil y, a un tiempo, tan sediento de poder. Quizá esa voluntad de agarrarse a la poltrona a cualquier precio se deba a su debilidad. Intuyen que, si se ven obligados a convocar elecciones, esta vez la moneda podría caer del otro lado y serían desalojados de Moncloa. Cuando Sánchez decidió repetir elecciones en noviembre del año pasado comprobó con amargura cómo sus apoyos habían mermado en sólo seis meses. Su partido obtuvo el 10 de noviembre 761.000 votos menos que el 28 de abril. Su socio no salió mucho mejor parado. Los de Iglesias se dejaron siete escaños y 650.000 votos entre ambas convocatorias. El baño de realidad les empujó a pactar. No podían seguir tentando a la suerte, aunque para superar la investidura necesitasen el apoyo de un batiburrillo de partidos que, de un modo u otro, condicionarían la legislatura.

Llegó entonces la pandemia con su cortejo de tragedias. Hoy el estado del país es calamitoso se mire desde donde se mire. La economía se ha derrumbado, el desempleo se ha disparado y el que no ha aflorado aún es porque se mantiene escondido bajo la alfombra de los ERTE. Si el Gobierno de Sánchez puede presumir de algo es de haber gestionado la crisis peor que nadie, al menos dentro de Europa. España es el séptimo país del mundo con mayor número de contagiados y el tercero en fallecimientos por millón de habitantes. Y todo a pesar de un prolongado confinamiento que, incluyendo la desescalada, duró más de tres meses.

Con un panorama así y gobernando con una mayoría muy minoritaria de sólo 120 escaños propios, lo lógico sería buscar un acuerdo con el principal partido de la oposición

El golpe a la economía ha sido brutal. El PIB se encuentra en caída libre. En el segundo trimestre del año la economía española sufrió el mayor desplome del mundo: un 18,5% en sólo 90 días. Con un panorama así y gobernando con una mayoría muy minoritaria de sólo 120 escaños propios, lo lógico sería buscar un acuerdo con el principal partido de la oposición, que cuenta con casi 90 escaños en el Congreso y trazar juntos un plan de ajuste realista para presentar en Bruselas. Eso hubiese implicado el fin de la coalición con Podemos, por lo que desde el principio se eliminó. En ese punto todo lo que quedaba era poner el motor a medio gas, dar por amortizada la legislatura y prepararse para elecciones a finales de este año o principios del próximo.

Pero Sánchez no quiere volver a jugársela. Si entre abril y noviembre con la economía marchando más o menos bien y sin pandemia perdió un 10% de los votos, ¿cuánto se dejaría ahora que, para complicar el asunto, Ciudadanos está en plena disolución y la derecha se presentaría con sólo dos partidos y no con tres como sucedió en 2019? No puede exponerse a eso. Si saliese del poder sería el fin de su carrera política. Podría despedirse de esto para los restos, con una generosa pensión, secretaria y coche oficial cierto es, pero sin esperanzas de regresar al palacio de la Moncloa. Este hombre aún no ha cumplido los 50 y quiere seguir dedicándose a esto durante muchos años más.

El golpe de gracia

Resumiendo, sólo le quedaba una salida. Buscar la aprobación de unos nuevos presupuestos porque gobierna con los de Rajoy y, en el mismo movimiento, neutralizar a la oposición, castigar al Poder Judicial por su poca disposición a cooperar y cortejar a los independentistas catalanes para que le presten los votos que necesita si quiere atornillarse al poder durante dos o tres años más. Una vez conseguido eso puede esperar bien guarnecido a que amaine la tormenta.

A Sánchez le definen tres verbos: resistir, apostar y mentir. Las tres acciones las lleva a cabo con gran desenvoltura y empeño. Cuando estaba en la oposición resistió, apostó y engañó todo lo que pudo hasta que, en octubre de 2016, dejó de sonreírle la fortuna. Su partido le apartó porque había encadenado dos humillantes derrotas seguidas, pero no se dio por vencido. Regresó meses más tarde apelando a la militancia y se dispuso a esperar pacientemente el momento de dar el golpe de gracia al Ejecutivo de Rajoy, que se encontraba ya muy debilitado. Aprovechó la oportunidad, se aupó sobre el caballo y desde entonces, combinando mentiras y apuestas cada vez más altas, resiste contra viento, marea, crisis y epidemias.

La aritmética parlamentaria hoy le favorece, por eso no quiere que cambie. La derecha no puede sacarle del poder mediante una moción de censura porque, aparte de no contar con suficientes escaños, los nacionalistas regionales le prefieren a él que a alguien del PP. Pero los nacionalistas no están ahí para sostener a Sánchez a cambio de nada. Tienen agenda propia bien conocida por todos. A ERC o Bildu no les interesa demasiado la gobernabilidad de España, les interesa desmontarla. Eso no lo digo yo, lo dicen ellos siempre que tienen ocasión de hacerlo. Uno y otro partido defiende ardorosamente la independencia de sus respectivas regiones, una posición ideológica perfectamente legal pero difícilmente armonizable con el Gobierno de todo el país.

Un día más en el Gobierno es un día ganado y para conseguirlo tienen que ir elevando la apuesta entrando en terrenos minados que ponen en riesgo la viabilidad del sistema

Los líderes de ERC se metieron hace tres años en una ratonera por ir por las malas y demasiado deprisa. Parece que algo han aprendido y ahora exhiben otra estrategia. Se decantan por el gradualismo, justo lo que Sánchez e Iglesias necesitan en este momento para permanecer en el poder. Su cortoplacismo es alarmante, lo sé, pero tal y como está la cosa piensan más en el día siguiente que en dentro de cuatro años. Un día más en el Gobierno es un día ganado y para conseguirlo tienen que ir elevando la apuesta entrando en terrenos minados que ponen en riesgo la viabilidad del sistema.

Podríamos preguntarnos si eso no les preocupa. A fin de cuentas, comen de este sistema y de cómo está organizado. Todo se lo deben a él. Eso es cierto, pero tienen también una agenda a largo plazo. El sistema político nacido tras la muerte de Franco no les termina de convencer. Muchos de ellos lo consideran un resto del franquismo que hay que eliminar cuanto antes. Así se entiende, por ejemplo, la ofensiva contra el Rey, contra el Poder Judicial, la campaña de acoso sistemático e implacable contra la oposición, o el anteproyecto de ley de memoria democrática que presentaron el mes pasado.

Su plan es muy ambicioso y sus socios ocasionales lo suscriben. El problema es llevarlo a la práctica. Pretenden hacerlo poco a poco mediante apuestas temerarias como el veto al Rey hace una semana en Barcelona que tanto estupor creo entre propios y extraños. Todo en un ambiente de politización y agitación permanente a través de los medios de comunicación afines para que la tensión no disminuya. La crispación les conviene porque les permite presentarse como un Gobierno sometido a asedio constante. Necesitan esa crispación para que los ciudadanos no miren a la Luna, es decir, a la crisis y el desastre que se avecina, sino al dedo que la señala.

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