Opinión

Sánchez se monta en el caballo de Troya

Los separatistas catalanes no han ganado la guerra exterior, ningún país los ha reconocido, pero se han apuntado bastantes tantos -véase la cobertura sesgada y ramplona del problema catalán en el “New York Times” o el “Financial Times”- en las

Los separatistas catalanes no han ganado la guerra exterior, ningún país los ha reconocido, pero se han apuntado bastantes tantos -véase la cobertura sesgada y ramplona del problema catalán en el “New York Times” o el “Financial Times”- en las batallas informativas en el extranjero. A ello han contribuido de forma clara las “Representaciones” de la Generalidad en una veintena de países destacados.

Las oficinas de nuestras Comunidades Autónomas en el exterior nacieron aparentemente con la finalidad de promover su comercio, atraer inversiones y airear su imagen. Todo ello, lamentablemente con frecuencia, sin mayor coordinación con la Embajada de España.

En el caso catalán ese objetivo se ha venido transformando radicalmente: las oficinas catalanas, que ellos gustan llamar embajadas, se caracterizan desde hace años por ser difusoras contumaces de la propaganda independentista y paralelamente de denigrar a España sin tapujos. Los diplomáticos españoles somos conocedores de que a ello dedican buena parte de su tiempo y de sus no magros recursos.

Se trata de una política constante de cuya gravedad no se percató totalmente el gobierno del PP y que ahora, con Sánchez, se ha agudizado sin que nuestro presidente parpadee. Todo lo contrario. En la época de Borrell ya hubo signos de que Sánchez chalaneaba con los independistas a los que el ministro intentaba frenar: cuando Torra acudió a un simposio en Estados Unidos y despotricó sobre la democracia española y nuestras instituciones, el embajador  Morenés, a punto de cesar, pidió la palabra y refutó con corrección al catalán. Preguntado por el incidente, Sánchez contestó que no era el momento de crear problemas con los catalanes. No apoyó a su embajador, cosa que sí haría Borrell, pero el incidente fue desalentador para muchos de mis compañeros. ¿Para qué meterte a defender a España vilipendiada por un separatista si Moncloa, que es quien manda -el ministro es un segundón y el actual, para bastantes, un monaguillo- puede poner remilgos a tu actuación?

Los diplomáticos españoles somos conocedores de que a ello dedican buena parte de su tiempo y de sus no magros recursos

Borrel pararía la apertura de nuevas oficinas catalanas pero en cuanto salió hacia su merecido cargo en Bruselas, Sánchez permitió su inauguración. Ahora debe haber ya unas veinticuatro y aumentando. Sus dirigentes miman a periodistas extranjeros que vienen a España, financian conferencias en la que recibimos mandobles, tratan de desembarcar en prestigiosas universidades extranjeras -a veces lo consiguen, como ha explicado Juan Pablo Cardenal-, y acuden a lobbies que les ayudan a cuestionar la solidez de nuestra democracia y libertad denunciando “la vulneración de derechos civiles y la criminalización del derecho de autodeterminación” (Torra dixit).

Cuentan con recursos, por supuesto, probablemente de nuestros impuestos. A diferencia del gobierno de la nación que encuentra fondos, no se rían, para promover la “diplomacia feminista” (o antes la entelequia zapateril de la Alianza de civilizaciones), pero es cicatero a la hora de defender con dinero adecuado ese cáncer que socava nuestra imagen, los separatistas disparan con pólvora del rey. El propio Borrell me confesó un día que lo presentaba en una conferencia que tenía poco presupuesto para frenar las acechanzas de sus paisanos en el extranjero. Así está España en el reinado sanchista y la situación no va a mejorar. A un político-tahur que borra la malversación, nos va a colocar una amnistía por razones egoístas personales y cavila cómo presentar el referéndum nefasto, ¿qué le importa que los separatistas creen un “cuerpo de acción exterior”, otra bofetada a un artículo de la Constitución, o que Cataluña, el País Vasco o Murcia tengan su selección “nacional” de fútbol? Nada, esto es calderilla.

Cuando el país, España, se tuerza aún más y un sanchista pregunte cínicamente que cómo se jorobó España, habrá que contestarle: “¿Y tú me lo preguntas, Pedro?. La quinta columna,  sin careta ya, y el inductor fuiste tú”.

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