Miedos hay muchos. El del portero ante el penalti. El escénico del Atleti cuando salta al Bernabéu. El cerval de los conserjes en el Ministerio de Igualdad. El infantil robótico por culpa de Mapi. El extremo ante la llegada del recibo de la luz. El especular de Borges. El horrorizante de San Agustín. El paralizante de Kafka. Y luego está el miedo a las urnas del Supermayo de Pedro Sánchez. Es lo único que le quita el sueño, lo que altera su habitual estado de estomagante arrogancia.
Es una pesadilla insistente. Y va a más. El espectro de un mapa de España teñido de azul. Como ocurrió aquel de mayo de 2011, cuando el Partido Popular le sacó diez puntos al PSOE en las elecciones regionales y locales. Los populares se impusieron en diez comunidades (Valencia, Extremadura, Baleares entre ellas) y el PSOE perdió todos los ayuntamientos de capitales de provincia menos cuatro (Cuenca, Lérida, Soria y Toledo).
"Quien espera el castigo, lo sufre y quien lo ha merecido, lo espera". Rodríguez Zapatero, en la línea de Plutarco, sufrió el castigo esperado. La hecatombe financiera de 2007 se convirtió en cataclismo socialista en 2011. Después del trastazo autonómico y municipal, Zapatero prometió que no adelantaría las generales. Y fiel a la escuela socialista, incumplió su palabra, las adelantó cuatro meses, se fue a su casa y le dejó el marrón a Alfredo Pérez Rubalcaba, gran urdidor de patrañas en la sombra pero inútil como cabeza de cartel. Mariano Rajoy alcanzó la mayoría absoluta de los 11 millones de votos, cinco más que la fuerza del progreso.
Colocar a Pilar Alegría y a Patxi López en el frontispicio de la comunicación para que ejerzan de ilusionistas de la nada es como vestir a Rosalía con un tutú para que baile el Cascanueces.
Esta es la angustia que ahoga a Sánchez, que se repita la escena de hace doce años. Una victoria arrolladora de la derecha. Algún asesor le ha aconsejado que adelante las generales para este otoño, cuando aún el monstruo de la crisis no haya desplegado toda su espeluznante dimensión. Tal opción no cuaja. Más que estratega, parecería un cobarde. ¿Qué diría la historia?
Al objeto de afrontar con ciertas garantías la crucial cita del próximo mayo, Sánchez ha laminado a la dirección de Ferraz, ha cambiado la alineación de la cúpula, ha puesto el aparato del partido a las órdenes de Moncloa y ha ampliado el equipo de la ya descomunal factoría de ficción, 800 asesores por metro cuadrado o así.. Un movimiento de piezas tan improvisado que evidencia un poso de desesperación. Colocar a Pilar Alegría y a Patxi López en el frontispicio de la comunicación para que ejerzan de ilusionistas de la nada es como vestir a Rosalía con un tutú para que baile el Cascanueces.
Sánchez ha transformado las oficinas presidenciales en un desmesurado artefacto electoral. No se trata de gestionar el presente de un país que se ahoga entre los números rojos y la inflación, de ordenar las medidas para salir del oscuro atolladero, de dar con alguna fórmula para vadear el precipicio. El objetivo es, estricta y simplemente, no hundirse en los comicios del miedo. Nombramientos, cargos, incorporaciones, nuevos departamentos, mayor estructura, despliegue de medios, un refuerzo inopinado y sin precedentes en el artefacto de marketing político al servicio de la Moncloa. Incluso ha repescado al número dos de Iván Redondo, aquel Paco Salazar que holgaba dichoso en los altos del hipódromo. Ni siquiera Laporta ficha tanto.
La sentencia de los Eres, los negros datos del empleo y la inalcanzable escalada de la inflación. La respuesta de los publicistas del sanchismo fue chapucera e improvisada
Las malas noticias, junto a las implacables encuestas, se amontonan en forma abrupta, como las cogorzas de Mitch en El dorado. Sólo en los últimos días hemos tenido la sentencia de los ERES, los negros datos del empleo y la inalcanzable escalada de la inflación. La respuesta de los publicistas, para tapar tanto agujero, ha sido torpe e improvisada. El baile de las corbatas y el apagón de los escaparates, dos recursos chapuceros que provocaron burlas y butifarras. Situar en el mismo plano la corbata y el Falcon sólo se le ocurre al coiffeur de la vicepresidenta Ribera. Un hallazgo distópico de efecto más que dudoso. La titular de la cartera ecolo ha tenido que recular con su medida del apagón, dada la revuelta registrada en comunidades y empresarios de toda España.
"Hay nervios en el Gobierno", es la frase más repetida entre los analistas que se resisten a pronunciar la palabra 'pavor'. Nadia Calviño, por ejemplo, ya no disimula la realidad del mazazo. "Vienen curvas, preparémonos para lo peor", confesó en una emisora amiga. Y no eludió la palabra tan temida: recesión. Tras ser reconvenida desde arriba, moduló horas después: "Mantenemos un crecimiento fuerte". Nadie la cree.
Madrid no se apaga
Los miembros del Gabinete, salvo las niñas podemitas que están en su guateque, comparecen ante los medios aterrados, como si se les hubiera aparecido la suegra de Freddy Krueger, sin nada que ofrecer y con menos que explicar. La portavoz Isabel Rodríguez es la imagen de la dolorosa. La nueva Alegría se quiere firme y, a la tercera frase, se desmaya. La excepción es la titular de Ciencia (premio a quien diga su nombre sin consultar Google), una pívot de outfits impensables, como recién salida de Star Trek, incapaz de hilar la proposición con el predicado.
Para tapar las desgracias económicas, el sabio ejército de asesores organizó ese disparate de ahorro energético que tan sólo ha logrado dos objetivos: alentar en Bruselas la imagen de un gobierno español delirante y situar de nuevo a Isabel Díaz Ayuso ("Madrid no se apaga" y olé) en el eje de todos los debates y en el centro de todas las adhesiones. Mientras tanto, el presidente, atenazado por el miedo, se encomienda sin fervor a los Migueles para superar el viacrucis de mayo. "Feijóo no aguanta", se repite cada noche, en su torturada semivigilia entre las playas de la Mareta.
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