Opinión

Sánchez pierde, pero no se da por aludido

El domingo nos deja un Ejecutivo más débil, que se apoya en socios en caída libre, sin presupuesto y sin apenas margen de maniobra, salvo que Sánchez esté dispuesto a aumentar su nivel de tolerancia al chantaje

Las elecciones europeas de este domingo han vuelto a confirmar el declive de un partido que, desde mayo de 2023 y con la excepción de Cataluña, solo colecciona derrotas. El PSOE de Pedro Sánchez ha perdido más de 2 millones de votos respecto a las europeas de 2019 y ha visto cómo el Partido Popular duplica la ventaja obtenida en las generales del 23 de julio, superando a los socialistas en más de 700.000 votos e incrementando en un millón y medio sus apoyos, a pesar de la alta abstención.

Lo que tres el 9-J no podrá hacer de ningún modo Sánchez es presentar el desenlace de las urnas como lo que también pretendía, una suerte de indulto social de Begoña Gómez

Con Sánchez a los mandos, el PSOE ha cedido el poder en la mayoría de las autonomías y principales ayuntamientos, ha dejado de ser alternativa de gobierno en comunidades clave, como Galicia, País Vasco o Madrid, y ahora culmina este ciclo electoral con un raquítico resultado que, no obstante, pretenderá exhibir, a lomos de la habitual campaña de propaganda, como una prueba más de la extraordinaria resiliencia de su secretario general. Lo que no podrá hacer de ningún modo Sánchez es presentar el desenlace de las urnas como lo que también pretendía: la culminación del plan que garantizaría la inmunidad de Begoña Gómez gracias a una victoria en las urnas; la impunidad de la cónyuge mediante una suerte de tercermundista indulto social que de paso enviara un severo aviso a los jueces.

Pero si el líder socialista se puede permitir seguir alimentando el relato del infatigable defensor de las libertades frente a la amenaza de la ultraderecha, no es tanto por sus méritos sino gracias al fracaso de su principal socio de gobierno. La eficacia demostrada por el PSOE a la hora de vampirizar a Sumar, se ha visto extraordinariamente facilitada por la futilidad de Yolanda Díaz, a quien estas elecciones le han mostrado la puerta de salida. Así ha sido. Este lunes anunciaba su renuncia al partido aunque se mantenía en el Gabinete.

Los socialistas salvan a duras penas los muebles gracias a esa vampirización que radicaliza su oferta y les aleja de la centralidad, lo que, en clave interna, anuncia una continuación de la legislatura todavía más bronca y estéril. Porque lo que nos deja el 9-J es un Ejecutivo más débil, que se apoya en socios que también sufren un alto desgaste en las urnas, sin presupuesto y, por tanto, sin apenas margen para desarrollar políticas públicas de alguna utilidad, salvo que Sánchez esté dispuesto a aumentar su nivel de tolerancia al chantaje, algo que, a la vista de los antecedentes, no es en absoluto descartable.

Cataluña sostiene al PSOE, y es la creciente debilidad del independentismo -esa es la buena noticia- la que puede obligar a Esquerra y Junts a elevar la apuesta a cambio de seguir apoyando a los socialistas en el Congreso de los Diputados -esta es la mala-. Si, en lugar de Sánchez, el inquilino de la Moncloa fuera un político con amplitud de miras y sentido de Estado, y tras la victoria de Salvador Illa en las autonómicas del mes de mayo, los resultados de las europeas en Cataluña (+17% la suma PSC-PP; -17% y un millón de votos menos Junts-ERC) debieran ser leídos como lo que potencialmente podrían ser: la ocasión para echar definitivamente el cierre al procés.

La trampa que espera al PP

Con Sánchez, sin embargo, la opción de un acuerdo que incluya la ruptura del cordón umbilical con el independentismo es simplemente ciencia ficción. Debemos por tanto prepararnos para un escenario peor que el actual, en el que los diputados de Puigdemont tendrán aún más valor y Sánchez seguirá utilizando hasta la náusea el espantajo de una extrema derecha -ahora aderezado por esa excrecencia llamada “Se acabó la fiesta”- que en España está muy lejos del grado de penetración alcanzado en Francia o Alemania.

Paralelamente, Sánchez buscará rentabilizar en Europa los, por lo general, malos resultados de los socialdemócratas en el continente, que convierten al presidente español en una especie de ganador de la pedrea. Será en Bruselas donde Sánchez muestre su otra cara y exija a Núñez Feijóo el apoyo necesario para lograr sus objetivos (que pretenderá identificar con los de España) y colocar a sus peones. Esa será la próxima trampa que deberá esquivar el líder del Partido Popular, a quien Sánchez le exigirá un patriotismo que él nunca ha practicado. Y a cambio de nada.

Europa está hoy ante uno de esos cruces de camino que pueden marcar para muy largo el futuro del continente. Solo la responsabilidad de los líderes que siguen apostando por los valores que inspiraron a los fundadores de la Unión, y la adopción de medidas eficaces contra lo que muchos viejos votantes del centro y la izquierda, que se han pasado a la ultraderecha, perciben hoy como amenazas directas a su bienestar, y que están vinculadas en gran medida a la ausencia de una política común frente a la inmigración irregular o la globalización, pueden frenar una deriva que ha llevado a Alemania o Francia a una situación de alarma extrema.

No se dará por aludido, no romperá con Puigdemont, mantendrá sus pactos con Bildu, forzará la renovación del Poder Judicial para lograr su control, al igual que ha hecho en el Constitucional

El 9-J ha sido un serio aviso para la Europa democrática, pero respira en parte aliviada tras comprobar que los europeístas (populares, socialdemócratas, liberales y verdes) retienen la mayoría en el Parlamento de Estrasburgo. Hay margen para reaccionar, aunque no sin abordar de común acuerdo y con realismo los problemas de fondo y achicando el espacio de las posiciones más extremistas. Huyendo de buenismos estériles, descartando maximalismos y exigencias de partidos minoritarios y dejando a un lado las ambiciones personales. Justo lo que Sánchez se niega a hacer en España, donde se somete alegremente a las exigencias de sus socios y alimenta a la ultraderecha para desgastar al PP.

Las elecciones europeas le han dado a Pedro Sánchez tiempo. Nada más. La pregunta es para qué. En esta situación de implícita parálisis, el tiempo es lo único que no nos podemos permitir. Sánchez sabe que lo que ahora convendría es ir a Bruselas, a defender los intereses de España, con el PP de la mano. Lo planteará, y pretenderá poner el foco en la responsabilidad de Feijóo, pero al mismo tiempo lo hará imposible. A pesar del notable castigo recibido (2,1 millones de votos perdidos), en una muestra mas de su concepción autocrática de la política, no se dará por aludido, no romperá con Puigdemont, mantendrá sus pactos con Bildu, forzará la renovación del Poder Judicial para lograr su control, al igual que ha hecho en el Constitucional. Porque su objetivo no es fortalecer en Europa la posición de nuestro país, sino conservar el poder en Madrid. Nada nuevo bajo el sol.

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