Esta semana quedó consumado el despropósito con un fin de fiesta a la medida de Sánchez, un hombre devorado por la pasión de mandar al coste que sea, incluso al de la demolición del mismo Estado cuyo Gobierno aspira a presidir indefinidamente. Es ya un lugar común decir que Sánchez es un tipo sin principios, sin referente moral alguno, obstinado y traicionero. Todo eso es cierto, pero no se suele caer en la cuenta de que se trata de un improvisador nato. Lo suyo más que un manual de resistencia es un manual de improvisación. Desde que, aprovechando la crisis que vivía el PSOE tras la debacle de 2011, se propuso hacerse con el liderazgo del partido todo han sido improvisaciones para ajustarse a un panorama cambiante y salirse con la suya. Unas le han salido bien, otras mal, pero nunca se ha dado por vencido y he ahí el secreto de su aguante.
Improvisó una candidatura a las primarias del PSOE recorriendo las sedes de toda España en coche con una mochila a cuestas por todo equipaje. Una vez arriba, con Podemos en pleno auge y bendecido por las encuestas, trató de presentarse como su antídoto. Debutó en sociedad dando un golpe de efecto. En un acto algo desconcertante, emuló a los políticos estadounidenses acompañado por su esposa y con una inmensa bandera española de fondo. Aquello causó estupor entre la tropa socialista. No era eso lo que buscaban las bases, querían un PSOE radicalizado que continuase la obra de Zapatero y la llevase hasta sus últimas consecuencias. Sentían que Podemos era el auténtico heredero del zapaterismo y por eso se estaban pasando en masa al nuevo partido que les decía lo que querían oír.
Sánchez tuvo que improvisar de nuevo, pero tampoco le salió. Los resultados de las elecciones de 2015 fueron decepcionantes. El PSOE pasó de 110 escaños a 90, de siete millones de votos a cinco millones y medio. Números más que justificados para prescindir de él, pero una carambola acudió en su auxilio. Podemos había quedado ligeramente por debajo, no se había consumado la “pasokización” del PSOE y se atribuyó ese éxito. Su objetivo era gobernar y lo haría de cualquier manera, incluso con 90 diputados y menos votantes que nunca. Engatusó a Albert Rivera, que había obtenido 40 escaños, para firmar un acuerdo, pero era un brindis al sol. Se quedaban muy lejos de la mayoría absoluta, aún con esas se plantó ante el Rey y le dijo que quería intentarlo.
No consiguió arañar un solo voto más de los pactados con Ciudadanos, pero eso era lo de menos, aquella investidura fallida de marzo de 2016 tenía un único objetivo, el de amarrarle a la secretaría general del PSOE y ser de nuevo candidato para las elecciones de junio, algo que logró sin problemas porque no había tiempo para convocar un congreso. El resultado en junio fue aún peor, se dejó cinco escaños. Ante semejante batacazo tuvo que improvisar de nuevo y en ese punto decidió cerrarse en banda, el famoso no es no que mantuvo la investidura de Rajoy bloqueada durante meses. La vieja guardia del PSOE intervino y se lo quitó de en medio, pero ahí no acababa la cosa. No aceptó su sino, improvisó sobre la marcha y unos meses más tarde estaba de vuelta apoyándose en las bases y sin que nadie en Ferraz se atreviese a toserle.
Un año después se le presentó la oportunidad dorada de hacerse con el poder por la puerta de atrás. Improvisó en pocos días una moción de censura y le salió bien. Con solo 85 escaños y el 22% de los votos (un punto más que Unidas Podemos) se convirtió en presidente del Gobierno. Ya había llegado, la cuestión era cómo perpetuarse. Improvisó entonces un Gobierno de perfil moderado para transmitir la idea de que era un gobernante joven, serio y moderno, el futuro de la maltratada socialdemocracia europea. Era así como quería verse, pero no como le veía el electorado español porque casi un año después de llegar al poder se decidió por convocar elecciones. Lo tenía todo a favor, la economía marchaba bien, aún no se había presentado la pandemia y la buena parte de la prensa estaba de luna de miel con el Gobierno bonito que había salido de la moción de censura. Pero se estrelló contra las urnas, se quedó en 123 escaños, muy lejos de los 160 a los que aspiraba ya que a Podemos aún le quedaba mucha cuerda. De nuevo un bloqueo y una improvisación, esta vez buscó a propósito la repetición electoral con la esperanza puesta en que le sucediese lo que a Rajoy tres años antes, que regresase a casa parte del voto socialista y eso le reportase los 20 o 30 escaños que le faltaban.
Repetir las elecciones le sentó mal, se dejó 700.000 votos y tres escaños. Había que apostar nuevamente y lo hizo cerrando un acuerdo exprés con Pablo Iglesias, el pacto del abrazo, que preludió la anterior legislatura. A pesar de que no mucho tiempo antes había dicho que no podría dormir tranquilo con Iglesias en el Gobierno, le entregó una vicepresidencia y cuatro ministerios. Para entonces estaba claro que el ciclo se cerraba. En 2020 la pandemia le permitió gobernar por decreto y con el Congreso cerrado durante meses, pero no era un tipo especialmente popular. Su gestión de la pandemia fue tan nefasta como sectaria. Se obsesionó con la Comunidad de Madrid y para ello, como no, recurrió a la improvisación.
Desde Moncloa y con la entusiasta colaboración de Ciudadanos pergeñó una moción de censura en Murcia que luego se repetiría en Madrid. El PP privado de dos de sus baluartes quedaría al pairo despejando su camino a la reelección. Pero aquello fracasó estrepitosamente provocando un adelanto electoral en Madrid que consolidó a su némesis, Isabel Díaz Ayuso, con una cómoda mayoría en la Comunidad de Madrid. Llovía sobre mojado. No había convocatoria autonómica que le saliese bien. En 2020 con el Gobierno de coalición recién estrenado los socialistas fueron incapaces de capitalizar la debacle de Podemos en las gallegas y las vascas. Dos años después se despeñaron en Castilla y León y Andalucía. Las municipales de este año fueron lo más parecido a un funeral en Ferraz.
Tras tantos años de sanchismo el partido ha terminado siendo un trasunto del líder, carece por completo de autonomía, todo el que en sus filas podía suponer una amenaza por pequeña que fuese ya ha sido purgado
A Sánchez se le había puesto cara de fiambre, en cuestión de semanas le reclamarían un congreso extraordinario y comenzarían a repartirse su túnica. El fantasma de lo que había pasado en 2011 se les apareció a todos. Se acababa lo bueno, el poder se les iba de las manos y nada podía hacerse para evitarlo. Ahí improvisó de nuevo. Horas después de conocerse el desastre del 28-M compareció ante los suyos para anunciar que disolvía las cámaras y convocaba elecciones a las que, por descontado, se presentaría. Zapatero en 2011 hizo lo contrario, encajó el golpe y se marchó dejando el partido preso de la confusión y el derrotismo, listo para que Rajoy le diese la puntilla. Esta vez Sánchez se ponía al frente porque no concibe su existencia alejado del poder. Más allá quizá haya vida, pero no la tiene por tal. Apretó la mandíbula y echó el resto dejando que Feijóo se confiase. El resto lo conocemos bien porque es lo que hemos vivido del verano a esta parte.
La investidura ha sido su enésima apuesta improvisada. El PSOE pudo haber evitado este desenlace tan triste, tenían otras opciones, algunas incluso manteniéndose en el poder mediante una gran coalición con el PP, pero ninguna pasaba por Sánchez. Tras tantos años de sanchismo el partido ha terminado siendo un trasunto del líder, carece por completo de autonomía, todo el que en sus filas podía suponer una amenaza por pequeña que fuese ya ha sido purgado. A Sánchez esta vez sólo le quedaba una vía para mantenerse en la Moncloa, la de reeditar la mayoría de la moción de censura aún a sabiendas que esta vez esto le saldría carísimo y seguramente le metería en problemas con la Constitución y el Poder Judicial. Una minucia al lado de su ambición.
De haber necesitado a VOX para gobernar habría firmado lo que Santiago Abascal hubiera tenido a bien ponerle delante. Eso mismo es lo que ha hecho con Carles Puigdemont. El acuerdo de investidura es esencialmente un “diktat” de Junts per Catalunya que ha aceptado no tanto porque crea en eso (Sánchez no cree en nada salvo en ocupar el poder), como en que eso le permite seguir en la Moncloa. Imaginemos por un momento que las elecciones las hubiese ganado Sumar con el mismo resultado que el PP. Sánchez no habría jamás firmado un acuerdo de Gobierno con Yolanda Díaz ya que la presidencia del Gobierno hubiese recaído en ella. Habría improvisado un acuerdo con la derecha a cambio de una serie, seguramente muy ambiciosa, de concesiones. Con Sánchez no hay ni izquierda ni derecha, no se pone ni a este ni al otro lado de la Constitución, lo mismo le da una España federal que una autonómica, no está ni a favor ni en contra de la OTAN, el aborto, la eutanasia o las centrales nucleares. Sánchez sólo tiene una ideología: él mismo residiendo en el palacio de la Moncloa. Todo lo demás está supeditado a eso. Cuanto antes lo entienda la oposición mejor para todos.
esperanzado2023
La única manera de derrotar a El Felón es que el PP se sacuda sus complejos y no caiga en la trampa en que cayó Guardiola la extremeña, Borjita el nulo, Pons, Cuca, etc que compraron todos y cada uno de los mantras de la izquierda. Feijóo q es un hombre serio debe poner orden y rodearse como Ayuso de gente seria y no de chusqueros de la política. Las elecciones no las ganó Frankenstein, sino que las perdió el PP atenazado por sus complejos.
joluisma
Por mi "profesión" he intentado analizar, si es real, y mirada una y varias veces, y utilizadas técnicas, muchos de los PRESENTES, incluso él MISMISO SANCHEZ, asi mismo, lo REPUDIAN. Se nota una "tirantez" de SENADO ROMANO, en la que solo falta la entrega de la "DAGA", para que se SUICIDE. SANCHEZ, soy un POBRE DIABLO, no me cambio tu PODER, ni por una BONOLOTO. SOY FELIZ y me GUSTA LA FRUTA
el paciente irlandes
@DJUNQUERA Esto ya no va de la gobernabilidad de España. Eso ha pasado casi a ser secundario. Se trata de echar a este maligna personaje cueste lo que cueste. Quien no entienda eso no entiende dónde estamos y haciendo dónde vamos. ( y gracias por tu comentario)
el paciente irlandes
@DJUNQUERA En serio me dices que no debería haberse considerado? Todavía no sabemos de que va esto? Aquí de lo que se trata es de deshacernos de Pedro Sánchez, que es un auténtico peligro para la convivencia. Cualquier español con dos dedos de frente entendería hoy en día un pacto contra natura de estas cartéristicas. Otra cosa- ese es uno de los riesgos- es poder explicárselo a millones de españoles que no lo entenderían. O acaso crees, échale un poco de imaginación, que un Gobierno presidido por Yolanda Díaz, pero marcado por Abascal y Feijóo, sería peor para la convivencia que la banda de Pedro Sánchez?
Silvania
Pues sí. Gracias por molestarte en hacer un resumen de la trayectoria. Para que no se nos olvide quién es este sujeto y a qué ha venido. Pero él no está solo. Hitler no habría podido hacer lo que hizo él solo. Los autócratas pirados necesitan un ejército de imbéciles y malvados que son los que lo mantienen en el poder.
el paciente irlandes
Muy buen artículo. Muy buen resumen de Pedro Sánchez. Lo que la gente no ha entendido y lo que ni PP ni VOX entienden es que si se quiere despojar uno del corrosivo Sánchez los remilgos, los reproches estúpidod, las alianzas tradicionales y limitadas a las que opta la derecha no sirven. Y no sirven porque Sánchez estar dispuesto a pactar con cualquiera y por lo tanto es el doble de complicado que las derechas lleguen. Por eso la derecha en España tenía y tiene que, al menos, considerar innovar y no confiar en la ingobernabilidad del monstruo Frankenstein. Si Abascal y Feijóo hubiesen estado listos hubieran- al menos- propuesto un pacto de gobernabilidad por lo bajini a Yolanda Díaz para que fuese ella Presidenta del Gobierno a cambio de que no propusiera charlotadas o locuras. Al menos haberlo sondeado y a expensas de que Yoli lo hubiese aceptado, que esa hubiera sido sin duda una de las incógnitas. Pero a fin de cuentas si se le pregunta a cualquier español , visto de lo que es capaz Pedro Sánchez,a quién preferiría en la Presidencia del Gobierno entre Pedro y Yoli la opción menos mala creo que es obvia. Esa opción tendría sin duda innumerables riesgos tanto para Feijóo como para Abascal como para España, pero esa vía se tenía que haber explorado. Ahora estamos en otra pantalla y ojalá Sánchez se pegue un castañazo. Pero viendo al personaje va a ser difícil. Antes nos achicharra a todos.