Opinión

Sánchez se viste de factor ferroviario

Nuestro presidente ejercerá de buen factor ferroviario, levantando y bajando la bandera y soplando el silbato hasta que se vaya el último tren

La radio, la buena radio que se hace en España en estos momentos que vive el mundo, es sin duda una manera especial de seguir la invasión rusa. No sólo por la información, cierta y puntual, que ofrece este medio, que cada vez es más moderno, sino porque está transmitiendo a sus oyentes un punto de emoción y tristeza que hace que aflore la empatía con los ciudadanos de Ucrania. No sé bien las razones, aunque supongo que las visitas de niños de Chernóbil a España en época estival han facilitado que sean tantos los que hablan tan bien nuestro idioma. Subrayan con exactitud lo que quieren decir, enfatizan los verbos y escurren las vocales cuando se les acaba el aire porque les puede la emoción. Pero no pierden el sitio. Será su educación, su forma de ser, pero la voz es una herramienta poderosa para mostrar la dignidad, el orgullo de pertenencia a una nación. Son menos temperamentales que nosotros. No levantan la voz. Son la prueba evidente de que no hace falta para tener la razón.

Una columna de sesenta kilómetros de tanques y material pesado estaba este martes a las puertas de Kiev. Esa masa de hierro dispuesta para destruir la ciudad seguramente ha llegado ya a su destino. Hiela la respiración pensar en lo que son kilómetros de tanques uno detrás de otro. Me dice un buen amigo que piense un momento en la carretera de Andalucía que une Ocaña con Madrid toda ella ocupada por carros de combate. En el momento en el que escribo los rusos acaban de bombardear una torre de televisión de más de 300 metros.

El ejército de Putin está comunicando a la población que abandonen sus casas. Tiene razón Borrell: las fuerzas del mal siguen vivas. Y por eso, los ucranianos tendrán miedo. Tienen que tenerlo. Y sin embargo, no lo parece cuando escucho a un maestro de escuela que sigue yendo a un colegio que ya no tiene alumnos; a un médico que pudo irse y se quedó; a un señor de 70 años pidiendo armas, o a un conductor que ha cambiado su taxi para traer en un autobús militar a jóvenes a los que su patria -sí, señores de Unidas Podemos- les está llamando.

Alemania, la locomotora moral de la UE

La Unión Europea está respondiendo con una precisión que a muchos nos resulta milagrosa. Cierto, si no es por el movimiento excepcional de Alemania nada hubiera sido igual. Que haya sido un canciller socialdemócrata el que ha ordenado mandar armamento a Ucrania y aumentar el presupuesto de defensa, algo insólito desde la segunda Guerra Mundial, no ha inspirado nada a nuestro aburrido presidente del Gobierno. Pónganse en mi teclado un segundo. Si lo tildo de aburrido es porque Sánchez ha agotado las palabras. Hablar de él después del ejemplo de la mayoría de los países europeos es lo más parecido a perder el tiempo. Ignoro si ha habido algún ministro comunista que haya amenazado con dimitir si España envía armas. Si es así, y esa es la razón por la que España no hace lo mismo que Suecia, Noruega, Finlandia, países que no están en la Unión Europea, es para sentir vergüenza por quien dirige este país.

España, otra vez fuera de la Historia

Vi la entrevista que ofreció el presidente este lunes en televisión y es fácil concluir en lo que ya sabemos: no tiene nada dentro. No hay en él una idea, un concepto, una ironía, una reflexión que nos haga pensar. Es un nudo de frases hechas y repetidas hasta la saciedad. Una bola de pedantería inflada de trivialidades impropias de quien manda en un país como este. En lo único que resulta efectivo es en el uso descarado de las medias verdades. En realidad, es un mentiroso compulsivo incapaz de transmitir una emoción, y menos, un cierto sentido de pertenencia a una nación en la que seguramente no cree, o si cree, debe hacerlo a la manera de Zapatero. ¿Lo recuerdan? La nación española es un concepto discutido y discutible. De ahí, de ese fango de nuestra historia más reciente venimos. En realidad, no deberíamos sorprendernos tanto. En política, la desgracia suele ser una masa informe con la vocación de degradarse una generación tras otra. La última siempre es peor.

España mandará a Ucrania material defensivo. Lo dice Sánchez una y otra vez. Mandaremos cascos, chalecos, mantas, medicamentos. El armamento que lo envíen otros. Las decisiones que hacen que un político convencional se convierta en excepcional mejor que las tomen en Francia, Italia o Alemania. Y que pase el tren de la historia una vez más por aquí, que nuestro presidente ejercerá de buen factor ferroviario, levantando y bajando la bandera y soplando el silbato hasta que se vaya el último tren.

Podemos, la izquierda trasnochada

Cierto es que una buena parte del Gobierno, la comunista, vive estos días descolocada. Sí, amigos, ese mismo que está haciendo lo que está haciendo con Ucrania se sitúa muy cerca de la tropa que ocupa ministerios y secretarias de Estado. Son los que hablan de la guerra y no de la invasión. Los que critican a la OTAN. Los que justifican que Putin “se defienda”. Los que claman por la destensión (sic), como dice un portavoz de Podemos.

La noche del lunes, cuando en TVE un obstinado Carlos Franganillo intentaba sacar faena a un hombre amorcillado en tablas durante una hora, Joe Biden acababa de hablar con un grupo de presidentes en el que nuevamente el nuestro no estaba. Un poco del orgullo que hoy sienten los ucranianos de su presidente, un poco nada más, desearía yo para mí. Imposible.

La infamia la bordó cuando aseguró que lo de Putin demuestra que tenemos que defender la democracia, y que por eso el PP hace mal en no renovar el Consejo General del Poder Judicial. Y lo dice horas después de que un renovado Tribunal de Cuentas haya cambiado su criterio para permitir que se avale con dinero público a los 34 altos cargos de la Generalidad acusado de malversación por el procés. O sea, que este nuevo Tribunal admite que se pueda avalar con dinero público el dinero público que se malversó. ¿Lo cogen? ¿Para esto había que renovar el Tribunal de Cuentas? ¿Para que los desmanes que han cometido unos ciudadanos determinados lo paguen todos los catalanes?

Hombre, presidente, hombre, algo más de fineza podía tener ante semejante ofensa a la razón democrática. Es descorazonador saber cómo las piezas van encajando. Más aún sabiendo que enfrente Sánchez tiene un guirigay que, con mucha paciencia y suerte, tendrá que recomponer Alberto Núñez Feijóo. ¿Hay en este momento algo peor que la melancolía? Sí, la seguridad de que nada va a cambiar, al menos a medio plazo. Sigue siendo verdad eso que escribió Galdós en Miau: "El pillo delante del honrado; el ignorante encima del entendido; el funcionario probo debajo, siempre debajo". Venga presidente, sople en el silbato. Ajústese la gorra. Suba la bandera roja, y que salga el último tren.

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