El acto de presentación del Plan de Recuperación y Resiliencia del miércoles en Moncloa pretendía ser moderno, pero la escena recordaba lo más antiguo de la historia de España: un rey Pedro rodeado (telemáticamente, eso sí) de su corte explica con todo lujo de detalles las cosas maravillosas que construirá con el oro del galeón que está a punto de llegar de América, y mientras llega, cómo se endeudará hasta las cejas para pagarlas con unos banqueros alemanes y flamencos.
La Unión Europea tendrá que aprobar el Plan antes de desembolsar el dinero. Todavía no lo hemos enviado a Bruselas y, sin embargo, ya se anuncia que se incluirán 27.000 millones de euros para los presupuestos de 2021 que, pese al humo usado para taparlo, es evidente que saldrán del endeudamiento público. Con seguridad, en 2021 Bruselas no desembolsará tal cantidad en ningún caso.
Más preocupado por la imagen que por el contenido, el presidente Sánchez ha anunciado un plan con la música adecuada, la música que escucha en la UE desde hace meses –digitalización, economía verde— pero con una letra imprecisa o inexistente en asuntos básicos. ¿Dónde está la invitación al pacto político necesario para asegurar la continuidad y el apoyo en todos los niveles de gobierno para el plan? ¿Dónde está la oficina independiente que gestione y evalúe los proyectos a los que vamos a asignar el dinero? ¿Dónde las reformas imprescindibles para que la economía crezca?
Pedro Sánchez ha anunciado que nos vamos a comprar un coche cuyo seguro, combustible y mantenimiento no sabremos si vamos a poder pagar dentro de unos años
La inversión es necesaria en una situación como la que tenemos, pero no puede ser sustituida por cualquier gasto: no podemos montar un plan E con ordenadores cuando lo que necesitamos es un plan para aumentar nuestra capacidad productiva. Todo aquel oro americano levantó El Escorial y otras construcciones imperiales, pero multiplicó la inflación y deterioró el aparato productivo. No podemos comprometernos ahora, en plena crisis, con gastos estructurales que seguirán ahí cuando el dinero europeo ya se haya acabado, y sin que hayamos hecho las reformas que nos permitan pagarlos en el futuro. En otras palabras, más del siglo XXI, Pedro Sánchez ha anunciado que nos vamos a comprar un coche cuyo seguro, combustible y mantenimiento no sabremos si vamos a poder pagar dentro de unos años.
¿Y las reformas? Ni mencionarlas. Era de esperar que un Gobierno que ha amenazado con derogarlas se olvidase de incluirlas en el plan. Sin embargo, la UE espera que las inversiones vayan acompañadas de reformas estructurales, como la del mercado laboral y las pensiones, que garanticen que cuando venga la próxima crisis España no vuelva a ser el país más golpeado de Europa.
Reducir burocracia
Necesitamos que los fondos europeos se distribuyan en beneficio de los españoles y no de Pedro Sánchez. Por eso, una vez definidas las prioridades políticas, la selección de proyectos debería recaer en técnicos que evaluasen los proyectos. Sin embargo, Moncloa centralizará la ejecución del plan con Iván Redondo como encargado del reparto. ¿Cuál será el principal criterio de una persona que fue contratada con el objetivo de hacer presidente a Sánchez? Para facilitarle la labor, el presidente del Gobierno ya ha anunciado que cambiará la Ley de Contratos del Sector Público y la Ley General de Subvenciones, supuestamente para “reducir burocracia”; un objetivo poco creíble en un gobierno social-populista. Más probablemente, para que no haya límites a la arbitrariedad.
Anuncia Sánchez, como si estuviéramos en 1982, la creación de 800.000 puestos de trabajo. La destrucción de empleo está siendo muy superior, así que la cifra parece prudente. Pero, si Moncloa se quiere alimentar de la campaña socialista de 1982, ¿por qué no recuerda la reflexión posterior de Felipe González? “Prometí 800.000 empleos y destruimos 800.000 empleos. Aprendí a callarme para siempre, porque los empleos los dan los empleadores, no el Estado”.
Política de confrontación
El voluntarismo electoralista con poca base económica es una receta para el fracaso. La ausencia de herramientas de ejecución y control facilitará que Bruselas saque la tarjeta roja. La política de confrontación, por mucho que se disimule con relatos y palabrería, no podrá dar la credibilidad y la solidez que ofrece un gran pacto.
Nos estamos jugando mucho. Después de acercarnos a la media europea en los últimos 20 años, ahora corremos el riesgo de invertir la tendencia, de ir hacia atrás, porque sufrimos un destrozo sin precedentes de la economía, mucho mayor que el de los países de la UE. Para luchar contra la decadencia que nos amenaza tenemos de verdad que aprovechar la oportunidad, tenemos que ser serios. Sobran regates cortos, escenarios deslumbrantes y conciertos papanatas. Faltan reformas, herramientas y pactos. Falta visión.
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