Una idea se va abriendo paso con dificultad en ese pliegue del Partido Socialista en el que se resguardan muchos de los que hicieron la Transición y los que la continuaron, que nada tienen que demostrar ni que perder, y algunos otros a los que queda todo por hacer pero no están dispuestos a malgastar la herencia de sus padres y abuelos. Una idea que va poco a poco ensanchando el surco gracias a una disidencia que no se resigna a que las siglas de las que un día tan orgullosos se sintieron sean hoy percibidas como ajenas, como la moneda con la que Pedro Sánchez, a costa de su devaluación, paga el arrendamiento del poder. Una idea que comparten bastantes más de los que se atreven a expresarla: en agrupaciones, ayuntamientos, comunidades autónomas. Una idea que poco a poco va cristalizando después de muchos sinsabores, momentos de desconcierto y creciente incredulidad: “Que pierda Sánchez para que gane el PSOE”.
Es una idea sugestiva, va calando, pero todavía es minoritaria. Para que una idea se abra paso alguien la tiene que defender. Y son muy pocos los que hoy, aunque estén de acuerdo con ella, se atreven a defenderla. Al menos a campo abierto. Las elecciones de mayo serán el punto de no retorno, para bien o para mal, pero de momento operan como secante. El miedo a que la corriente anti socialista desaloje de sus puestos a alcaldes y presidentes regionales es superior a los reparos que despierta en estos la posible aparición del presidente, en plena campaña electoral, en sus respectivas circunscripciones. Hace tiempo que en territorios varios Sánchez es percibido como un lastre, pero no queda otra que tragar. Si levantas la voz, te tiran a la cara el latiguillo: ¿Prefieres que gobierne la ultraderecha?
El miedo a la derecha y la ultraderecha es el principal ingrediente del chantaje emocional al que Sánchez somete a militantes y simpatizantes del PSOE
La excusa de la ultraderecha le ha servido al sanchismo para depreciar el valor terapéutico y purgador de la alternancia; para mantener como eje de su acción política el menosprecio de valores que debieran ser perdurables, como la transversalidad y el consenso; para vestir de valientes y progresistas decisiones que debilitan los fundamentos del Estado, como la culminación del proceso de acercamiento de presos de ETA al País Vasco, no rentabilizado por la grandeza y la generosidad de la democracia, sino por los verdugos, porque esa era una de las condiciones impuestas por Bildu. Y todo ello con la connivencia de un decepcionante ministro del Interior que interpreta con magnanimidad la ley cuando se le ordena contentar a los socios de gobierno y aplica de forma severa el reglamento si de lo que se trata es de corregir la “rebeldía” de sus subordinados frente a órdenes políticas nítidamente arbitrarias, caso del coronel Pérez de los Cobos.
La ultraderecha es para Sánchez el mejor escudo contra la crítica interna, el espantajo al que se recurre para acallar las voces que, por ejemplo, cuestionan una ley de memoria que, apadrinada por los herederos de ETA y Esquerra Republicana, devalúa la vocación conciliadora de la Constitución y avala la confrontación como ignominiosa arma electoral. La ultraderecha y la derecha son los ingredientes necesarios del chantaje emocional al que están sometidos muchos militantes y simpatizantes del PSOE que se escandalizan cuando ven cómo se aligeran las penas de agresores sexuales y se les revuelve el estómago cada vez que Otegui se pone una medalla, pero siguen aceptando como apaciguador de conciencias el lastimoso argumento de que lo que venga después será mucho peor.
Este ya no es el partido que más se parece a España; con este PSOE no hubiera sido posible el gran acuerdo de país que fue la Transición
Si a estas alturas todavía no se han dado cuenta de la tosca manipulación, de que con este secretario general no hay posible luz al final del túnel, de que si Sánchez se hereda a sí mismo el PSOE dejará definitivamente de ser un partido reformista y con vocación mayoritaria; si siguen cerrando los ojos ante lo evidente, a que el PSOE ya no es el partido que más se parece a España, a que con este PSOE no hubiera sido posible el gran acuerdo de país, el inédito contrato de reconciliación que fue la Transición, pues allá ellos. Pero debieran ser conscientes de que salvar a Sánchez es arriesgarlo todo a una irreversible mutación hacia la radicalidad, sobre la que ha alertado Alfonso Guerra, enterrando definitivamente al PSOE desacomplejado que un día ocupó la centralidad, al partido de tradición socialdemócrata y liberal que fue garantía de estabilidad y de progreso.