Así suele calificarse en Estados Unidos a sus presidentes durante el segundo mandato presidencial. Pato cojo. La limitación legal que les impide presentarse a una nueva reelección provoca que, por estar ya determinada a fecha fija su próxima salida de la Casa Blanca, su capacidad de influir en diputados y en senadores quede significativamente reducida disminuyendo así sus opciones de sacar adelante proyectos legislativos y, en definitiva, de gobernar el país. Es cierto que en España no existe limitación alguna para que un presidente del Gobierno pueda optar a la reelección tantas veces cuantas quiera pero, sin embargo, son otros los motivos que han llevado a Sánchez a convertirse en el auténtico pato cojo de la política española.
Todo empezó en la misma noche electoral del 23 de julio del año pasado. Un Sánchez eufórico proclamó con entusiasmo incontenido la frase “Somos más” con la que anunció que para la nueva legislatura que iba a dar comienzo, y con objeto de seguir en La Moncloa, proyectaba sumar a Junts, el partido ultra independentista del prófugo Puigdemont, a la estrambótica mayoría parlamentaria con la que había gobernado los últimos cuatro años. Todo hacía presagiar que de ese modo su posición en el Congreso de los Diputados se debilitaría aún más al añadirse un nuevo grupo político -y ¡qué grupo!- a los que podrían chantajearle recurrentemente.
El presagio se ha confirmado y, 246 días después de aquella noche, es ya una evidencia que Sánchez es un auténtico rehén secuestrado al que sus secuestradores manejan a su antojo con la permanente amenaza de negarle su apoyo en las votaciones del Congreso. Nunca un Gobierno español ha perdido tantas en tan poco tiempo, se hayan referido a proyectos legales abortados o se refirieran a proposiciones no de Ley. La amnistía es un claro ejemplo de la debilidad expuesta. Derrotada la primera versión presentada en el Congreso y tras asegurar él y los suyos que no se modificaría una coma de su contenido, Sánchez se vio obligado a desdecirse -una vez más- y a aceptar de modo groseramente sumiso la imposición de Puigdemont de cambiar el texto incorporando las exigencias impuestas por el prófugo para lograr que fuera aprobado en el Congreso. Lo dicho, quedó patente que Sánchez es un auténtico pato cojo al frente de un Gobierno dispuesto a transitar lastimeramente a lo largo de una legislatura claramente fallida.
Pero no acaban en lo expuesto los motivos que provocan la cojera del pato Sánchez porque la detección de la corrupción a gran escala que salpica a su Gobierno y a su partido, perpetrada con motivo de los contratos suscritos durante la grave pandemia que sufrimos en 2020, ha venido a agravar la debilidad de sus remos. Y por si ello no fuera suficiente, los españoles estamos conociendo ahora las correrías empresariales de todo tipo realizadas por su mujer, Begoña Gómez Fernández de Sánchez, que la han aupado profesional y económicamente donde jamás hubiera llegado de no ser la mujer del presidente del Gobierno dados su ridículo currículum académico y su prácticamente inexistente experiencia profesional previa.
Todos los grandes problemas nacionales que debieran afrontarse tienen aparcada su solución ante las dificultades que supondría su aprobación parlamentaria
Por la conjunción de los motivos expuestos, el margen del actual inquilino de La Moncloa para desarrollar una auténtica acción de Gobierno ha quedado reducido casi a la nada. Sánchez es ya menos que el peor pato cojo que caricaturizan los norteamericanos. Y la minúscula intensidad legislativa del Consejo de Ministros que preside es la evidencia que así lo confirma. Todos los grandes problemas nacionales que debieran afrontarse tienen aparcada su solución ante las dificultades que supondría su aprobación parlamentaria.
Ante la gravedad de la situación, nuestro particular pato cojo ha optado por multiplicar sus giras internacionales a la espera de que escampe la tormenta interior. Pareciera que busca fuera el bálsamo de fierabrás que le cure de los males que él mismo se ha provocado por subordinar todo al requisito sine qua non de permanecer en el poder a toda costa y a todo coste. Y persiguiendo Sánchez fuera lo que no encuentra dentro, los problemas de España siguen esperando la solución que no llega, como esperaban a Godot los personajes de la obra de Samuel Beckett. Es así, elaborar una senda realista para la consolidación fiscal, disminuir de manera real y no ficticia el desempleo, garantizar de verdad la sostenibilidad futura de las pensiones, reformar el sistema de financiación automática, reducir el desbocado gasto público, revertir el proceso de huida de la inversión extranjera, frenar el proceso de despoblación que asola a la mitad de nuestro territorio, parar la caída de la renta per cápita de los españoles y su alejamiento de la media europea, vitalizar nuestra tasa de natalidad, definir una política razonable de inmigración…, todo está aparcado por la desesperante incapacidad del Gobierno que preside Sánchez debido entre otras cosas a su extremísima debilidad parlamentaria.
La afrenta del Valle de los Caídos
Eso sí, dado que estamos en las vísperas de tres elecciones -las vascas, las catalanas y las europeas-, y para intentar desviar la atención sobre la cojera que le atenaza, Sánchez ha vuelto a resucitar a Franco y al franquismo. Su turismo necrológico al Valle de los Caídos constituye una miserable actuación solo propia de los caudillos autocráticos pues, en pro de sus intereses personales y partidistas más bastardos, no ha dudado en afrentar a los muertos y a sus familiares con un vídeo que pasará a la historia de la humillación colectiva. Su nuevo anuncio de intentar acabar con la Fundación Francisco Franco es una patética broma por ser ya la enésima vez que lo proclama.
Pero Sánchez sigue cojo. Ni su tournée de vedette por el mundo ni sus nuevos juegos malabares con la figura de Franco le permiten escapar del laberinto parlamentario de salida imposible en el que se ha metido. Tampoco sepultan la corrupción de su Gobierno y de su partido. Y tampoco entierran la conducta indecorosa, ausente de cualquier ética, y quien sabe si más, que ha seguido su cónyuge desde que ambos están instalados en la alcoba presidencial. Definitivamente, Sánchez es un pato cojo y lo será todo el tiempo que dure esta fallida legislatura en la que por su egoísmo y por su ilimitada ansia de poder ha decidido embarcar a España y a los españoles.
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