Sánchez no convocó elecciones tras el éxito en la rocambolesca moción de censura destructiva porque, en un alarde de egoísmo de partido, quiso convertir el tiempo que durase en el Gobierno en propaganda electoral. Se trataba de emitir un larguísimo spot político salpicado de aviones, gafas de sol y posados robados, con la letanía de promesas de gasto social y el boxeo con el fantasma del dictador. Había que construir al líder e identificar un proyecto, carencias que hasta entonces arrastraba el PSOE.
El nuevo presidente sabía que no podía gobernar pero sí ganar protagonismo, tomar la iniciativa política y convocar elecciones cuando más les conviniera. De esta manera, el nombramiento de ministros se ideó como una gala de los Óscar: una estrella sorprendida por allí, una componenda mediocre por acá. En realidad, no importaba que Josep Borrell y Meritxell Batet fueran incompatibles, sino el impacto inmediato que podía causar su elección.
No echaron cuentas de la seguridad, confianza y garantía que debe dar un Ejecutivo, sino del efecto propagandístico. Por eso no presentó un programa de gobierno hasta 45 días después de la moción, y ni siquiera es posible su cumplimiento. El motivo es evidente: los grupos del Congreso van a trabajar para la caída de Sánchez porque les conviene terminar con la propaganda gubernamental del PSOE y que se convoquen elecciones cuanto antes.
Casi todos quieren urnas ya. Incluso a Casado le vendría bien un adelanto para aprovechar la ilusión generada y disolver el grupo parlamentario, hoy 'sorayista' "
Tres socios de la moción quieren urnas: Podemos para frenar la sangría de votos hacia los socialistas, y ERC y el PDeCAT, ahora de Puigdemont, porque eso alimenta su proyecto en Cataluña, sobre todo cuando el Gobierno de España es tan débil y manejable. Es más; Ciudadanos, con un Rivera desaparecido, necesita una convocatoria electoral para reconstruir su propuesta. A Casado tampoco le viene mal porque aprovecharía la ilusión generada entre su gente por la elección y le serviría para deshacer el grupo parlamentario, hoy 'sorayista'.
Sánchez y sus 84 van a ser derrotados esta semana en el Congreso en la elección de la administradora única interina de RTVE. No sucederá porque Rosa María Mateo, la designada, sea o no adecuada, sino para mostrar la debilidad del Gobierno. Ya dijeron los diputados de ERC y los del PDeCAT que no negociarían nada con el Ejecutivo socialista a menos que se sentaran a hablar de forma bilateral del “derecho de autodeterminación”. Eso no va a pasar porque constitucionalmente es imposible, y porque electoralmente es un suicidio para los socialistas. Por eso, de esa mano tendida por Sánchez a los golpistas solo pueden sacar rédito los independentistas.
Luego vendrá la derrota en los nuevos objetivos de déficit y deuda, que no contarán en el Congreso con el apoyo de Podemos ni de los nacionalistas catalanes, y menos aún del PP. A la vuelta del verano, además, la situación en Cataluña va a estar muy tensa en torno al 11 de septiembre, el primer aniversario del referéndum ilegal del 1 de octubre, y “la proclamación de la República” del 27 de ese mes. Entre medias saldrá la Crida Nacional de Puigdemont, que exaltará la oposición parlamentaria en Madrid, intentará absorber a ERC y calentará las calles catalanas.
Las derrotas en el Congreso y el Senado van a debilitar la imagen del PSOE como opción de gobierno, reforzando a los que piensan que no hay que resistir más de lo conveniente"
La sensación es que se acabarán imponiendo las voces socialistas que están pidiendo a Sánchez que no resista más de lo conveniente. Las sucesivas derrotas en el Congreso y en el Senado van a debilitar su imagen como opción de gobierno, tanto como disminuir la confianza de la izquierda moderada, y darán una oportunidad a Podemos, su gran competidor. Además, dicen esas voces, las encuestas de intención de voto vaticinan una remontada que podría satisfacer el plan publicitario de Sánchez.
Sin embargo, los socialistas dudan en la fecha. La solución óptima sería agotar la legislatura, y el plan B aguantar hasta mayo de 2019, y reunir en un solo día todas las elecciones. Pero es mucho riesgo. Susana Díaz presiona para adelantar las elecciones y que no coincidan con las generales, y Torra -léase Puigdemont- amenaza con sacar las urnas legales antes de Navidad.
Si las adelantan en Andalucía antes de que acabe el año y los socialistas de Díaz no suben en votos, o si convoca Torra y el PSC de Iceta no despega, se entenderá como un fracaso de Sánchez. ¿De qué habrían valido entonces la moción y el esfuerzo propagandístico? Esos tiros errados servirían para dar munición a sus competidores y desanimar a los suyos.
A dos meses de la maniobra que sacó al PP de Rajoy de Moncloa, el “Gobierno bonito” y aledaños centran todos sus esfuerzos en interpretar el escenario político para fijar la fecha de elecciones solo cuando convenga al PSOE. Eso es todo.
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