Estamos todos muy encabritados con el presidente del Gobierno, demostrando de esta manera la falta de caridad con el prójimo que nos aqueja. Somo incapaces de aplicar aquello de “no hay verdad o mentira, todo depende del color del cristal con que se mira”. No comprendemos a Pedro, su forma de entender el mundo y cómo ésta se ha vuelto contra él. Sánchez es rebelde porque el mundo lo ha hecho así, porque nadie lo ha tratado con amor, porque nadie lo ha querido nunca oír. Por fortuna, aquí estoy yo, para hacer una etiología del sanchismo, para salvar al pobre Pedro I del juicio implacable de la historia.
Lo acusáis con frecuencia de mentiroso, olvidando que los conceptos “falso-verdadero” no figuran en su diccionario. Vivimos en la era del “todo es relato, cuestión de perspectiva”, pero somos tan cínicos de olvidar todo esto cuando hablamos del IPC, del tope de gas, del PIB o del paro. “Ved las cifras como yo lo hago”, nos suplica Pedro. Nos intenta facilitar la cosa con cambios semánticos: “si en lugar de ‘contrato temporal’ decís ‘contrato fijos-discontinuos’ veréis las cosas como yo lo hago. Con amor. Como un superviviente. Sed supervivientes.”
¿Podemos culpar a Don Pedro de creer que el universo trabaja a su favor? Los que conspiran contra él son poderes oscuros, envidiosos, malignos, henchidos de odio, para sacarle de la Moncloa
¿Y quién no se ha visto tentado de creer aquello de “cuando una persona desea realmente algo, el universo entero conspira para que pueda cumplir su sueño”? Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Más aun sabiendo que alguien que sólo ejerció de concejal en la oposición es ahora todo un señor presidente del Gobierno de España. ¿Podemos culpar a Don Pedro de creer que el universo trabaja a su favor? Los que conspiran contra él son poderes oscuros, envidiosos, malignos, henchidos de odio, para sacarle de la Moncloa. Algún buen amigo habrá aconsejado a Sánchez aquello que se le dice a la gente insegura: Fake it, until you make it, finge hasta que lo consigas. Se sintió cómodo con lo del fingimiento y desde entonces ahí va, tirando p’adelante. Cualquier día nos sale con aquello de “¿A quién va a creer usted? ¿A mí o a sus propios ojos?” No podemos culparle de esto, pues nos ha ido colando una detrás de otra y nosotros sin inmutarnos. Sánchez es víctima de nuestro inmovilismo, ¿seremos capaces de achacarle todos nuestros males? Él sólo se ha creído, como tantos otros, aquello del “si quieres, puedes” o el just do it (simplemente hazlo) de Nike. Y Sánchez ha querido, ha hecho y ha podido.
Ahora la realidad se le aparece en forma de encuestas, personificada en un señor flemático que, confirmando el tópico, no se sabe si va o si viene. El gallego ofrece a una España cansada de ruinoso pensamiento postmoderno el anhelado aburrimiento de los números y la gestión. A los bolsillos, más que resentidos, ya no les parece divertida esta larga temporada de política trepidante. El espectáculo, para el cine y Netflix. Y así estaremos unos cuantos años, hasta que Pedro I el Fantasioso caiga en el olvido y nos seduzcan de nuevo los cantos de sirena de esta izquierda desnortada que nos lleva a la desolación económica una y otra vez. El ciclo del eterno retorno hecho política.
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