Opinión

Pedro Sánchez no le dice la verdad ni al médico

Me escribe una persona muy cercana y me cuenta que uno de sus familiares, con un solo pulmón en funcionamiento y paciente de asma, acudió esta semana al centro de

Me escribe una persona muy cercana y me cuenta que uno de sus familiares, con un solo pulmón en funcionamiento y paciente de asma, acudió esta semana al centro de salud de su pueblo para que le recetaran cortisona, pues la necesita. Pónganse en su pellejo: una mujer que forma parte de un grupo de población de riesgo, realizando un trayecto callejero, a sabiendas de que si se contagia, probablemente enfermará de forma grave. Se lo expongo de otra forma: hay personas que desde que apareció el coronavirus viven acollonadas, pues sienten que esquivan una bala cada vez que comparten espacio con cualquiera.

Al llegar a su centro médico, lejos de atenderla como es debido, le enviaron al hospital, pues allí no podía estar, según le dijeron. No querían ni siquiera escucharla. No hay día en que no aparezcan en televisión sanitarios de los ambulatorios para denunciar que están colapsados y no hay día en que una persona no me escriba un mensaje para decir que lleva toda la mañana tratando de hablar por teléfono con su doctor, pero nadie le responde. Éste fue el caso: como no atendían sus llamadas y no quería ahogarse...pues fue.

Dijo Pedro Sánchez durante el estado de alarma que España tiene una de las mejores sanidades del mundo y que los ciudadanos podían estar tranquilos, dado que disponía de la capacidad suficiente como para atajar con garantías la pandemia del coronavirus. En julio, fue más allá y afirmó: “Hemos salvado la vida a 450.000 personas”. Después, hizo un llamamiento a que los ciudadanos disfrutaran del sol, de la playa y de los chiringuitos.

Ahora, en mitad de la segunda ola de covid, agravada por querer salvar de la quiebra al sector turístico, Salvador Illa promete una vacuna para finales de año que, sobra decir, no llegará. Mientras tanto, los centros de salud no dan respuesta a los ciudadanos y los hospitales tienen que aplazar operaciones y tratamientos porque no dan más de si.

Suena a chiste que unos apelen a la necesidad de reforzar la ley de la memoria histórica y otros tumben la estatua de Largo Caballero mientras varios millones de españoles han visto limitada su movilidad y su trabajo pende de un hilo"

Todo son sonrisas en los actos propagandísticos del Gobierno, en los que pocos empresarios faltan, dada su cobardía y su afán por arramblar el máximo número posible de millones de euros de los fondos europeos. Pero, en la calle, la gente está despistada y tiene miedo al paro, al hambre y a la muerte. Así, sin tapujos, pues ninguna de las tres cosas había estado tan cerca en los últimos años.

La salud no es lo primero

Dicho esto, cualquiera diría que la salud es lo primero, pues el patético contubernio conformado por la política y los medios de comunicación se empeña día y noche en situar en el centro de la agenda temas que poco importan actualmente. Porque suena a chiste que unos apelen a la necesidad de reforzar la ley de la memoria histórica y otros tumben la estatua de Largo Caballero mientras varios millones de españoles han visto limitada su movilidad y su trabajo pende de un hilo. De hecho, unos cuantos miles ni siquiera han cobrado todavía el dinero de su ERTE; y no digamos de la renta mínima universal.

Por otra parte, basta salir a la calle para encontrar testimonios de personas que en su casa tienen desde hace meses una boca más que alimentar. La del abuelo o de la abuela, que se han quedado viudos o, por miedo, les han sacado del geriátrico. Eso obliga a extremar las precauciones en el transporte público o en el trabajo; y a acudir a la oficina o a la compra con verdadero temor, pues contagiarse puede implicar 'cargarse' a un familiar. Pero no pasa nada: ¡hablemos de la Guerra Civil!

Es evidente la lejanía de la política y de la prensa para con los problemas reales de los ciudadanos; como también lo es su absoluta estulticia y reduccionismo a la hora de abordar un acontecimiento histórico como la crisis del coronavirus. En estas circunstancias, no queda más herramienta que el descreimiento y más recurso que el castigo a tantos y tantos impresentables. ¿Cómo? Basta consultar la hemeroteca para encontrar argumentos. Circula estos días por Internet un vídeo en el que aparecen Pedro Sánchez y Pepa Bueno, que ilustra a la perfección sobre la capacidad de decir patrañas y publicarlas sin filtro de unos y otros. En el documento, Sánchez afirma lo siguiente:

“Se decía a principios de año que yo iba a vender mi alma a Iglesias y que iba a aceptar el chantaje de la Vicepresidencia con el CNI, con la Policía propia, cargándonos la independencia de los jueces y fiscales; que íbamos a hacer descansar la gobernabilidad de España en las fuerzas independentistas. Y mira, eso no ha ocurrido”.

Sobra decir que ha hecho todo lo contrario a lo que sostenía, pues el presidente del Gobierno es un hombre sin honor ni escrúpulos. Un maniquí vacío que no diría la verdad ni al médico. Ahí lo demuestra: no tiene más principios que manipular para tratar de encaramarse siempre a la rama que le mantenga en el poder, aunque eso implique formular a los ciudadanos -y a sus votantes- promesas que jamás llegará a cumplir.

Por eso, porque los representantes gubernamentales no cumplen con lo dicho ni los medios los auditan, es necesario desconfiar y dejar de escuchar. De lo contrario, la tensión irá en aumento y el estallido social es cuestión de tiempo. En esas condiciones, ni unos ni otros sufrirán. Al revés, conducirán las oleadas de malestar en función de sus intereses. Los ciudadanos no pueden ni hablar con su médico u obtener una receta y ellos están preocupados de las cloacas del Estado y del CNI. ¿Se puede ser más desgraciado?

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