Silvio Berlusconi se aupó al poder sobre los escombros de una clase política desvergonzadamente extractiva que, durante décadas, convirtió a Italia en su finca particular. Como en 2013 dejó escrito el profesor Andrea Donofrio, en un trabajo para la Fundación Ortega-Marañón titulado “Berlusconi y la espectacularización de la política”, “contra los partidos tradicionales y ante la crisis del Estado-nación, Berlusconi vampirizó literalmente el poder político, beneficiándose de la crisis de representatividad y de la apatía social generalizada”. Dueño y señor de un monopolio televisivo privado construido gracias a sus privilegiadas relaciones con el poder (Canale 5, Rete 4 e Italia 1), Berlusconi fue, entre 1994 y 2011 el protagonista indiscutible de la política italiana, convirtiendo la democracia, en palabras de Donofrio, en “un simulacro, vaciándola de su contenido y sus atribuciones”.
“El populismo mediático desecha los cauces institucionales para hacer de la televisión ágora y parlamento, vocero y caja de resonancia en la relación del gobernante con la sociedad. Trabado con la pantalla, el telespectador se conecta con la realidad política a través de los mensajes audiovisuales. Si la fuente de tales contenidos es una sola, o si su pluralidad resulta escasa, la información política que los ciudadanos reciban será elemental y unilateral” (Medioacracia: “Populismo mediático, Berlusconi y el poder de la televisión”).
El catecismo de Il Cavaliere. Berlusconi mostró con mayor claridad el camino: si se controlan los medios, cualquiera puede hacerse con el poder. La televisión, los medios en general, principal campo de batalla político. El dominio de los medios, médula de la estrategia partidaria, y el Parlamento convertido en un plató más del espectáculo.
Afrontamos un decisivo período electoral y no hay lugar para las medias tintas. O conmigo o contra mí. A Tornero se lo han llevado por delante porque seguía empecinado en buscar consensos. Grave error de cálculo en estos tiempos
“Esto lo lleva Bolaños. Órdenes del jefe”. Confesión de parte de un alto cargo del Gobierno. En efecto, solo hay que preguntar. Arrancaba la semana y el ministro de la Presidencia recibía en Moncloa a las dos consejeras de RTVE elegidas a propuesta del PSOE, Elena Sánchez (nueva presidenta interina y contrastada profesional metida en camisa de once varas) y Concepción Cascajosa. El secretario de Estado de Comunicación, Francesc Vallès, hacía lo propio con Ramón Colom. Diurnidad (sic) y alevosía. ¿Para qué disimular? El lunes había dimitido el presidente de la Corporación, José Manuel Pérez Tornero, elegido en marzo de 2021 tras el acuerdo alcanzado, aleluya, por PSOE, PP, Unidas Podemos y PNV. Pero el momento de la lírica ya es agua pasada. Afrontamos un decisivo período electoral y no hay lugar para las medias tintas. O conmigo o contra mí. A Tornero se lo han llevado por delante porque seguía empecinado en buscar consensos. Grave error de cálculo en estos tiempos.
Cierto que, como aquí ha contado Rubén Arranz, la gestión del catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona distaba mucho de ser excelente. Pero no estamos hablando de eso. Hablamos de esa vocación confiscatoria e instrumental de los partidos cuando de RTVE y otros organismos públicos se trata. Hablamos de una institución que con cada vuelta de tuerca a la que los partidos la someten pierde un grado más de crédito social. Hablamos de la creciente fragilidad de un medio público que, allá donde existe, suele ser un medidor fiable de la buena o mala salud de la democracia. Hablamos del penoso papel secundario al que el Gobierno condena al Parlamento (¿nada que decir, señora Batet?). De eso hablamos; de que RTVE es solo el último ejemplo del descarado acoso al que los contrapesos indispensables en un sistema democrático que se respete a sí mismo vienen siendo sometidos, con alarmante frecuencia, por el poder político.
A Tornero no le ha echado el Parlamento; le han echado Sánchez y Pablo Iglesias. El presidente de RTVE se rodeó de un grupo de fieles, demasiados, algunos vinculados al socialismo catalán. Inútiles por innecesarios, pero moderados y sensatos. Algo inadmisible para Unidas Podemos. Para los nostálgicos del NODO, el entourage de Tornero era algo así como la izquierda blandengue, que diría Irene Montero. En los últimos meses, no había negociación entre el gobierno A y el B en la que el podemismo no tirara a la cara de sus interlocutores socialistas la nómina de tertulianos con asiento en TVE y pidiera sin complejos el relevo del presidente de la Corporación. Daba igual que se tratara de la ley del “sí es sí” o de los presupuestos. “¡Para ti la Consejería de Turismo! ¡Dame a mí los telediarios!” (Pablo Iglesias).
En los últimos meses no había negociación en el Gobierno en la que el podemismo no tirara a la cara de sus interlocutores socialistas la nómina de tertulianos con asiento en TVE y pidiera sin complejos el relevo del presidente de la Corporación
Podemos se la tenía jurada a Tornero desde que éste sacó de la parrilla el programa de Jesús Cintora. Se dieron por aludidos. Les habían tocado donde más duele, en la cuota. Se sintieron expropiados, expulsados de un territorio que a todos los efectos ya consideraban propio. Ahora, con la salida forzada de Tornero, lo que corresponde es recuperar el terreno perdido, negociar un nuevo reparto. El PSOE cederá, ya veremos en dónde y en qué, porque ya tiene a sus peones bien instalados en Torrespaña. Y eso no se toca. Lo interesante será ver cómo prorratean su cupo Ione y Yolanda. Seguro que Pedro Sánchez asiste divertido a la refriega. Desde lejos, porque el gran líder, asegurado el control de lo importante (“Dame a mí los telediarios”), no está para minucias, sino para terminar el trabajo y cerrar el círculo, asegurando la “comprensión” de las privadas vía fondos europeos, entre otros caramelos, y cobrándose los favores hechos a los grupos editoriales “amigos”.
Sánchez no es el dueño de ninguna televisión privada. No es Berlusconi. Pero, como Berlusconi, no va a dudar en usar el poder de sugestión de los medios para limitar los daños derivados de su acelerado desgaste. Y la televisión pública, ante el estruendoso silencio de periodistas insignes y asociaciones profesionales, va a ser inexorablemente una víctima más de ese designio presidencial. No, Sánchez no es dueño de ninguna televisión, pero ya no disimula su intención de compensar esa carencia. Alegará legítima defensa -ya saben, lo de las terminales mediáticas de los poderosos-, pero no cejará hasta poner RTVE a su servicio. “Il piccolo Berlusconi”.
La postdata: Umberto Eco y el populismo mediático
“Ese es el tipo de régimen de populismo mediático que Berlusconi está instaurando, en el que se establece una relación directa entre el jefe máximo y el pueblo a través de los medios de comunicación de masas, con la consiguiente desautorización del Parlamento (…). No podemos evitar pensar que la democracia romana comenzó a morir cuando sus políticos comprendieron que no hacía falta tomar en serio sus programas, sino que bastaba simplemente con caer simpáticos a sus, cómo diría, telespectadores” (Umberto Eco. Manuale del candidato-Istruzioni per vincerele elezioni. 2007).
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