Opinión

Se nos acaba la paciencia

Los españoles a lo nuestro, a sobrevivir como podamos y esperanzados la mitad de nosotros con el cercano cambio de gobierno

Por fin he resuelto el misterio del verano. Llevo todas las vacaciones observando a las personas de mi alrededor hacer sus planes de vacaciones como de costumbre. Como si no hubiera subido la cesta de la compra. Como si la gasolina no la estuvieran cobrando a precio de caviar, o como si no estuviéramos deseando tener un río limpio a mano donde hacer la colada porque poner una lavadora se ha vuelto un lujo al alcance de pocos. En breve cambiaremos el tradicional “tengo tierras” por un “tengo lavadora. ¡Y puedo pagar el gasto de electricidad que conlleva!”.

Se ha especulado mucho en torno a esta actitud de aparente normalidad a lo largo del estío. La falta de información no puede ser la causa, los tickets de compra y las facturas de suministros son verdades ineludibles que golpean dos veces: primero, en la cuenta corriente y, a continuación, en el centro de nuestra ansiedad. La tesis que mejor explica la alegría del dispendio veraniego es la del “disfrutemos ahora, de perdidos al río y luego Dios dirá”. No es la más inteligente en términos de economía doméstica, pero hay algo que los economistas suelen olvidar: somos personas, no frías máquinas de gestionar.

Desde el año 2008 vivimos una montaña rusa de emociones desagradables: crisis inmobiliaria, crisis política e institucional, pandemia y guerra a las puertas de Europa. Disfrutar del verano, mientras se ignora el invierno que se nos viene, a mí no me evoca al puñetero cuento de la hormiga y la cigarra sino más bien a Oscar Wilde en su lecho de muerte: “Traedme un poco de champán, quiero morir por encima de mis posibilidades”. En este contexto no es de extrañar el auge de filosofías como el estoicismo, aunque me pregunto cuántos de sus ávidos lectores saben que Séneca fue condenado a muerte por el emperador.

Son la masa silenciosa que mantiene a España, y de quienes se podría decir aquello de “además de cornudos, apaleados”, pues la izquierda no deja de golpearles desde mil frentes

Y en esas estamos, fin de verano hedonista a sabiendas de que nos aguarda un invierno gélido en todos los sentidos del término, literales y figurados. Aguantaremos con estoicismo, incluida la ineludible condena a muerte a la que nos conduce este gobierno. No arderán las calles: los profesionales del tema no pueden azuzar a quienes ellos mismos pusieron en el poder. Y la no-izquierda lo último que desea es más convulsión para sus pequeñas y medianas empresas.

Pensar en este tipo de votante me recuerda a aquel mantra izquierdoso del “¿se puede ser más idiota que un pobre de derechas?” Parecen ignorar el tejido empresarial español, el número de Pymes y de autónomos que sostienen nuestra economía ahogados en impuestos. Son la masa silenciosa que mantiene a España, y de quienes se podría decir aquello de "además de cornudos, apaleados", pues la izquierda no deja de golpearles desde mil frentes. El principal, el fiscal. Pero, de nuevo, no olvidemos que somos personas y no máquinas de gestionar.

Imaginen al señor que regenta la panadería de su barrio, o al taxista que les lleva a la estación de tren. Y ahora piensen en que se planta delante de ellos Yolanda Díaz diciendo que un mileurista que no vota su proyecto lleno de cosas chulísimas es idiota. A continuación, aparece Irene Montero señalando con el dedito al panadero, recordándole que es un violador en potencia hasta que se demuestre lo contrario y que, gracias a la ley del “sólo sí es sí”, puede pasar una noche en calabozo, aunque sea inocente.

Basta una denuncia, así que ojito. A continuación, imaginen que lo tortura con un desglose detallado del monumental presupuesto que maneja su Ministerio, empezando por la cutrez del cartel de las mujeres y el derecho a ir a la playa. Si el taxista o el panadero tienen un dominio extraordinario de su carácter, quizá les nazca responder que ellos también tienen derecho a ir a la playa, pero este año no lo han hecho porque tienen la extraña manía de querer ser capaces de pagar facturas, su comida, su techo y el material escolar de sus hijos en septiembre.

Todo esto es mera elucubración, por supuesto. Tanto Yoli como Irene son demasiado inteligentes como para ponerse delante de un trabajador cualquiera, aquel al que la izquierda defendía tradicionalmente. Seguirán a lo suyo, al “si no tienen pan, que coman pasteles”. Y los españoles a lo nuestro, a sobrevivir como podamos y esperanzados la mitad de nosotros con el cercano cambio de gobierno. Ojalá llegue antes de que se nos acabe por terminar la paciencia a todos.

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