La técnica del avestruz nunca se ha revelado como la idónea para hacer frente a los problemas o para superar las crisis. A los adultos nos causa hilaridad el gesto de los niños de taparse los ojos creyendo que así se vuelven invisibles. En el terreno político de nuestra historia reciente, la nefasta legislatura desperdiciada 2011-2015 siguiendo la peregrina teoría de que la inacción es la mejor manera de gobernar porque si se abordan los defectos estructurales y las carencias del modelo productivo, de la educación, de la justicia, de la sanidad, de las pensiones, de la natalidad y de la organización territorial, surgen molestos choques con intereses creados o con las fuerzas adversarias –"uf, qué lío" era la frase favorita del anterior presidente del Gobierno cuando se le presentaba una dificultad a solventar-, condujo a la moción de censura del primero de junio de 2018 y a la pesadilla en la que actualmente vivimos inmersos. Desde esta perspectiva, si los enemigos declarados de la Nación, es decir, Pedro Sánchez, Podemos, los separatistas catalanes y vascos y los justificadores del terrorismo, dan muestras palpables de tener un plan o, como diría un cursi, una hoja de ruta, y la van desarrollando ante los ojos de propios y extraños sin recato alguno y de manera inexorable, es lógico suponer que los grupos de la oposición tendrán también un proyecto capaz de alertar a los españoles de los perversos designios urdidos en La Moncloa y de desbaratarlos o, por lo menos, de ofrecerles una eficaz resistencia.
Planteará una vía pseudo o paralegal que abra el camino a referendos de autodeterminación a imagen y semejanza de la famosa Ley de Claridad canadiense
No se necesita ser un lince para adivinar en qué consiste el plan de Sánchez y sus diabólicas compañías. Su objetivo es transformar el Estado de las Autonomías dibujado por la vigente Constitución en un Estado plurinacional de corte confederal, paso previo a su fragmentación en un número indeterminado -al hoy jefe del Ejecutivo no le gusta perder el tiempo en detalles insignificantes- de mininaciones inventadas y previsiblemente hostiles entre sí. Veamos: la primera etapa del plan ha consistido en dos maniobras más o menos simultáneas, el cambio de la situación penitenciaria de los convictos de ETA y de los sediciosos catalanes mediante la transferencia de la política de prisiones al Gobierno vasco y el acercamiento de los presos terroristas a cárceles del País Vasco y de Navarra acompañados del indulto de los sediciosos del uno de octubre de 2017. Dos movimientos de piezas en el tablero aparentemente inconexos, pero estrechamente ligados en el esquema general. La segunda etapa, ya puesta en marcha, estriba en la eliminación del delito de sedición para rebajarlo a simples desórdenes públicos y la suavización del de malversación distinguiendo como de menor cuantía la ausencia de lucro personal. Esta segunda etapa, una vez culminada, permitirá a los indultados y fugados, libres ya de inhabilitaciones, recuperar en plazo breve todos sus derechos civiles y volver a ocupar puestos de gobierno o escaños parlamentarios.
Algo que demuestre que la oposición existe, que es consciente de la gravedad de lo que sucede y que se muestra dispuesta a actuar cerrando filas ante el frente destructor
La tercera etapa es la más difícil, pero a un personaje con la inaudita amoralidad del capitán de esta cuadrilla de demolición no le arredran ni escrúpulos éticos ni rigores jurídicos. Su apostura y legendaria reciedumbre de voluntad saltarán sobre cualquier obstáculo por grande que sea. La maniobra, tal como han tenido la amabilidad de anunciarnos los dirigentes secesionistas, se urdirá en la mesa de diálogo establecida entre el Gobierno de la Nación y el autonómico de Cataluña y planteará, gracias al retorcimiento de las previsiones constitucionales sobre consultas populares, una vía pseudo o paralegal que abra el camino a referendos de autodeterminación a imagen y semejanza de la famosa Ley de Claridad canadiense.
El iter descrito es el que está en curso y en el que trabajan afanosamente sus diseñadores y ejecutores. Ante esta clamorosa y siniestra evidencia, sería de esperar por parte de los partidos leales a la Constitución y respetuosos del imperio de la ley una reacción unitaria, firme y contundente. Pues no, brujulean en orden disperso, pierden el tiempo en rencillas internas, se miran desconfiadamente de reojo, se prodigan mohínes de disgusto y no se enteran de la película, que es del género de terror. Hay varias iniciativas que podrían emprender codo con codo para despertar, orientar y dar esperanza a la sociedad española. Por ejemplo, la presentación de una moción de censura conjunta que articulara ante la ciudadanía un programa completo, valiente y atractivo que encarnase una alternativa sólida y creíble al horror que nos preparan Sánchez y sus deletéreos adláteres. O la convocatoria, también al unísono, de una manifestación masiva de repulsa al despliegue traicionero de sucesivas ignominias que están haciendo trizas la meritoria obra de la Transición. Y, por supuesto, la exigencia de elecciones generales adelantadas para que el buen pueblo español pueda expresar su opinión en la dramática coyuntura que atravesamos. En fin, algo que demuestre que la oposición existe, que es consciente de la gravedad de lo que sucede y que se muestra dispuesta a actuar cerrando filas ante el frente destructor que pugna por arruinarnos material y moralmente. En síntesis, que Sánchez y asociados tienen un plan y ya es hora de que sepamos cual es el de la oposición.
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