Opinión

Sánchez no dobla la curva

Si consumimos más, aumentaremos la inflación y si no lo hacemos, bajará el crecimiento y acabará habiendo menos empleos. El laberinto diabólico al que se enfrenta un Gobierno desnortado

Prometió Pedro Sánchez en el debate parlamentario sobre el plan de acción contra los efectos de 'la guerra de Putin', que esa iniciativa, así como el acuerdo arrancado a Bruselas sobre los precios del gas, permitiría 'doblar la curva' de la inflación. Propósito encomiable en especial a la vista de los datos conocidos este miércoles sobre el alza de precios. ¿Habrá remedio? ¿Logrará su propósito?

Aunque ya antes habíamos vivido acontecimientos que parecían imprevisibles como la victoria de Trump o el 'sí' al Brexit, desde que empezó la pandemia se agolpan los hechos inauditos. En el ámbito económico, por ejemplo, hemos conocido, y aun padecido, datos extraordinarios en tan sólo unos meses de sobresaltos. "Ojalá te toque vivir tiempos interesantes" reza una antigua maldición, precisamente china.

Si hacemos un pequeño balance, la caída del comercio y el turismo a escala mundial fue tan abrupta hace dos años que nunca se habían alcanzado registros similares, el PIB español no se había desplomado en tal magnitud desde la Guerra Civil y, a su vez, algunas de las recuperaciones en porcentaje de 2021, también rompieron todos los esquemas anteriores ya que venían de unos niveles ínfimos. Es evidente que toda esa volatilidad afectó muy negativamente a la cadena de suministros global y no fue posible asumir sin sobresaltos la paralización de 2020 y la aceleración de 2021. Estas circunstancias extremas tuvieron un reflejo directo en los mercados financieros que, más allá de la bolsa, vivieron una montaña rusa en el precio de muchos activos. Quizás el ejemplo más radical, por su importancia económica, lo vimos en el precio del crudo que, sumado a la debilidad de nuestra divisa, llevó a que en dos años se viera el mínimo histórico del precio del barril de brent en euros y el máximo, justo hace unos días.

Que la inflación en España sea de casi el doble que en Portugal, por poner el ejemplo más cercano dentro de la misma “isla energética”, demuestra que nuestro Gobierno no está tomando las medidas adecuadas

Además de la pandemia, que según nuestro presidente se había vencido ya en verano de 2020 pero que sigue presente y marcó drásticamente el 2021, este año también estamos viviendo vivido otro “tiempo interesante” en forma de guerra en Europa. No es un conflicto cualquiera. Rusia es una potencia nuclear que surte de gas y petróleo a la mayor parte de Europa, además de otras muchas materias primas. Ucrania también es un gran exportador, especialmente de productos agrícolas. Si no hubiera sido bastante con la tensión en las cadenas de suministro que padecimos en 2021 tras el parón de producción y de consumo de 2020, ahora se suman más elementos que aumentan el coste. Que la inflación en España sea de casi el doble que en Portugal, por poner el ejemplo más cercano dentro de la misma “isla energética”, demuestra que nuestro Gobierno no está tomando las medidas adecuadas. La cifra de IPC del 9,8% de marzo, confirmada este miércoles, con hasta nueve comunidades autónomas con un crecimiento interanual de dos dígitos, es un desastre económico que se agudiza por los errores de gestión nacionales.

Si a eso se suma que esta semana el fuerte crecimiento de la llegada de turistas, tanto interiores como foráneos, está disparando el consumo, no parece que abril vaya a ser un mes que cambie la tendencia que estamos viviendo desde hace meses, y que tanto se aceleró en marzo. Sin embargo, que aumente el turismo es una gran noticia para impulsar el PIB. Es lo extraño de la actual situación, que de momento el alto nivel de ahorro sigue sosteniendo el consumo y por tanto los empleos, lo que, sumado al fuerte gasto público, permite que la inflación -medida por el IPC, precios de importación y otros indicadores- sea el único dato macro que esté resultando inaudito.

¿Quién construirá más metaneros para traer más gas desde Estados Unidos a Europa si existe un plan europeo para reducir el consumo de gas drásticamente en pocos años?

A estas circunstancias se ha de añadir el cambio de rumbo del gobierno chino que ha impulsado el consumo interno lo que redunda en una encarecimiento de los costes del principal productor/exportador del globo. No ha de olvidarse el vidrioso asunto de la Transición Ecológica que aquí resulta clave: llevamos años reduciendo las inversiones en hidrocarburos por una decisión política y, aún ahora que parece que hay un cambio de criterio, nos encontramos con una una industria que se niega a invertir más, porque no se fia de si estamos ante una estrategoi coyuntural o una decisión firme. Por ejemplo, ¿quién construirá más metaneros para traer más gas desde Estados Unidos a Europa si existe un plan europeo para reducir el consumo de gas drásticamente en pocos años?

Hay otro factor más que sumar a este escenario tan confuso y convulso. La inflación es un fenómeno monetario y, por tanto, la actitud de los bancos centrales -también inaudita desde hace muchos años- está detrás de toda esta enorme tormenta. Incluso puede decirse que es la causante principal. Desde 2009 que empezaron las políticas de QE de la Fed en Estados Unidos, muchos profetizaron un aumento de la inflación que no llegó aproducirse. El motivo para mí es claro: el dinero apenas salió del circuito financiero y los que se “inflacionaron” fueron las bolsas, las criptomonedas, la renta fija que se emite incluso en negativo a pesar del enorme volumen de deuda y, finalmente, también afectó, en 2021, a las materias primas. Durante años hemos visto cómo la política monetaria trasladó la inflación a los activos y permitió una política irresponsable de los gobiernos, y de algunas empresas, al poderse endeudar a tipos de interés ridículos.

Estamos en un mundo en el que se promueve el consumo para mantener el crecimiento (en España además tenemos la rémora de no haber vuelto a los niveles anteriores a la pandemia) y entre el desequilibrio del binomio 2020/2021, los bancos centrales y la invasión rusa, más algunos elementos distorsionadores como el rebrote de la pandemia en China o la subida fiscal en el caso español, llevan a que ese consumo sea el más caro de la historia, y con un crecimiento interanual que no habíamos visto en 37 años. Si el BCE encarece el dinero o retira liquidez del mercado, enfriará algo la economía (a veces basta con la expectativa, como estamos viendo con el Euribor) aunque poco se avanzará si importar gas y crudo sigue siendo tan caro, al margen de que empeorará las cuentas públicas de los estados en forma de mayores intereses.

Si consumimos más aumentaremos la inflación y si no lo hacemos, bajará el crecimiento y acabará habiendo menos empleos. Eso sí, nadie actúa individualmente para cambiar unas cifras macro, lo cierto es que quien pueda gastar, gastará y quien no, vivirá cada vez peor. Es decir, estamos en una situación que es especialmente injusta socialmente (la inflación es el impuesto de los pobres). Un dilema que, bien gestionado, se podría salvar en unos meses con un descenso suave de ambas cifras: la del crecimiento del IPC y del PIB. Confiemos en que Sánchez logre su objetivo y consiga doblar la curva, tal y como prometió. Al margen de decisiones certeras, se precisa también que los factores externos colaboren. Eso sí, desgraciadamente sufriremos una inevitable nueva notable pérdida de poder adquisitivo. De eso no nos va a librar nadie, y será el segundo año consecutivo.

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