Si las razones de su apostolado propalestino no fueran tan sospechosamente oportunistas, hasta se podría conceder a Pedro Sánchez el mérito de desadormecer conciencias progresistas demasiado acomodadas. Si su postura no sirviera tan descaradamente a intereses de parte, incluso estaríamos dispuestos a aplaudir esta especie de cruzada por la paz. Pero hoy, lo único cierto es que el exhibicionismo universal de Sánchez ha arruinado cualquier opción de que España juegue, como en otros tiempos, un útil papel de mediación en el conflicto palestino-israelí.
No es ya que con su sobreactuación el presidente se haya autodescartado como interlocutor válido, provocando la irritación de muchos hebreos, incluidos los que abominan de Netanyahu; es que solo hay que ver la tibia reacción de sus colegas de la Unión Europea para confirmar hasta qué punto su apostolado no despierta el menor entusiasmo en gobernantes mucho más prudentes que el español, ni sirve, más bien al contrario, para recuperar la poca o mucha influencia que España tuvo en la región.
Lo cierto hoy es que el exhibicionismo universal de Sánchez ha arruinado cualquier opción de que España juegue, como en otros tiempos, un útil papel de mediación en el conflicto palestino-israelí
Sánchez quiere ser Macron, pero se comporta como lo haría Pablo Iglesias, como si el cargo no implicara un extra de responsabilidad. Sánchez quiere ser Sholz, pero lo único que ha conseguido con la tournée europea es evidenciar que solo es un político en apuros, alguien más interesado en desplazar noticias inconvenientes de la apertura de los telediarios que en salvar al pueblo palestino. Y no pasaría nada si el menoscabo se quedara ahí, pero ocurre que no es solo la credibilidad de Sánchez, sino la de España, la que se ve afectada.
El unilateralismo diplomático del presidente del Gobierno molesta a Israel, pero es casi peor lo que provoca en París y Bonn, donde hay quienes interpretan que el papel que se ha arrogado Sánchez, al hacer ostentación de una posición propia que deja en segundo plano la búsqueda de una respuesta común en el seno de la UE, es pueril, inoportuno y sobre todo insolidario. No lo dicen abiertamente, pero entienden que la amenaza de un repunte del terrorismo islamista en suelo europeo, tras lo ocurrido en Gaza, debiera comportar conductas que no impidieran alcanzar niveles superiores de sintonía política, además de policial. Y en este contexto de alta tensión y elevado riesgo, algunos dirigentes europeos entienden que Sánchez ha jugado con un ventajismo que juzgan intolerable. Y mejor no aludir a la hipótesis benévola de que no parece que fuera esa la intención, porque no se sabe qué es peor.
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