Lo de este fin de semana no fue exactamente un Comité Federal; es decir, no fue la reunión del máximo órgano del PSOE entre congresos. De una reunión así se espera algo más que discursos. Tanto en cuanto es una instancia de decisión del partido, se espera alguna decisión. Pero no hubo nada, salvo cerradas ovaciones a Pedro Sánchez. Todo estaba hecho antes si quiera de que se convocara, de tal forma que se convirtió un órgano del partido en algo más parecido a un escenario de publicidad.
Salvo una apocada intervención de García Page, todo han sido parabienes. ¿De verdad, nadie en el PSOE puede ni tan siquiera cuestionar la mal llamada Agenda para el reencuentro con Cataluña o preguntar qué diablos estaba haciendo Ábalos en Barajas? ¿Queda alguien en ese partido capaz de elevar un poco la cabeza y quitarse el miedo de la cerviz?
No existe poder real en el PSOE, más allá del poder delegado que ostentan los afines al sanchismo. Y si el partido carece de poder, cabe hacerse otra pregunta: ¿Para qué sirve el PSOE?, ¿en qué es útil a la sociedad española si ya no es más que una plataforma de poder? Se supone que los partidos sirven a la sociedad por ser vehículos de representación de la ciudadanía; cuando esto deja de ser así, pierden su sentido. Y es esto, exactamente esto, lo que le ha sucedido al PSOE, que ya no es el PSOE, sino uno mero instrumento puesto al servicio de la ambición de un líder.
Valor y precio
Porque sólo así puede explicarse la expedita mutación de Susana Díaz, que ha pasado de ser la defensora de la visión de Estado, a ir por las televisiones pidiendo perdón por la abstención que hizo posible el gobierno de Rajoy; o la de Page, o la de Lambán o la de tantos otros, que ante el miedo al Leviatán sanchista, hablan con la boca pequeña o lo que es peor, callan sin pudor.
El vacío Comité Federal del pasado fin de semana es la consumación del sanchismo como nueva frontera política del PSOE. Una frontera en la que reina el relato como sustituto de la verdad y la transparencia; en la que se da como normal lo que bajo ningún concepto podría serlo, como la mentira sistemática, por ejemplo.
El PSOE es una maquinaria electoral de gran potencia; su implantación territorial, su historia, su conocimiento de España, son grandes valores en las lides electorales. Y eso es lo que le interesa al sanchismo. Eso y nada más. Todos los demás significados que alberga el concepto de partido político, le resultan superficiales, cuando no molestos. Sobre todo, el hecho de que un partido, además de ser una organización volcada en ganar elecciones, es también el fruto de unos principios que guían su acción política y cuyo sentido reside en no ser intercambiables. Y esto, para un líder político acostumbrado a cambiar y descambiar opiniones e ideas, supone un estorbo.
Lo que Page o Lambán opine o piense carece de tiene valor; tan sólo tiene el precio que se paga por la lealtad ciega o la deslealtad manifiesta
La prueba de ello está en la pérdida de sentido del concepto de valor. En el PSOE ya nada vale nada y todo tiene precio. Las opiniones no valen nada, pero cuestan o pueden costar mucho. Y lo que Page o Lambán o quien sea, opine o piense no tiene valor; tan sólo tiene el precio que se paga por la lealtad ciega o la deslealtad manifiesta. Y cuando el precio es la continuidad o no en el cargo, se piensa muy mucho antes de hablar. En una estrategia de desdoblamiento asombrosa, el sanchismo es la transacción con Podemos y los nacionalistas, al tiempo que la deforestación de su propia organización.
El desprecio a Vanezuela
Porque sólo por un partido convertido en un desierto ha podido el sanchismo instaurar la provisionalidad como forma de hacer política. Todo, incluso promesas electorales tan taxativas como la de incluir en el Código Penal la convocatoria ilegal de referéndum, es una inmensa coyuntura que se mueve en un sentido o en otro, en función del caladero en el que sea más sencillo saciar la ambición de poder. De tal forma, y como elemento imprescindible, ha dado por amortizado el principio de no contradicción que debe guiar cualquier acción racional y ha asumido, en su lugar, la contradicción permanente no sólo como posibilidad, sino como derecho que, además, se reserva en exclusiva.
Nada de esto es una buena noticia. Pero lo más preocupante para España es que, si el PSOE se convierte en un reino de silencio y postración, se pueda dar por sentado que, por ejemplo, todos sus dirigentes compartan el desprecio de Carmen Calvo al pueblo venezolano, que está sufriendo y muriendo a manos de una dictadura. Y aunque asumirlo sería un ejercicio de sumo sectarismo, ¿qué otra opción queda si, a cada límite que el sanchismo traspasa, el PSOE sólo responde con silencio?
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