Opinión

Sánchez, el presidente más antiisraelí de Europa

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno de España y líder del PSOE, ha destacado como uno de los líderes más antiisraelíes de Europa, especialmente en el contexto de la crisis desatada por las masacres cometidas por Hamás el 7 de octu

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno de España y líder del PSOE, ha destacado como uno de los líderes más antiisraelíes de Europa, especialmente en el contexto de la crisis desatada por las masacres cometidas por Hamás el 7 de octubre. Aunque la critica se ha centrado en gran medida en los socios minoritarios de ultraizquierda del Gobierno, que han acusado a Israel de genocidio y crímenes de guerra, han pedido la ruptura de relaciones con Jerusalén con un embargo al estado judío y han participado en manifestaciones de grupos filoterroristas, el presidente del Gobierno y su partido comparten la grave responsabilidad de que el virulento odio antisemita bajo la fachada del "antisionismo" se haya normalizado en la vida pública de nuestro país.

Sánchez, a pesar de ocupar la presidencia rotatoria de la Unión Europea, fue el único líder de un gran país de la UE que no visitó Israel ni se comunicó con Netanyahu después de los eventos del 7 de octubre. En su lugar, visitó Egipto y se reunió con el líder de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbás. Sí fue decisivo a la hora de congelar la decisión de la UE de suspender las transferencias a causas palestinas hasta que se comprobara el uso no criminal de los fondos.

Aunque el líder del PSOE condenó la acción de Hamás y (finalmente) “reconoció” el derecho de Israel a defenderse, lo hizo con fórmulas inaceptablemente equidistantes y con una ambigüedad que, de modo efectivo, negaba ese derecho: ha pedido insistentemente un alto al fuego “humanitario” en la campaña contra Hamás (que permitiría a los terroristas recomponerse sin contraprestación sobre, por ejemplo, la liberación de rehenes) y ha criticado la operación israelí como "desproporcionada" y potencialmente contraria al derecho internacional humanitario, algo, francamente, tan injusto como insultante. Esto ha llevado a que publicaciones judías y otros medios internacionales apunten a España como la excepción destacable en el consenso de las naciones Europeas. Al nivel de Turquía.

El jefe del Gobierno español también prometió reconocer un “estado palestino” en su discurso de investidura, ingenuidad demagógica que debería preocupar a los que no quisieran ver un peligroso estado fallido en la región en manos de terroristas. De hecho, es evidente que realizar esta propuesta en estos momentos se entendería como una recompensa por el ataque terrorista de Hamás. Regalo realizado, precisamente a aquellos que no quieren su propio estado sino la destrucción de Israel y, por lo tanto, no se apaciguarán con la oferta.

Ha contribuido a crear un ambiente de hostilidad hacia los israelíes y los judíos en España impulsado desde las instituciones de todos

Todo esto viene de lejos: el PSOE de Sánchez ha contribuido a la institucionalización del antisemitismo en España, ya sea a través de posicionamientos políticos, la promoción del BDS o la falta de acción para combatir el antisemitismo en todas sus manifestaciones.
El impulso que las fuerzas de ultraizquierda, con la complicidad del PSOE, han brindado durante años al movimiento antisemita BDS, en numerosos ayuntamientos e instituciones regionales españolas ha contribuido a crear un ambiente de hostilidad hacia los israelíes y los judíos en España impulsado desde las instituciones de todos. Sólo la acción judicial de la sociedad civil ha impedido este abuso contra la minoría judía española, con 90 casos ganados en los tribunales por discriminación antisemita de gobierno locales españoles en manos de la izquierda y los independentistas.

De aquellos polvos, estos lodos a los que asistimos estos días, con incidentes como un escrache a un hotel de propiedad israelí en Barcelona, acosos a estudiantes judíos en escuelas de Baleares, el intento de asalto a la sinagoga de Melilla, la ocupación agresiva de estaciones de tren en Barcelona y Madrid por los que apoyan a los terroristas sin que intervenga la policía y hasta el riesgo que corren los futbolistas israelíes en la liga de fútbol española.

La permisividad, cuando no el alineamiento de Sánchez con la violenta hostilidad de la extrema izquierda, como Sumar o Podemos, contra todo aquello relacionado con Israel ha sido constante, sin que al PSOE le resultara inaceptable gobernar junto a un partido, como Podemos, cuya Fundación estuvo financiada por la República Islámica de Irán, que públicamente amenaza con un holocausto nuclear contra Israel. De hecho, los socios de Sánchez fueron empleados durante años del canal de televisión iraní en español, Hispan Tv, que les ofreció un altavoz para ganar notoriedad. De esa camada surgieron ministros rabiosamente antisemitas en el anterior gobierno, como Yolanda Díaz, Ione Belarra o Irene Montero.

Mónica García tiene una larga historia de odio desde que nos regaló aquel “todos los que justifican a Israel son, sencillamente, unos malnacidos”

En esta nueva etapa, lejos de reconducir la situación, Sánchez dobla la apuesta, manteniendo a Díaz, que se ha fotografiado con sangrientos terroristas palestinos, e incorporado a siniestros personajes como Sira Rego, Ernest Urtasun, Mónica García y Pablo Bustinduy. Mónica García tiene una larga historia de odio desde que nos regaló aquel “todos los que justifican a Israel son, sencillamente, unos malnacidos”, mientras que Urtsaun y Rego destacaron por ser dos de los 21 hooligans de entre los más de 700 miembros del Parlamento Europeo que se negaron a condenar los bárbaros e inhumanos crímenes de Hamas del 7 de octubre. Bustinduy, junto a Rego, se estrenaron como ministros con una defensa del relato de los yihadistas de Hamás que debería avergonzar a todos los españoles.

En resumen, en vista de la hostilidad de Pedro Sánchez, su partido y sus socios contra Israel nada se debe esperar de su visita a Jerusalén más que otra oportunidad para el postureo y la pose. Sánchez, no sólo no tiene credibilidad alguna como mediador, sino que ni siquiera la tiene para que España sea considerada como una parte legítima y homologable a sentarse a la mesa de los países de la comunidad internacional con un comportamiento responsable.

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