Jean Rostand, hijo del autor de Cyrano de Bergerac, opinaba que “leería las memorias de un hombre para saber lo que no ha sido”, pero también para averiguar -cabe añadir- lo que no será si son tan prematuras como las que anticipó Pedro Sánchez en 2019 en su novelero Manual de resistencia. Es verdad que estas autosemblanzas no se caracterizan por su honestidad y gozan del común denominador de hacer irreconocible a quien las firma. Ya sea obrada por mano propia o por pluma ajena como esta impostada autobiografía que revela el desorden de personalidad de quien evidencia en ellas un narcisismo egocéntrico, una desbordada confianza en sí mismo, una insaciable sed de reconocimiento y una apreciable tergiversación de la realidad para que caiga de su lado cual dado trucado.
Empero, estas “automoribundias”, en expresión de Ramón Gómez de la Serna, adquieren un interés imprevisto al virar como un búmeran contra quien las lanzó a su mayor gloria. Le sucede a “Narciso” Sánchez al evocar su ayudantía al Alto Representante de la ONU para Bosnia y Herzegovina entre 1997 y 1999, Carlos Westendorp, exministro de Exteriores de Felipe González. De su vivencia en aquella “caldera de la historia” tras el sanguinario conflicto que asoló la extinta Yugoeslavia, Sánchez anota: “Mi experiencia en Sarajevo me vacunó contra los destrozos del nacionalismo y la política identitaria. Vi a políticos sin escrúpulos que no calibran las consecuencias de sus soflamas de odio (…) Mejor dicho, no es que no las calibren, es que alimentan lo peor de sus pueblos porque ellos viven a costa de esa confrontación.”
Al cabo de cuatro años de su Manual de resistencia, arrastrado por una irrefrenable ambición como para vender su alma al diablo, como le afea el expresidente socialista andaluz Borbolla, no sólo abraza a esos nacionalismos identitarios que “alimentan lo peor de sus pueblos”, sino que descuella entre esos “políticos sin escrúpulos”. Tras denunciar a los que hoy se postra hasta escoltar al prófugo Puigdemont del que dijo que lo pondría a disposición de la Justicia y al que traerá a España escoltado bajo palio, si le place al “pastelero loco”, Sánchez los imita y se retrata de cuerpo entero. Amnistía al separatismo golpista y le dota de impunidad para que lo vuelva a hacer si incumple su capitulación en Bruselas por poderes ante el fugado Puigdemont para ser infame presidente. De hecho, al primer tapón, zurrapas. Bastó que en su discurso se apartara un poco, oyéndose el ruido de sus cadenas, para que la portavoz de Junts, Míriam Nogueras, le instara a tener que leer, contrito y trémulo, la rectificación que le dictó tras el síncope de Puigdemont al leer: “Sánchez defiende la amnistía del procés como el camino más seguro para la unidad de España”.
Su doblez rememora a Zapatero cuando, a la par, acordaba el Pacto Antiterrorista con Aznar en 2015 y trasegaba con los etarras que hoy clavetean el ataúd de la Constitución en un apaño encapuchado que atisba lo peor
Claro que el alipori fue para los españoles enterarse de que el secretario de organización del PSOE, Santos Cerdán, desde marzo -cuatro meses antes de las elecciones- andaba de tejemanejes con Puigdemont en Bruselas y que, cuando éste aludió a esos tratos al principiar julio, Sánchez mintió aseverando que la palabra del evadido valía lo que su declaración de independencia “papel mojado” y que “hoy es solo una anécdota” quien “era un problema para España en 2017”. Al contrario, el “papel mojado” ya es timbrado y la “anécdota” es categoría convirtiendo el “procés” en proceso español y la asonada catalana en golpe a la nación entera con Sánchez capitaneándolo. Su doblez rememora a Zapatero cuando, a la par, acordaba el Pacto Antiterrorista con Aznar en 2015 y trasegaba con los etarras que hoy clavetean el ataúd de la Constitución en un apaño encapuchado que atisba lo peor. No es para menos al observar la sonrisa de hiena de la bilduetarra Mertxe Aizpurúa ante un rendido Sánchez que le regaló los oídos helando la sangre de las víctimas. Nada que ver con la carcajada a quijada batiente que le soltó a un estupefacto Feijóo como si a él se le pudiera ir con principios y moralidades.
En su Manual de resistencia, además de repudiar a quienes hoy se doblega, presumía de haber urgido a un flemático Rajoy a aplicar el artículo 155 de la Ley Máxima contra quienes él luego ha indultado y hogaño pretende amnistiar en su provecho. Bajo un cómplice “oye, aquí está el PSOE” hacia quien defenestraría por una moción de censura basada en una falsa sentencia, le animaba, según refiere, “a utilizarnos” para restaurar la legalidad al ser crucial que “el Partido Socialista -subraya- estuviera frente a los independentistas y en contra de sus prácticas ilegales”. Cuatro años después de editar esto, rubrica el “pacto del maletero” con el cabecilla del golpe al revés de lo hecho por el último gabinete de la UCD contra el “pacto del capó” exigido por los asaltantes del Congreso en 1981 a los que se les condenó a la máxima pena tras recurrir ante el Tribunal Supremo la lenidad de la jurisdicción castrense. Ahora se desmiente a sí mismo fiado a que, como advierte el fabulista Samaniego, “el vulgo, pendiente de sus labios, más quiere un charlatán que a 20 sabios”.
Comprometida la unidad de España y su Estado de Derecho, imposibilita la alternancia alzando un muro que rescata aquel de la vergüenza erigido en Berlín por el comunismo tras la II Guerra Mundial y derruido felizmente hace 34 años. Esa terrible metáfora de su investidura para arrinconar a la España que votó a PP y Vox explicita su deliberada renuncia a un proyecto integrador de país y como cifra su subsistencia en avivar el fuego del enfrentamiento divisorio inhumando una Ley de Leyes de la que el sanchismo reniega tras ser el PSOE uno de sus artífices.
A este respecto, ¿qué valor tiene su promesa ante un Felipe VI con semblante grave de “guardar y hacer guardar” la Constitución contra la que conjura sin honor y sin conciencia con manifiestos enemigos de la nación y de la democracia españolas? A nadie extrañará el rictus de un monarca que ha reiterado hasta la afonía que “no es admisible apelar a una supuesta democracia por encima del Derecho”. Sabiendo estar en su sitio como pocos, hay quienes se empecinan en descolocarlo y buscan zamarrearlo en una dirección o en su contraria. En esta hora crítica, Felipe VI instituye una rareza constitucional digna de mayúscula protección. Más después del perjurio de Sánchez en parangón con la del felón Fernando VII contra la primera Carta Magna de 1812 con su “marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional”. Cuando quien debe custodiar la Ley Máxima la violenta, ¿qué puede celebrarse este 6 de diciembre salvo el epitafio a lustros de libertad y de bienestar?
Con el inquilino de La Moncloa no cabe hablar sólo de “el error Sánchez”, sino del horror que inflige al balcanizar España encizañándola y fragmentándola
En esta encrucijada, cobra vigencia el memorable artículo de Ortega y Gasset bajo el expresivo título para la época de El error Berenguer y que supuso una acre filípica contra la disparatada designación de quien, a juicio del gran filósofo, acarrearía el fin del sistema con un seco aldabonazo: Delenda est Monarchia. Lo hizo al modo de Catón el Viejo, quien remataba sus pláticas en el Senado con un Carthago delenda est. No obstante, la vida no le dio para satisfacer su anhelo; Ortega, por contra, sí vio cumplida su profecía. “La normalidad que constituía la unión civil de los españoles -diagnosticaba- se ha roto. La continuidad de la historia legal se ha quebrado. No existe el Estado español. ¡Españoles: reconstruid vuestro Estado!”. Algo que discierne la mayoría silenciosa echada en masa a la calle harta de estar harta ante un Atila que arrasa con todo. Con el inquilino de La Moncloa no cabe hablar sólo de “el error Sánchez”, sino del horror que inflige al balcanizar España encizañándola y fragmentándola.
De lo primero, ya dio muestras en su campaña electoral rodeado de expertos curtidos, como el consultor Aleix Sanmartín, un socialista cordobés afincado en México, en destruir al rival azuzando el fantasma de la ultraderecha para luego entregar la gobernación de España a la ultraderecha xenófoba catalana. Este perito en “guerra sucia” pasaportó la llegada al poder de políticos como López Obrador, quien se ha valido de estos métodos para alcanzar y sostenerse en el Palacio Nacional estigmatizando no sólo a sus adversarios políticos, sino a jueces, funcionarios y periodistas a través de sus “mañaneras” diarias y de otros procedimientos menos públicos. En este sentido, Sánchez está resuelto a convertir su legislatura en un infierno con quien conocen bien en el PP, pues aconsejó a Juan Manuel Moreno Bonilla para romper una hegemonía socialista andaluza a prueba de escándalos y de corrupción. Pese a que el PP en 2018 cosechó sólo 26 escaños de 109 del Parlamento, Sanmartín logró que se abstuviese una izquierda dividida y Moreno Bonilla se invistió presidente con el apoyo de Ciudadanos y de Vox.
Para atrincherarse haciendo oposición a la oposición, Sáncheztein se vale de la estrategia del “cuanto peor, mejor” esculpida por el filósofo ruso Nikolái Chernishévski, inspirador de Lenin, y que el extremismo emplea para acelerar la historia y precipitar la revolución. Al grito de “hay que desenmascarar el fascismo”, entendiendo por tal cualquier pensamiento contrario a una izquierda, prendió la violencia guerrillera en Latinoamérica y asentó dictaduras comunistas que propulsaron a un Pablo Iglesias que ha pasado de quitarle el sueño a Sánchez a que éste, ingresado de facto en el Grupo de Puebla de la mano de Zapatero, asimilara su programa y sus técnicas hasta deglutir a Podemos como antes a su partido. Así, la balcanizada política que espantó al autor del “Manual de resistencia” hoy es su catón de resistencia.
Tal vez se descifre otro día, amén de los secretos del saqueado teléfono de Sánchez que mutó de raíz la diplomacia española con Marruecos, que el entonces presidente en funciones no fue precisamente un turista accidental al recalar, con gorra de chulapo, este agosto en el reino alauí
Junto a ello, sus socios soberanistas agitan el fantasma disgregador y disolvente que se desató allí donde empezó la historia del siglo XX con un magnicidio que originó la I Guerra Mundial y donde terminó la centuria finiquitando dos imperios (el austro-húngaro y el otomano) a base de cultivar el odio y la crueldad. Sánchez echa en saco roto el alegato cuasi póstumo de Mitterrand alertando de que el nacionalismo “es la guerra”, un auténtico huracán de desgracias del que hoy se vale un aprendiz de brujo jugando con la suerte de España. Auspicia su balcanización mediante esa bomba de relojería envuelta en el celofán de un “Estado plurinacional” que despedazaría España en pueblos soberanos autodeterminables y que derivaron en secesiones sangrientas como en la URSS o Yugoslavia.
Con un país polarizado por un presidente para que sus cesiones no le fuercen a tener que marcharse por la puerta trasera a la que accedió a su investidura y con sus sosias cobrándose su tributo en especie con el desmembramiento de la nación más antigua de Europa, España se sume en una debilidad extrema ante vecinos que nunca desperdician estos saldos, así como se emplaza como hipotético campo de Marte con una Rusia bien conectada con Puigdemont estrujando la úlcera catalana contra una Unión Europea que, a veces, antepone su condición de bazar y ahí Sánchez dispone del presupuesto como para reblar cancillerías como la alemana después de prometerles avalar el rescate de Siemens-Gamesa. Desde esa hora, la embajadora alemana, gran conocedora de España por razones familiares, ya ve la situación con ojos bien distintos dado que los países sólo tienen intereses.
Si se ha sabido que Sánchez andaba en tratos con Puigdemont hace ocho meses, tal vez se descifre otro día, amén de los secretos del saqueado teléfono de Sánchez que mutó de raíz la diplomacia española con Marruecos, que el entonces presidente en funciones no fue precisamente un turista accidental al recalar, con gorra de chulapo, este agosto en el reino alauí. Con la venia de Puigdemont en su cartera, quizá fue a coronar su Frankenstein-2 con la anuencia de Mohamed VI. La aventura puede ser loca, pero el aventurero ha de ser cuerdo, para cristalizar su alta traición.
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