Te hace callar el pudor o el estupor. En eso reparo cuando me entero por Carlos Alsina de que el presidente Sánchez se ha ido a Mallorca para visitar una fábrica de goma de garrofín, y uno no sabe bien qué sentir, o qué elegir, el pudor o el estupor. Que el primer viaje, tras dar positivo por covid sea este, desconcierta, y mucho, sobre todo porque pareciera que preside el Gobierno de una nación normalizada en todas sus aristas. La justicia echa unos zorros, la inflación, el PSOE dividido bajo el grito del sálvese el que pueda, la guerra de Putin y las encuestas -todas desfavorables, incluidas las de periódicos amigos- no han conseguido perturbar a un presidente que decidió ayer interesarse por la calidad de la goma de garrofín. ¿Qué hay entre el histórico discurso del Rey, del que ayer se cumplían cinco años, y la goma de garrofín? Seguramente que nada, y por eso se fue a Mallorca.
Para quien tenga curiosidad por el producto que sepa que se trata de una goma vegetal tipo galactomanano extraída de las semillas del algarrobo que se usa como agente espesante en la tecnología de alimentos. ¿Qué, qué me dicen? Pudor o estupor. Las tertulias todas recordando el discurso del Rey del 3 de octubre de 2017 y Sánchez interesándose por las bondades y beneficios para la industria alimenticia de la goma de garrofín.
Acaso por eso se fue ayer a conocer los entresijos del garrofín y no a Cáceres, donde se celebra el XXV Congreso Nacional de la Empresa Familiar, esa que da de comer a seis millones y medios de españoles
Cinco años después del histórico discurso del Rey por el procés, la actividad del presidente que, a partir de entonces le cortó las alas al monarca para visitar Cataluña, se reduce a un viaje para interesarse por la goma de garrofín. Claro que siempre queda la duda, despejada tantas veces por la experiencia, de que haya un acto de partido y así se justifique el gasto del avión presidencial y toda la patulea que mueven los traslados de Pedro Sánchez fuera de Madrid. Sea como fuere, el presidente es hoy por hoy el más claro ejemplo de proteismo político: todos los cambios de forma y opinión le resultan gratis, y por lo que vemos, reconfortantes. La arrogancia rima bien con la ignorancia, pero, ay, no con las algarrobas. Acaso por eso se fue ayer a conocer los entresijos del garrofín y no a Cáceres, donde se celebra el XXV Congreso Nacional de la Empresa Familiar, esa que da de comer a seis millones y medios de españoles.
Cinco años después, y como suele pasar con tantas cosas en nuestras vidas, podemos ver con más objetividad y sosiego la actuación de Felipe VI aquel 3 de octubre. Podemos decir que hizo lo que tenía que hacer. Quizá lo único que podía en aquel momento en el que los poderes del Estado -a la cabeza el Gobierno de Rajoy-, se comportaban a la manera del boxeador grogui enredado en las cuerdas. Estamos viviendo momentos muy graves para nuestra democracia, empezaba el discurso del Rey. Años después, el 22 de junio de 2021, Sánchez indultó a todos aquellos que quisieron romper España, pero hoy Cataluña vive una realidad en la que las diadas pinchan, los independentistas riñen y se queman las fotografías con la imagen del president y no las de Felipe de Borbón. Pera Aragonés aún no se ha enterado de que cuando eres el poder también eres el sistema.
Años después, y entre el pudor y el estupor, leo el BOE de aquel día en el que con, la firma del ministro Juan Carlos Campo Moreno, al que le sigo deseando sinceramente que concilie el sueño todas las noches, decía: Vengo a indultar a don Oriol Junqueras i Vies de la pena privativa de libertad pendiente de cumplimiento, a condición de que no vuelva a cometer delito grave en el plazo de seis años desde la publicación de este real decreto.
No sé si aquello fue el 23F de Felipe VI. No le encuentro mucho parecido, la verdad. Sé que el Rey estuvo donde tuvo que estar cuando otros poderes del Estado zozobraban y sólo quedó la Jefatura del Estado y la Justicia
Tempus fugit, y porque el tiempo pasa rápido, los españoles vivimos una historia escrita en los periódicos que apenas podemos digerir. Pero aquello que nos pasó hace cinco años fue, con mucho, lo más grave que pudo ocurrir en un país desconcertado con sus viejos y nuevos partidos unidos a un gobierno más desconcertado aún, que días antes de aquel ominoso referéndum seguía afirmando que nunca habría urnas. No sé si aquello fue el 23F de Felipe VI. No le encuentro mucho parecido, la verdad. Sé que el Rey estuvo donde tuvo que estar cuando otros poderes del Estado zozobraban y sólo quedó la Jefatura del Estado y la Justicia.
No hay juancarlistas ya, como tampoco este Rey ha desarrollado una masa cercana, llamémosle felipista. Hay un monarca que molesta poco, que cumple con su trabajo, que se limita algunas veces a asumir su papel insignificante, pero que sabe de sus obligaciones. Algo hace bien cuando estando España como está y con el padre que Dios le ha dado, sigue mostrando fortaleza y credibilidad.
Entre las preguntas que no me hago está esa de si soy monárquico o republicano. Pero pienso en aquel 3 de octubre de 2017, y sin que se me hinchen los pulmones ni haya agua en mis ojos, me sale por los adentros un ¡viva el Rey! sosegado y sin complejos. Eso es lo que siento cinco años después.
Y, por cierto, cuando supe del viaje de marras a una fábrica de goma de garrofín pensé que era cosa del Rey, uno de esos actos aburridos que le ponen para que vaya haciendo patria por todas las España. Me equivoqué. El país, el mundo, el PSOE, la economía y las crecientes desigualdades descansan por unas horas la agenda presidencial. Acaso Sánchez termine de descubrir que esa goma puede terminar atando todo lo que ya no está bajo su control.
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