Opinión

La trampa de los Presupuestos

Sánchez lleva meses ninguneando a Casado y cargando sobre el PP las culpas de todo lo malo que ha sucedido desde el invierno, que ha sido mucho

Tras el regreso de vacaciones, la principal preocupación de Pedro Sánchez no son los rebrotes, ni la crisis económica que ya está aquí arrasándolo todo a su paso, ni cómo se está poniendo, de nuevo, el tema en Cataluña. Eso son asuntillos menores, lo único que le quita el sueño son los presupuestos. Recordemos que a día de hoy este hombre gobierna, tras su preceptiva prórroga, con los que hizo Mariano Rajoy hace ya dos años y medio. Con ellos su capacidad de desplegar su programa, de 'hacer política' que decía Zapatero, queda muy mermada. Esto lo sabe desde el día en que aposentó sus reales en Moncloa, pero carece de fuerza en el Congreso para cambiarlos. Durante el primer año porque tenía incluso menos diputados que el PP. Tras las elecciones de abril consiguió superarle, pero con una mayoría ridícula de sólo 123 escaños que unos meses después se quedaron en 120.

Sánchez, que es tan amigo del boato presidencial y de la retórica hueca, es el presidente del Gobierno más frágil desde 1977. Nadie había osado gobernar con una anemia parlamentaria semejante, por lo que se ve obligado a articular tetrapartitos cada vez que quiere aprobar una ley orgánica, que en España requieren la mayoría absoluta de la cámara baja. Esta fue, en última instancia, la razón por la que fue de cabeza a nuevas elecciones hace un año. Sabía que 123 diputados eran muy pocos y lanzó una moneda al aire, pero no salió del lado que él y su equipo de asesores esperaban. Llegó al 10 de noviembre débil y salió de él más débil aún.

Esto le echó en brazos de Podemos, pero los de Pablo Iglesias también salieron magullados de las urnas. Entre ambos se quedaban a 21 escaños de alcanzar la mayoría absoluta y eso les forzaba a pactar no con uno, sino con dos o tres partidos más para gobernar con relativa tranquilidad y amarrarse así al poder hasta 2023. Ese era el panorama que tenían por delante en febrero. Llegó entonces la pandemia, el estado de alarma y estos meses en punto muerto parlamentario. La pandemia sigue aquí pero, descartado otro estado de alarma, resurge el problema original: carece de mayoría y no puede gobernar con los presupuestos de Rajoy eternamente.

Perdió la apuesta de noviembre y ahora se encuentra con el problema que tenía tras superar la investidura, agravado por una crisis que no ha hecho más que empezar y que le pondrá todo cuesta arriba

La pandemia le ha regalado seis meses de Gobierno por decreto y la buena disposición de Ciudadanos que, de un modo más o menos disimulado, se ha sumado al bloque gubernamental. Pero el Ciudadanos actual no es el de hace un año, cuando contaba con 57 escaños en el Congreso y era el tercer partido más votado del país a menos de un punto porcentual del PP. De haberse mantenido ese equilibrio hoy Sánchez lo tendría más fácil, pero perdió la apuesta de noviembre y ahora se encuentra con el problema que tenía tras superar la investidura, agravado por una crisis que no ha hecho más que empezar y que le pondrá todo cuesta arriba.

Era esto, la situación tan apurada que atraviesa el país, lo que quería emplear como palanca para que, por puro patriotismo, Casado se subiese en el barco, le regalase los presupuestos y así pueda gobernar hasta por lo menos 2022. La trampa estaba tan a la vista que hay que ser ciego o un necio rematado para caer en ella. Sánchez lleva meses ninguneando a Casado y cargando sobre su partido las culpas de todo lo malo que ha sucedido desde el invierno, que ha sido mucho. Poco importa que Casado se pusiese de perfil en mayo y que desde entonces no haya emitido un mal quejido. El Gobierno, asediado en todos los frentes, necesitaba un antagonista y ese papel le tocó a Casado interpretarlo. Es un antagonista pésimo porque no levanta la voz y su perfil público más que plano es subterráneo, pero no tenía otro villano a mano y tuvo que tirar de él.

Pero ahora le necesita para asegurar esta formalidad y, ya de paso, rematar la fractura en la derecha. El primer interesado en que Casado aceptase el cáliz envenenado que le pusieron en la mano era Sánchez, el segundo Abascal, que se ve como coche escoba de los descolgados del PP. Ninguno de los dos tendrá cumplida satisfacción porque Casado ve la Moncloa como algo alcanzable a medio plazo sin necesidad de compartirla con el PSOE. Podría, cierto es, haber puesto precio a su apoyo. Entre el PSOE y el PP superan con mucho la barrera de los 176 escaños, por lo que bastaría con que ambos votasen a favor para sacarlos adelante. Pero eso traería aparejado aventar a Podemos del Gobierno y romper cualquier hilo con los nacionalistas.

Con Podemos no es suficiente

Por ahí Sánchez no va a pasar porque si su empeño primero es permanecer en el poder, el segundo es mantener a Podemos cerca para evitar que vuelva a capitalizar el voto de extrema izquierda y les haga un roto que les deje como en 2016, con 85 míseros diputados y el miedo metido en el cuerpo. Al final será con Podemos con quienes tendrá que arar este campo. Pero con ellos no es suficiente por lo que habrá de entenderse con todos los que le auparon al poder en la moción de censura de 2018.

Ahí evidentemente sobra Ciudadanos. En Podemos no los pueden ver, en ERC menos aún y sus diez diputados son sustituibles. En este punto se abre un batiburrillo de partidos que hará mucho más complicado que todos salgan satisfechos. Lo que es seguro conociendo el historial del personaje es que todos saldrán engañados. Para llegar al número mágico de 176 síes necesita a Podemos, a ERC y a JxC. Podría prescindir de JxC incorporando a Bildu y Más País; o al PNV, Teruel Existe, el BNG y el PRC de Revilla. Las cuentas le salen, pero sólo sobre el papel. Partidillos menores como Teruel Existe o el PRC no pedirán mucho porque sólo aportan un diputado, pero ERC o Bildu más que pedir exigirán. Ese es su principal problema. Tal vez consiga aprobar los Presupuestos (de lo contrario tendrá que ir a elecciones), pero lo hará con la lengua fuera, seca de prometer y lista para que la realidad se la chamusque.

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