De todos los miembros de este Gobierno pintoresco e incapacitado para llegar a buen puerto, la que goza de más prestigio es la actual vicepresidenta tercera y ministra de Economía, Nadia Calviño. Como los españoles somos a veces tan acomplejados y pedestres, que esta señora haya sido directora general de Presupuestos en la Comisión Europea es la carta con la que el presidente Pedro Sánchez ha logrado persuadir a todos sus acólitos, e incluso a muchos de sus torpes opositores -digamos la derecha blanda ‘out’ que representa García Margallo, o la derecha blanda pero ‘in’ de ‘Feijóo and company’- de que con Calviño estamos en buenas manos, pues ella se ocupará indefectiblemente de procurar el bienestar del país deteniendo la vocación por la catástrofe de Podemos. Pero nada tiene por qué ser así. De hecho, la señora Calviño aparenta estar cómoda en un Gobierno cuyo vicepresidente segundo es el señor Iglesias, en el que la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, también es comunista y en el que la ministra de Hacienda, Chiqui Montero, es una choni andaluza acostumbrada a cerrar las cuentas públicas a martillazos.
Haber sido directora general de Presupuestos de la UE es un aval enorme, dado el lumpen que compone el Ejecutivo de la nación, pero es un apunte bastante más modesto de lo que aparenta si se conoce el paño. Hay más de cincuenta directores generales en la Comisión, y lo más sensato que se puede decir del puesto que ha ocupado Calviño es que solo ha sido una buena contable, pues ni siquiera la dirección de Presupuestos tiene responsabilidad sobre la política fiscal de los Estados de la Unión. También se podría esperar que estuviera educada en la ortodoxia, pero los hechos lo refutan, y más bien revelan que se esmera a la menor oportunidad en demostrar lo contrario.
Para sostener la afirmación aportaré una prueba consistente. El pasado domingo, el diario La Vanguardia publicó una entrevista con la señora Calviño cuyo titular fue: “El Pacto de Estabilidad no se corresponde con la realidad de España”, sugiriendo que habría que modificarlo para acomodarlo a nuestros intereses, es decir, a nuestras debilidades manifiestas. “Sí sirve -insistió- para otros países más estables, pero no para nosotros”, aclarando con una inocencia y una sinceridad elocuentes que somos unos desequilibrados muy poco de fiar.
Lo que la señora Calviño está más que insinuando es que la situación de la economía española se está debilitando por momentos
Hace tiempo que no leía una afirmación tan grave viniendo de una persona formada, normalmente constituida y con responsabilidades tan importantes en el gobierno de la nación. Ni Iglesias lo habría hecho peor. Las reglas de la UE, y por tanto del Pacto de Estabilidad, están hechas para el conjunto. Todos estamos obligados a cumplirlas porque en su momento aceptamos que combatir el endeudamiento público era una condición inexorable para promover el mayor crecimiento posible. Aunque tal clase de disquisición les pueda parecer esotérica, lo que la señora Calviño está más que insinuando es que la situación de la economía española se está debilitando por momentos. No ya es que estemos creciendo a un ritmo del 2%, más de un punto por debajo de hace un año y a la menor velocidad constatada desde 2014, sino que el déficit público está absolutamente disparado y no tiene visos de corregirse sino de aumentar a corto y medio plazo.
El Banco de España prevé que el año pasado el desequilibrio presupuestario habrá acabado en torno al 2,5% del PIB, al mismo nivel que en 2018, y todo apunta a que en 2020, dados los nuevos compromisos de gasto como la revalorización de las pensiones, la subida del sueldo de los funcionarios y otras canonjías y ocurrencias, el déficit pueda volver a sobrepasar el 3% del PIB, que es la línea roja impuesta por Bruselas para todos los países de la Unión, y que hemos incumplido sistemáticamente durante demasiado tiempo salvo en 2018.
Para una economía que se está desacelerando, que crece ahora a un ritmo del 2%, volver a la tesitura de sobrepasar el 3% de déficit es una salvajada, es una vergüenza, es un caso dramático
Lo que nos propone la señora Calviño para afrontar el incumplimiento flagrante del Pacto de Estabilidad, que era su mandato principal como ministra de Economía y guardiana de las esencias, es “una negociación y un diálogo permanente con la Comisión Europea” a fin de obtener una suerte de plácet, o sea, una patada hacia adelante. Y puede que Bruselas se avenga a insuflarnos árnica, pues el momento por el que atraviesa la Unión, después del Brexit, y con problemas acuciantes, aunque de un tono menor, en Francia o en Italia, augura que quizá haya manga ancha indiscriminadamente. Pero esta suerte de liberalidad, si finalmente se produce, no absolverá nuestro pecado capital.
Para una economía que se está desacelerando, que crece ahora a un ritmo del 2%, volver a la tesitura de sobrepasar el 3% de déficit es una salvajada, es una vergüenza, es un caso dramático de suciedad de nuestras cuentas públicas, más cuando se produce en una coyuntura de tipos de interés negativos que nos permiten ahorrar dinero en la financiación de la deuda, pero que, en el momento que suban, y puede que la circunstancia no sea lejana, van a representar una condena casi letal.
Desde que se instaló en La Moncloa, de donde no saldrá ni con agua hirviendo, el presidente Sánchez, acostumbrado a chulear a su propio partido, a sus votantes -a los que engañó prometiéndoles lo contrario de lo que está haciendo- y a su propios socios de Podemos en el Gobierno, ahora se plantea el siguiente desafío, que es ni más ni menos que chulear a la Unión Europea, a la Comisión de Bruselas, renegociando el Pacto de Estabilidad del que abjura gravemente la señora Calviño, la de las esencias, la de las garantías, la guardiana de la ortodoxia.
Por fortuna, yo jamás deposité en ella demasiada confianza después de sus confesiones gratuitas y absurdas que adornan a todas las mujeres que nos dirigen de que son feministas, ecologistas y demás gaitas. Al fin y al cabo, la señora Calviño es hija de su padre José María, el primer presidente de la televisión pública del PSOE nombrado en los ochenta por el entonces vicepresidente Alfonso Guerra con el objetivo explícito de infundir socialismo en vena entre los españoles. Y la hija se dedica a lo mismo -seguro que Bruselas no ha sido mala escuela- aunque para ello tenga que emborronar las cuentas públicas del país, condenándolo a una deuda pública insostenible; aunque para ello tenga que dar el visto bueno a una subida del salario mínimo inconveniente y nociva; aunque tenga que pasar por un desequilibrio del sistema de pensiones que hace aguas, y aunque para ello tenga que tragar con la retahíla de disparates que se le vaya ocurriendo a la tropa de Podemos en el Gobierno.
Por desgracia, las consecuencias de este cóctel amargo de incompetencia y sectarismo no pasan desapercibidas. Incluso el diario El País, el diario del régimen, no tuvo más remedio que publicar el pasado domingo los pésimos resultados del Barómetro que elabora para él cada cierto tiempo la consultora Deloitte, y que son demoledores -a pesar de que seguramente están previamente cocinados-. La mayoría de las empresas preguntadas opina que la economía está empeorando con claridad. Las expectativas se hunden, bajando en 14 puntos las compañías que esperan incrementar sus plantillas, en 10 puntos las que esperan aumentar su rentabilidad y desplomándose literalmente las proyecciones de inversión. Las empresas tampoco muestran reparo a la hora de valorar un Gobierno “que será muy malo para la economía española” -un 66% de los consultados-. Pero no se extrañen. No es un corolario ni sorprendente ni inesperado, vista la calidad del presidente que lo dirige y de los ministros que lo componen, incluida por supuesto la vicepresidenta Calviño, que se ha revelado como una auténtica apóstata de la fe que algunos todavía piensan que ha bebido en Bruselas.
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