Pedro Sánchez actúa para salvarse y para perpetuarse a sí mismo, a ese objetivo responden cada una de sus decisiones: las que ha tomado y las que seguirá tomando en el futuro inmediato; no son ni para salvar o ayudar a España a regenerarse, modernizarse o salir fortalecida de las crisis que la ponen en peligro y menguan la calidad de vida de sus ciudadanos, ni para mejorar la vida de la gente. Y ahora que se acercan las elecciones generales, con más motivo.
Sí, es lo que he visto hacer a la mayoría de los políticos en vivo y en directo en mis años en el Parlamento Vasco (para salvarse a sí mismos o para salvar la representación política de su partido, que viene a ser lo mismo) y lo que veo hoy día desde la distancia del análisis político; pero en Sánchez tal objetivo alcanza el grado máximo, dado que nunca antes habíamos padecido un político tan falto de principios y tan dispuesto a llevar a cabo lo que fuera que necesitara para salvar su cabeza y seguir en su escaño o, en este caso, en la Moncloa, lo cual lo convierte en un auténtico peligro público; además, como no es un tercera fila sino nada menos que el presidente del Gobierno de España, cabe denunciarlo con más ahínco, para que nadie se lleve a engaño ni desmenuce su ingenio en análisis mucho más profundos. Y, obviamente, para que lo padezcamos el menor tiempo posible, que ya es bastante lo que lo hemos padecido. Cuando otros lleguen al Gobierno, los analizaremos del mismo modo y denunciaremos sus malas praxis políticas o sus decisiones erróneas cuando estas se produzcan. Es lo que todo analista político debe situar en su frontispicio, le pese a quien le pese; si no lo hace, no será un analista sino un forofo de los suyos.
Por tanto, cualquier análisis de las medidas del presidente debe tener en cuenta tal hecho: no las toma sino para seguir en la Moncloa. Incluidas las que lleva anunciando desde hace unos meses e incluidas las que anunció la semana pasada en el curso del debate sobre el Estado de la Nación. Porque es efectivamente lo que hasta ahora ha quedado en evidencia a través de un amplio abanico de medidas siempre inconexas y muchas veces contradictorias, improductivas e incluso contraproducentes.
Tomar las decisiones que correspondan con un objetivo: lograr una mayoría de escaños en las próximas elecciones generales, formar gobierno y mantenerse en la Moncloa
Pedro Sánchez está analizando la realidad política española a través de sus propias elucubraciones y a través de sus asesores y estrategas para, a partir de la situación de su propio partido, las fuerzas de sus opositores y las posibilidades de las nuevas fuerzas políticas que surjan, tomar las decisiones que correspondan con un objetivo: lograr una mayoría de escaños en las próximas elecciones generales, formar gobierno y mantenerse en la Moncloa, para lo cual no renunciará a ninguna medida ni a ningún compañero de viaje o de pillaje, quede como quede España, porque esto es lo de menos para él y para los suyos. Otros vendrán y ahí se las compongan.
Siendo Sánchez así, es inútil pedirle que impulse las reformas políticas, institucionales o constitucionales que España necesita para modernizarse, esas que llevan años posponiéndose por unos y por otros; estas cuestiones le traen al pairo. No piensa en ellas porque está a otras cosas, que no son otras que las suyas propias. Analiza al PP y su relación con Vox, observa el liderazgo de Feijóo, estudia el debilitamiento progresivo de Podemos, mira los movimientos de Yolanda Díaz y mide las fuerzas con las que cuentan los nacionalistas y los independentistas, sus socios preferentes; y a partir de ahí, va tomando decisiones: estas o las contrarias, aquellas que le sean útiles al objetivo que persigue. De momento no le ha ido mal: todos sus rivales políticos pasados o presentes están muertos o en la UCI, salvo los recién llegados, Feijóo entre ellos, cuyo futuro sigue siendo una incógnita.
En estos momentos, y esta es la clave y lo que le quita el sueño, Sánchez necesita que el PSOE no se hunda y además a una izquierda a su izquierda para apoyarse en ella sin que le haga competencia, sea como sea esa izquierda: o los restos de Podemos o lo que sea que represente Yolanda Díaz y su tropa. Incluso incluyéndolos en el gobierno si fuera necesario, aún sabiendo que son un auténtico desastre. Sánchez necesita una izquierdita que lo ayude a sumar lo suficiente, pero siempre que él aglutine a la restante, porque tampoco la división de la misma le favorece sino todo lo contrario: esa división podría mandarlo a casa. Por ello, no es descartable que le haga un hueco a Yolanda Díaz en sus propias filas socialistas.
Un mal gobierno es el que deja que todo se pudra (perjudicando con ello especialmente a los más vulnerables) mientras reparte limosnas para lograr su voto: pan para hoy y hambre para mañana
Un buen gobierno es el que impulsa las medidas que el país necesita, toma las medidas estructurales indispensables y reforma las instituciones para que funcionen y lo hagan de modo independiente, en lugar de tomarlas por asalto, como si fueran de su pertenencia. Un buen gobierno dice la verdad a los ciudadanos y piense en las próximas generaciones en lugar de en las próximas elecciones. Un buen gobierno es el que toma medidas de calado, el que va al fondo de las cuestiones y el que a su vez ayuda a los sectores más vulnerables, porque además una cosa implica la otra. Un buen gobierno gobierna en beneficio de todos y a pesar de quien sea, especialmente a pesar de los que quieren romper España. Un mal gobierno es el que deja que todo se pudra (perjudicando con ello especialmente a los más vulnerables) mientras reparte limosnas para lograr su voto: pan para hoy y hambre para mañana.
Un buen dirigente antepone los intereses del país a los suyos propios. Un mal dirigente antepone su propia supervivencia a cualquier otra cosa. Sánchez es de los segundos y de los peores. Por eso es un peligro público.
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