Ábalos dice que es un chiste, pero la propuesta de que Sánchez deje paso a otro socialista es lo más inteligente que se ha oído desde la investidura fallida, incluidas todas las ocurrencias del candidato socialista. A estas alturas de la historia del bloqueo queda claro que Sánchez es el obstáculo, no el PSOE. Lo ha sido incluso para su propio partido: lo echaron al enterarse de que iba a pactar un gobierno con populistas y separatistas –qué tiempos-, y dejó su escaño para no abstenerse en la investidura de Rajoy. Luego volvió Sánchez con su “No es no”, ganó y purgó el PSOE para hacer de él una organización a su servicio.
La propuesta de sustituir a Sánchez, sin embargo, incomoda a Ciudadanos. El plan de Rivera era poner en práctica la teoría de cuanto peor mejor, que tanto rédito les ha dado desde 2017. Cs deseaba un gobierno de socialistas con populistas de Iglesias. Incluso decían que las discusiones entre los dos equipos negociadores eran solo teatro y que estaba todo hecho. No era cierto. Un ejecutivo socialpopulista volcado hacia los deseos de los separatistas, como evidenciaron las lágrimas de Gabriel Rufián, resultaba lo más conveniente para la estrategia de Cs: ser los líderes de la oposición.
Ese liderazgo, pensaban en Ciudadanos, sería posible si Rivera se movía en los dos ámbitos donde saca ventaja –Cataluña y antipopulismo- gracias al estilo agresivo en palabras y formas que ahora le caracteriza. Cuanto peor estuviera la situación política, con el conflicto asegurado por la sentencia a los golpistas, y los podemitas envalentonados con sus ministerios, mejor para su propósito de tener más protagonismo que el PP. Casado hubiera quedado en un segundo plano porque no destaca por su dureza oratoria ni gestual, sino por el tono mesurado y la búsqueda del perfil de hombre de Estado.
Este plan de Rivera pasaba por la continuidad de Sánchez. De ahí que se negara a entrevistarse con él en Moncloa y que purgara la Ejecutiva de su partido para asegurar que no hubiera “desviacionistas”
Este plan de Rivera pasaba por la continuidad de Sánchez. De ahí que se negara a entrevistarse con él en Moncloa y que purgara la Ejecutiva de su partido para asegurar que no hubiera “desviacionistas”. Incluso pusieron en el lenguaje político el término “sanchismo” para denominar una manera de hacer política a la que enfrentarse ellos en exclusiva. Casado contribuyó inconscientemente a la estrategia de Cs ofreciendo pactos de Estado a Sánchez. El escenario era perfecto para el sorpasso: solo Cs era la oposición.
Sin enemigo no hay guerra, y sin guerra no hay victoria. Es la teoría del conflicto permanente y omnipresente que tanto benefició a Podemos en su día, y que entendió pronto Ciudadanos. Por esta razón no se ha oído desde las filas de Rivera dos propuestas muy “europeas” para solucionar un bloqueo institucional del que son responsables únicamente los dirigentes. Me refiero a la propuesta de un candidato técnico, como pasó en Italia con Monti para solucionar la crisis política y económica, o a la propuesta de otra persona perteneciente al partido que ha ganado las elecciones.
Habrá que recordar, egos aparte, que España tiene un sistema parlamentario, no presidencialista, y que la gente vota diputados provinciales, no un candidato a la presidencia del Ejecutivo. Quien ha recibido la confianza mayoritaria ha sido el PSOE, con sus 123, no Sánchez, a quien el Rey, por ser el mandarín del socialismo, ha encargado que forme gobierno.
Si el mandado no tiene capacidad ni talento para concitar el apoyo suficiente, dado que el orden se deteriora por la repetición continua de elecciones desde 2015, se avecina una crisis económica y la amenaza separatista está creciendo, quizá debería dar un paso a un lado. Sé que es un escenario ingenuo dada la personalidad del candidato, y que el asunto seguirá enquistado, pero por lo menos nos ha valido para comprobar dos cosas: el líder del PSOE no tiene sentido de Estado, y Cs vive mejor con Sánchez.