Pedro Sánchez ha terminado la semana con un cambio de papeles dramático y de consecuencias imprevisibles para este país. En las cárceles catalanas ya no queda ningún político preso por el más grave intento de golpe de Estado desde 1981. Por la gracia de Sánchez y por su afán en culminar como sea su mandato y la segunda parte de la legislatura –para lo cual necesita los votos de la extrema izquierda, el nacionalismo, el independentismo y los herederos de ETA - el presidente del Gobierno y, con él, España, son hoy por hoy los únicos presos de aquel ‘procés’ que el 1 de octubre de 2017 puso al país contra las cuerdas.
Al grito de “Independencia”, "Libertad para Cataluña" y vindicando los indultos como la “derrota del Estado”, los nueve políticos se dieron un baño de multitudes ante las cámaras, la indignación de muchos millones de españoles –dos de cada tres eran contrarios a los indultos- y ante la incomprensión de muchos votantes socialistas que no entienden, como Felipe González, Alfonso Guerra, Nicolás Redondo, Emiliano García Page, por qué el socialismo español tiene que comulgar con estas enormes rueda de molino.
El PSOE es, desde que Pedro Sánchez resucitara y acabara con Susana Díaz y el viejo socialismo del difunto Rubalcaba, una sombra de lo que fue: ahora, nadie puede rebelarse al poder omnímodo del secretario general.
Los ‘barones’, ya de por sí acostumbrados a practicar el silencio de los corderos, tienen aún menos capacidad de maniobra desde la última reforma del partido. Page se lamenta ante los micrófonos, Vara se lleva los abucheos en su propia casa cuando intenta justificar los indultos y Susana Díaz es ya un cadáver que intenta buscar una sepultura de lujo en el cementerio de elefantes del Senado. Ni una voz se levanta en el páramo de Ferraz donde reinan Ábalos y Lastra.
Sánchez, al son de Iceta
En voz baja, no vaya a ser que se incomode su sanchidad, todos hablan del crujir de dientes al ver la salida de los presos y la exhibición de la victoria frente al Estado, al Supremo y al resto de “la mala España”. Ni un gesto, ni una disculpa, nada. Y mientras Miquel Iceta baila por las estancias de La Moncloa porque su ‘Pedroooo’ recoge, una tras otra, todas las demandas históricas del socialismo catalán, las encuestas siguen mostrando el hundimiento del PSOE.
Todos –incluso el CIS- recogen la desmovilización del electorado socialista fuera de Cataluña arrastrado por la falta de credibilidad de un presidente del Gobierno que hace meses decía, una y mil veces, que no habría indultos (ver vídeo de Albert Rivera adjunto) con la misma contundencia con la que aseguraba que nunca pactaría con los independentistas o que no podría dormir si se abrazaba a Pablo Iglesias.
Pero lo grave de la hoja de ruta de Sánchez no es solo que vuelva a ser engañado por Oriol Junqueras –igual que cayeron como pardillos Soraya Sáenz de Santamaría y Mariano Rajoy (de aquellos polvo, estos lodos)- sino que ha abierto la caja de Pandora de un nacionalismo reaccionario que ve en la debilidad y la urgente necesidad del inquilino de La Moncloa la oportunidad para dar el mayor mordisco posible a su mayor enemigo: la Constitución del 78.
Mientras Sánchez prepara la ‘mesa de diálogo’ bilateral en la que está dispuesto a revisar desde el régimen fiscal catalán al concepto de nación para Cataluña, el nacionalismo vasco se pone a la cola de las exigencias, y los herederos de ETA reclaman ya su trozo de peaje al apoyo a Pedro Sánchez.
Siempre habrá algo más para reclamar y diferenciarse. Esa es la esencia del nacionalismo: cuando los demás van a pie, ellos piden la bici; cuando los demás tienen bici, ellos exigen moto…"
El lendakari Iñigo Urkullu ha reclamado este mismo viernes la revisión del Estatuto vasco: no va a consentir Ajuria Enea que Moncloa otorgue a Cataluña las mismas ventajas fiscales de las que goza por ‘derechos históricos’ el País Vasco. Siempre habrá algo más para reclamar y diferenciarse. Esa es la esencia del nacionalismo: cuando los demás van a pie, ellos piden la bici; cuando los demás tienen bici, ellos exigen moto…
Y si Urkullu exige otro Estatuto, Arnaldo Otegi –el ‘hombre de paz’ de Zapatero (con él empezó todo)- reclama la salida de todos los presos de ETA en cuanto el ministro Marlaska termine de acercarlos como viene haciendo cada viernes.
En resumen, esta semana Pedro Sánchez ha culminado una dramática vuelta de tuerca: ha dejado en la calle a nueve presos sin arrepentimiento alguno, con la opinión en contra de dos de cada tres españoles, del Tribunal Supremo y de la Fiscalía, y ha convertido a España y a él mismo en los únicos presos del procés. Y ha entregado la llave de la celda a los independentistas en una mesa ‘bilateral’ en la que se negociará el futuro de España con quienes solo quieren acabar con ella.