No tenemos Gobierno. Contamos con un Estado sobredimensionado, pero la llegada de Sánchez a La Moncloa ha supuesto la desaparición de la acción de gobierno. El sanchismo es desentenderse de lo que ahora se llama gobernanza. No es capaz de usar el Estado para coordinarse con la sociedad, el mercado, la Unión Europa, los poderes territoriales y los partidos de la oposición. No lidera la lucha contra la covid-19, ni revitaliza la economía, ni cubre los derechos sociales, ni coordina las regiones, ni compra las vacunas suficientes, o establece las condiciones para crear empleo.
El estado de alarma ha finalizado y el Gobierno no tiene plan. Seis meses de concesión de poderes extraordinarios que han servido solo para legislar sobre educación y eutanasia, discutir entre ellos sobre el sentido del feminismo, organizar mociones de censura con Ciudadanos, hacer campaña contra Ayuso y nada más. Ahora sale el ministro de Justicia, Juan Carlos Campo, para matizarse a sí mismo y negar la posibilidad de "reformas legislativas" para que los gobiernos autonómicos hagan frente a la extensión del virus.
El sanchismo no asume responsabilidades, sino que las delega en los ejecutivos autonómicos y en los tribunales. Su plan económico es tan desconocido como desastroso: 80.000 millones más en impuestos a todos, ricos y pobres, y un Plan de Reconstrucción desconocido e incontrolable. No ofrece ninguna solución a la renovación de los órganos judiciales. Y si la pandemia continúa, pues ya se verá.
No es que el Rey esté desnudo, es que está escondido. El mando se construye con decisiones, mostrando potestas para tener auctoritas, no con apariciones televisivas y alertas antifascistas. Mandar no es pasearse por Atenas con dirigentes europeos. Tampoco es alejarse de los problemas para no ensuciar la imagen de infalibilidad de Sánchez y simular que es un hombre de Estado. España no merece figurines. Necesita gobernantes.
Creyeron que los españoles quedarían ansiosos de un Plan Marshall sanchista, verde y feminista, de justicia social y ecosostenible y que les permitiría cambiar el régimen
La izquierda ha mostrado tanta soberbia que es incapaz de enderezar el camino, gobernar y dar soluciones. Pensaron aprovechar la pandemia para tener a la sociedad dependiente de subvenciones, colonizar el Estado y acaparar poderes. Creyeron que los españoles quedarían ansiosos de un Plan Marshall sanchista, verde y feminista, de justicia social y ecosostenible, y que permitiría al PSOE cambiar el régimen por la puerta de atrás.
El sanchismo venía así a culminar la pretensión de Zapatero de iniciar una segunda Transición apartando a la derecha y aliándose con los nacionalistas. El esquema era simple: apoyo en el Congreso de los Diputados a cambio del sostén socialista en las autonomías para dar rienda suelta al independentismo y respaldar su discurso. Véase lo que ha hecho Marlaska con los presos de ETA, el Gobierno con Bildu y ERC, y el enjuague con los golpistas catalanes.
Todos los que han colaborado con este desgobierno sanchista, como Podemos y Ciudadanos, han perdido o desaparecido, sin que gane el PSOE, que es lo paradójico. Solo se mantienen los que quieren romper el orden constitucional desde las autonomías, porque la desgracia de no tener a nadie al mando les beneficia. Hasta los de Junts Per Catalunya han dicho que la derrota del sanchismo en Madrid el 4-M pone a los independentistas en mejor situación para negociar con el Gobierno.
Llamaron a la unidad en torno al Gobierno, la sumisión a sus dictados, sin tener más programa que satisfacer la ambición de Sánchez
Los ministros socialcomunistas han tenido un año para adecuar la legislación sanitaria a la pandemia, prever la crisis económica y orquestar un plan técnico no ideológico de recuperación, pero se han dedicado a tirarse los feminismos a la cabeza y a pensar cómo hundir a la derecha. Llamaron a la unidad detrás del Gobierno, la sumisión a sus dictados, sin tener más programa que satisfacer la ambición de Sánchez sin que se manchara con el polvo de la política mundana.
No hablaron en la campaña electoral madrileña de servicios públicos ni de combatir la desigualdad material no solo porque organizaron una mala estrategia, sino porque tenían la sospecha de que la gente está harta de un Gobierno que apuesta por empobrecer a la sociedad. Mientras los madrileños luchaban contra el virus y la parálisis económica, deseando mantener sus empresas y sus empleos, el Gobierno no hacía nada.
El supremacismo moral
Todo este caos es el resultado de un pensamiento viejo y dañino. Creen que son los pobres quienes votan a la izquierda, por lo que se dedican a crear pobreza para obtener más votos.
No hace falta más que ver los anticuados análisis electorales que realizan: se sorprenden de que en los distritos de rentas bajas no hayan ganado las izquierdas. Ese es su gran fracaso: la soberbia del supremacismo moral y su política de empobrecimiento para crear una red clientelar. Incluso llegan a decir que la derecha entiende la libertad como “tomar cañas”, cuando la clave no era tomar, sino poner cañas; es decir, la empresa y el empleo.
El sanchismo es la definición perfecta del caos. Ministros que no administran. Gobernantes que no gobiernan. Presidente que no preside. No hay un proyecto ni una dirección. Los Gobiernos, como dicen los teóricos clásicos de las democracias, deben ser predecibles. Lo único que se puede predecir de este Ejecutivo es que no hará nada.
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