El 3 de octubre de 2017 por la noche, saliendo de Actualidad Económica, la revista que he dirigido durante trece años, me enteré de que el rey Felipe VI iba a emitir en breve un mensaje a la nación. Muchos llevaban tiempo reclamándolo en las redes sociales, pero yo siempre me manifesté escéptico y dudé de que se atreviera. Por eso la noticia me produjo una gran zozobra, una enorme inquietud e incluso un ataque de ansiedad. ¿Y ahora qué dirá éste, pensé? Temía lo peor. El ‘borboneo’. Dos días antes se había consumado el referéndum ilegal en Cataluña y la turba había incendiado Barcelona y otros lugares de la región en un ejercicio de rebelión intolerable.
Me dirigí lo más rápidamente posible al bar Jean de mi amigo Klever para escuchar el discurso en la televisión. Y he de decir que aquel fue uno de los momentos más felices de mi vida. No hubo ‘borboneo’: ni pasteleo, ni contemporización ni paños calientes. No era Juan Carlos I el que hablaba pidiendo perdón como siempre desde hace décadas sino su hijo recibiendo el bautismo. Sucedió justo lo contrario de lo que presumía.
Como entonces relataron todos los medios, en su discurso el monarca señaló la difícil situación creada en la comunidad autónoma por el ‘procés’ y pidió al Ejecutivo de Mariano Rajoy detener la barbarie. "Es responsabilidad de los legítimos poderes del Estado asegurar el orden constitucional y el normal funcionamiento de las instituciones, la vigencia del Estado de Derecho y el autogobierno de Cataluña, basado en la Constitución y en su Estatuto de Autonomía".
Sin hacer una alusión directa Felipe VI, instaba a Rajoy a tomar medidas, algo que se materializaría dos semanas más tarde en la aplicación del artículo 155, al que se resistió hasta el último momento, siempre incómodo -y más tras el mensaje imperativo del Rey- el presidente del Partido Socialista, el señor Sánchez.
"Con sus decisiones han vulnerado de manera sistemática las normas aprobadas legal y legítimamente, demostrando una deslealtad inadmisible hacia los poderes del Estado". Felipe VI acusó a los políticos separatistas de no cumplir con sus responsabilidades como representantes del Estado español en Cataluña y les reprochó haber "quebrantado" y "socavado" la soberanía nacional, "porque es derecho de todos los españoles decidir su vida en común". "Con su conducta irresponsable pueden poner en riesgo la estabilidad económica de Cataluña y de toda España".
A modo de despedida, el jefe del Estado afirmó que mientras el país siga siendo una monarquía parlamentaria no habrá cabida para la fractura territorial.
Reacción de euforia
Aquel día dormí a pierna suelta. El siguiente habíamos quedado a cenar unos amigos liberales en Combarro, y todos coincidimos: “Habemus Rex”. La sensación entre los comensales, y he de decir que no todos era monárquicos, era de absoluta euforia. Hasta entonces, la trayectoria de Felipe VI era completamente ignota, y las ideas políticas conocidas de su consorte bastante desalentadoras. Recuerdo que aquella noche tomé unas angulas, las primeras de la temporada, que me costaron un riñón; pero todo fue perfecto porque la ocasión era memorable y porque cualquier sacrificio, por penoso que fuera como el de las angulas, merecía la pena.
El discurso del Rey del 3 de octubre de 2017 fue leído antes y aprobado -como obliga la Constitución-, por el señor Rajoy, que, conociendo al personaje, debió pensar: “Hossstias, esto va en serio”
Pienso sin duda que el presidente Sánchez detesta al rey Felipe VI desde aquel día, entre otras razones porque el monarca tuvo bastante que ver en que diera su brazo a torcer para intervenir la Generalitat de Cataluña, una medida urgente y crucial a la que el petimetre se oponía sistemáticamente. Aunque algunos de ustedes quizá lo ignoren, el discurso del Rey del 3 de octubre de 2017 fue leído antes y aprobado -como obliga nuestro régimen legal y la Constitución-, por el señor Rajoy, que, conociendo al personaje, debió pensar: “Hossstias, esto va en serio”.
Lo interesante del asunto es que el presidente Rajoy dio el visto bueno a ese discurso, que demostró un respeto infinito por Felipe VI, que le dejó hacer, y que aceptó concederle un protagonismo que jamás ha tenido un rey en democracia salvo Juan Carlos I con motivo del 23-F, pero con la diferencia de que entonces el Parlamento y el propio Gobierno estaban secuestrados por los sediciosos.
Mensajes inanes y prescindibles
Desde entonces, y quizá por ese discurso providencial, la figura del rey Felipe VI se ha ido desvaneciendo paulatinamente hasta instalarse en la nada. Sus mensajes posteriores, con motivo de las fiestas navideñas, o con la causa de la pandemia, han sido un manojo de lugares comunes, de una retórica inane y absolutamente prescindible. Desde entonces, ni ha conmovido, ni ha seducido ni ha ganado adepto alguno. A ello me parece que ha colaborado infatigablemente el presidente Sánchez, que tomó muy buena nota de aquel histórico 3 de octubre de 2017 y que se juramentó para que no volviera a repetirse jamás.
Cuando cualquier espectador avisado contempla a los dos en escena, se tiene la sensación amarga de que Sánchez piensa indefectiblemente: '¿Y qué hace este tipo aquí? ¿Por qué diablos tengo que soportarlo? ¡Me sobra!' Y a ello se dedica en cuerpo y alma, tratando de ocupar espacios que no le corresponden en las recepciones oficiales, desasistiéndolo de sus labores de acompañamiento en la reciente gira por las autonomías de España, por ejemplo, y ahora con la bomba atómica de última hora. Esta no ha sido otra que echar a patadas al Emérito Juan Carlos I de España.
Mi opinión es que todo esto está atado y bien atado desde el inicio de los tiempos. La conducta impropia del Emérito se conoce desde que abdicó, y por eso lo hizo, por eso se fue
Porque esta operación de largo alcance ha sido diseñada hasta el milímetro por Sánchez y ejecutada sin escrúpulos por Carmen Calvo, ésa que cuando era ministra de Zapatero se vestía con corpiños de puntillas, ésa que decía que el dinero público no es de nadie, pero que tiene una navaja de Cabra, que son más afiladas que las de Albacete.
Toda esta historia de Juan Carlos I es un montaje, una patraña, una tramoya. Y las presuntas desavenencias de los de Podemos y de los republicanos catalanes con Sánchez, también. Mi opinión es que todo esto está atado y bien atado desde el inicio de los tiempos. La conducta impropia del Emérito se conoce desde que abdicó, y por eso lo hizo. ¿Por qué cobra repentinamente ahora este protagonismo público descarnado?
¿Cui prodest? Pues naturalmente, sirve a Iglesias, que está en horas bajas lleno de mierda hasta las cejas -para tapar sus escándalos de dinero y de bragueta-, y al señor Sánchez para distraer la atención sobre la hecatombe económica que amenaza al país en otoño. El señor Sánchez ha establecido una gran cortina de humo para volver a oscurecer las consecuencias de su enorme negligencia e ineficacia en el combate contra el virus.
Para esconder que, según Financial Times, somos el país con más exceso de muertos del mundo en relación con los que se producían antes de la pandemia, también para ocultar que padeceremos la peor recesión del planeta, y finalmente, para diluir el rescate brutal que vamos a tener que solicitar a Europa. Sí. ¡El rescate! al que nos aboca que no tengamos un puto duro. Vamos a pedir, y me parece muy bien, 20.000 millones al fondo europeo ‘Sure’ para seguir financiando los Ertes, vamos a pedir dentro de poco 24.000 millones al fondo Mede, para poder invertir en Sanidad y otros gastos relacionados con la pandemia, y todos estos fondos tienen la condición de préstamos condicionados que hay que devolver con intereses, es decir, que son un rescate en toda regla, aunque -el diablo está siempre en los detalles- hay una gran diferencia con los 40.000 millones que obtuvo Rajoy y el ministro Guindos para sanear la banca. Estos fueron destinados a una reforma estructural, los nuevos serán para alimentar gasto corriente. Por eso contra lo que dice el macho alfa del Gobierno, el vicepresidente Iglesias, vamos a ser rescatados, como entonces e igual: para que nadie se quede en la cuneta, ni los depositantes de los bancos abocados a la quiebra en aquella época ni los millones de parados de ahora.
A mi amiga de izquierdas, Sacramento, le parece muy bien que Sánchez se vaya de vacaciones a La Mareta, el palacio que regaló a Juan Carlos I el rey Husein de Jordania. Yo creo que es la demostración más palmaria de que estamos ante un presidente sin ningún escrúpulo, que se siente absolutamente impune y ajeno por completo a cualquier clase de rectitud moral. Es un personaje que después de expulsar a Juan Carlos I de España elige cagar en su mismo baño para que todo el mundo lo sepa y extraiga este mensaje prístino: En este país mando yo, coloco a mi mujer donde me da la gana y jamás aprobaré -como hizo el decente Rajoy- que un mindundi como Felipe VI me diga qué tengo que hacer.
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