Un golpista prófugo convertirá en presidente del Gobierno al líder del partido que perdió las elecciones. Los corresponsales europeos en España se esfuerzan estos días en explicar el resultado de las urnas del domingo. La mayoría desiste y se abraza al adjetivo 'surrealista'. España como excepción, esa característica que tanto le agrada a Sánchez y que nos ha conducido al extrarradio de la normalidad democrática.
La derecha amaneció el lunes 'fulminada por un fuego sin luz'. Borges. El líder de PP deambulaba el martes en Santiago, santo patrón, como un zombi. Mirada perdida, palabra extraviada. Inundado por tanto mensaje de consuelo, apenas acertaba a sacudirse del rostro ese rictus del condenado. Cinco elecciones generales lleva ya la derecha sin tocar Moncloa. Y esta última, la más clara para un triunfo, contra un rival detestado hasta por los suyos, caricatura del Falcon, entrampado con Bildu, incapacitado de pisar la calle, imposibilitado de un intercambio abierto con periodistas. ¿Cuándo otra ocasión igual?
La siguiente pantalla del juego es la investidura. Otro rompecabezas estival para ocupar el tiempo. ¿Debe o no debe Feijóo ofrecerse ante el monarca?
Un horizonte infernal, un laberinto diabólico. En el cuartel general de Génova, ese recinto de losers despistados, se intenta un amago de reacción. La parálisis conduce al cementerio. Hay que hacer algo, hay que moverse. Cuatro fases tiene el jueguito. Cuatro escenarios para ocupar la nada:
1.- El primer paso es el trampantojo de la formación del Gobierno. El PP es el partido más votado luego lo tiene que intentar. Paripé democrático. "Que se vea que estamos vivos". Telefonazos de Feijóo a las formaciones obligadas. El odioso gordito Ortúzar, que ya está a dos pasos de sepultar al PNV, exhibe infantilón su corte de mangas. "Hemos arruinado las esperanzas de Feijóo". El nacionalismo vasco, carlista, jesuítico, farisaico, tramposo y cobardón, cree que así ya ha cumplido. Con las elecciones de abril llegará Bildu y le echará del sillón. Se habla también con los canarios, otros que tal, y con UPN. Luego con Vox y PSOE. Un juego de sombras chinescas para despistar la agonía.
2.- La siguiente pantalla es la investidura. Otro rompecabezas estival para pasar el rato. ¿Debe o no debe Feijóo ofrecerse ante el monarca? Las cacatúas oficiales aventan polémicas e imaginan disputas internas. ¡Hagan ruido señores! Mientras tanto, dos prófugos, Puigdemont y una Rovira, ponen condiciones a Sánchez para regalarle el sí. Que lo tendrá.
De nuevo, entonces, a las urnas. En Nochebuena, Nochevieja (caen en domingo) o primeros de año. En la España sanchista todo es posible, ya se votó una investidura en Reyes
3.- En paralelo se aviva la alternativa de la vuelta a las urnas. El argumento es bien simple. Como todo depende del tipejo del flequillo de Waterloo, un zumbao inestable y cerril, apenas cabe despejar las dudas. Y si dice no? Pues de nuevo, a las urnas. En Nochebuena, Nochevieja (ambas celebraciones caen en domingo) o primeros de año. En la España sanchista todo es posible, ya se votó una investidura en Reyes. Quede claro que ni a los separatistas catalanes ni a Sánchez les conviene nuevas elecciones. Los primeros viven horas de pavor, con el electorado declinante. El segundo no puede arriesgarse a cualquier sobresalto. Tras el escrutinio del voto del exterior -un escaño más para el PP- a Sánchez ya no le basta con la abstención de Puchimón. Necesitará el sí. No pasa nada, le dará lo que pida, desde mangonear en el Teatro Real, como reclamaba Macià para obsequiarle papeles protagónicos a su querida, una sopranillo del montón, hasta que Mbappé vaya al Barça.
4.- Último peldaño en la escalera del consuelo: la legislatura será breve. No más de dos años. El nuevo Frankenstein será mucho más inviable que el saliente. Sánchez dispone ahora de una mayoría parlamentaria más frágil que las muñecas de Lauren Bacall. Precisará los 'síes' de ERC y Bildu, más la abstención del enajenado de Waterloo. La mayoría absoluta del PP en el Senado complicará el tránsito parlamentario de algunas leyes, impedirá la reforma de estatutos y propiciará incluso la creación de comisiones de investigación sólo por molestar. Tampoco ha de olvidarse que, desde el 28-M, el poder territorial ha cambiado de color. Un cinturón azul de dirigentes del PP rodea al Palacio de la Moncloa. Bien coordinado, este círculo conservador puede resultar un tremendo fastidio. Y para finalizar, Bruselas, esa vieja dama indigna, tan necesaria como bobalicona. Fin del dinero barato, de los fondos a espuertas, de la alegría del gasto, del derroche y la vida fácil. Retorno a la ortodoxia fiscal y a la exigencia de unas cuentas en orden, al rigor presupuestario.
Logrará la investidura, formará Gobierno, no habrá elecciones, completará la legislatura y luego, si la derecha persiste en su obcecada necedad, intentará de nuevo la prórroga
'Vaya lío', diría Rajoy. 'Me resbala', piensa Sánchez. Quienes imaginan que el autócrata del progreso va a pasarlas canutas con este escenario erizado de riesgos, exigencias y adversidades, lo tienen claro. Logrará la investidura, no habrá elecciones, formará Gobierno, completará la legislatura y luego, si la derecha persiste en su obcecada necedad, intentará la prórroga. Por el camino firmará las amnistías y los referendums que sean precisos (¿inconstitucional?, que llamen a Pumpido que me da la risa, como diría Otegi), empobrecerá la sociedad, emponzoñará el ámbito democrático, culminará la voladura del diálogo social, la convivencia y el progreso, consagrará el cainismo como sistema político, la polarización, el frentismo, el odio -derecha, ultraderecha, extrema derecha, franquismo, fascismo...- y, si fuera necesario, afrontará la reforma del vértice del Estado con un cuestionamiento de la monarquía. Si esto dura cuatro años, incluso ocho o doce, es obvio quién las va a pasar canutas.
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