Lo que vimos el fin de semana pasado en el sur de Israel no fue un atentado cualquiera, fue algo perfectamente asimilable a las atrocidades que el Estado islámico cometía en Siria y en Irak hace no tantos años. Nunca Hamás, en sus 36 años de historia, se había atrevido a tanto. Esto no significa que no quisiese hacerlo, simplemente que se les había presentado la oportunidad. La infiltración ha sido ya contenida por parte del ejército israelí, pero aún queda en poder de los terroristas entre 100 y 150 personas. Estos rehenes no sabemos si están vivos o muertos, pero sí que están en manos de Hamás dentro de la franja de Gaza.
Estos rehenes son ahora la prioridad absoluta para el gobierno israelí. El primer ministro, Benjamín Netanyahu, prometió el mismo sábado ir a por todas. Convocó de una tacada a 300.000 reservistas y aludió a una inminente incursión terrestre dentro de la franja. Entretanto, la fuerza aérea y la artillería se han concentrado en ir apuntando y destruyendo los edificios que, según creen, albergan plataformas de lanzamiento de cohetes y cuarteles de la banda terrorista. El ataque está devastando desde el aire la ciudad. Netanyahu advirtió a los residentes de Gaza en áreas de Hamas que salieran, mientras el ejército se afanaba en ganar la frontera y asegurarla. Eso lo consiguieron el lunes y hoy la franja de Gaza se encuentra completamente bloqueada. No se puede ni entrar ni salir. El “checkpoint” de Erez en el norte está cerrado, el de Rafah en el sur también.
Atravesar esos “checkpoints” nunca ha sido tarea fácil. Cierran con frecuencia y tanto las entradas como las salidas están muy vigiladas por Israel y por Egipto. Cualquier gazatí que quiera salir tiene que solicitar un permiso en una oficina habilitada al efecto en la ciudad de Gaza. Esta oficina transfiere las solicitudes al gobierno israelí (o al egipcio) y estos se encargan de hacer un exhaustivo estudio caso por caso de los solicitantes. La respuesta se puede demorar semanas, meses o incluso puede suceder que no llegue nunca. En ese caso cabe la posibilidad de salir y entrar por una serie de túneles que discurren bajo las vallas fronterizas. Israelíes y egipcios vigilan la línea de forma rutinaria, pero tiene más de 60 kilómetros de longitud (11 con Egipto y 51 con Israel), los túneles se cavan rápido y procuran ocultarlos con maleza. Cuando descubren uno lo ciegan, pero no tarda en abrirse otro. Es a través de esos túneles por los que suelen entrar las armas y las municiones de las que se nutre Hamas.
La situación de la franja es anormal la miremos desde donde la miremos. Sus habitantes están recluidos en ella, pero no desde el principio del conflicto como algunos andan diciendo por ahí, sino desde 2007, cuando Hamas se apoderó del Gobierno de la franja tras la guerra civil que sostuvieron con Al Fatah. Ni israelíes ni egipcios querían que se infiltrasen elementos de Hamas en su territorio así que decidieron cerrar otros pasos como el de Karni o el de Sufa y los dejaron sólo en dos, levantaron alambradas y encerraron la población en su interior. En tiempos hubo un aeropuerto junto a Rafah, el Yasir Arafat, inaugurado en 1998 y construido con dinero donado por varios países europeos, pero fue destruido por la aviación israelí durante la segunda intifada. Posteriormente se acordó reparar los desperfectos y ponerlo de nuevo en servicio gracias a una gestión del Cuarteto de Madrid, pero la toma del poder por parte de Hamas hizo que ese acuerdo se olvidase ya que era incompatible con las sanciones que tanto Israel como la propia Autoridad Nacional Palestina impusieron a Hamas.
Hamas tiene más poder que nunca. Nadie osa desafiarles dentro de la franja y controlan todos los resortes políticos y sociales del territorio
La medida de bloquear y aislar a Gaza fue también apoyada por los palestinos de la ANP en sucesivas ocasiones. De hecho, hace unos años, en 2016, se negaron incluso a que se construyese un puerto (uno de aguas profundas), algo con lo que Israel estaba de acuerdo siempre que pudiese controlar todo lo que entrase por ese puerto. La idea era que los gazatíes se rebelasen contra Hamas, es decir, que les culpasen de vivir bloqueados. Pero han pasado 16 años y eso no ha sucedido. Hamas tiene más poder que nunca. Nadie osa desafiarles dentro de la franja y controlan todos los resortes políticos y sociales del territorio.
Que el bloqueo no estaba funcionando era algo que tanto israelíes como egipcios sabían, pero mientras los problemas se circunscribiesen a algunos cohetes lanzados desde Gaza hacia las localidades del sur de Israel y algún brote de violencia aislado podían más o menos convivir con ello, o, mejor dicho, no les quedaba más remedio que convivir con ello porque de lo contrario tendrían que entrar allí y exponerse a una guerra larga, sangrienta y necesariamente impopular, especialmente en el extranjero. Lo fiaron todo a que los gazatíes se rebelarían y eso no ha pasado.
Ahora parece que quieren hacerlo, que están dispuestos a acabar con esa anomalía de tener un santuario terrorista en el suroeste del país. Habría, por lo tanto, que preguntarse si está Israel en condiciones de eliminar a Hamás. Si es capaz porque dispone de los medios, ¿qué habría que hacer?, ¿perseguir uno a uno a sus líderes y eliminarlos?, ¿ir más lejos y acabar también con sus simpatizantes? Ambos objetivos son muy difíciles de lograr, el segundo implica además una operación militar con un gran número de muertos civiles que arruinarían el capital moral que Israel ganó el sábado pasado tras el ataque a traición y el asesinato de mil personas en su territorio.
Si van por la vía de la negociación, Hamas exigirá la liberación de todos los presos palestinos en las cárceles israelíes y seguramente muchas cosas más. Hoy por hoy Netanyahu no se puede permitir algo así
El hecho es que, en lo que se deciden, tienen un problema mucho más perentorio por delante: la liberación de los rehenes. El ejército israelí siempre se ha preciado de no dejar a nadie atrás, de hacer lo imposible para rescatar a un israelí secuestrado por terroristas. Hace ya muchos años, en 2006 Hamas secuestró a un soldado llamado Guilad Shalit. El ejército israelí trató de rescatarle mediante una operación especial en la ciudad de Jan Yunis, pero no lo consiguieron. Años más tarde y tras una larga negociación en la que intervino Egipto, el Gobierno israelí accedió a liberar a mil presos palestinos a cambio de Shalit.
Esta vez no hay un Shalit, hay más de cien. Si van por la vía de la negociación, Hamas exigirá la liberación de todos los presos palestinos en las cárceles israelíes y seguramente muchas cosas más. Hoy por hoy Netanyahu no se puede permitir algo así porque entre estos presos hay muchos militantes de Hamas, gente no muy distinta a la que perpetró las atrocidades del sábado. Tienen que entrar a por ellos, pero penetrar en la franja de Gaza puede provocar que los terroristas ejecuten a los rehenes.
En el caso de que lo lograsen total o parcialmente sería toda una proeza, pero han de contar con la posibilidad de que esos rehenes terminen siendo asesinados por sus captores. En ese caso, las razones para erradicar a Hamas de la franja serían aún más apremiantes. Pero para conseguir algo así no bastará con una campaña relámpago, necesitarán mucho más y un planteamiento estratégico a largo plazo. Eso lo saben los generales israelíes desde hace años, pero no había voluntad política para llevarlo a término. Lo sabían, de hecho, antes de que Hamas llegase al poder, por eso evacuaron la franja en 2005 tras una ocupación de casi cuarenta años.
El abandono de la franja abrió de par en par las puertas al terrorismo. Fue un error estratégico de grandes dimensiones. Israel creía desentenderse de un problema menor creando uno mayor que se ha cronificado. Esa idea de poder convivir con el mal enjaulándolo y apartándolo de la vista es la que murió con el ataque del día 7 de septiembre. Fue algo tan salvaje y de tal escala que hoy prácticamente todos los israelíes, incluso los más amigos de la causa palestina (que también los hay, y muchos), apoyan que se ponga fin de una vez por todas al santuario terrorista de Gaza. Después de lo que ha pasado Israel ya no se lo puede permitir.
Pero cualquier incursión por tierra que busque acabar con Hamás requiere no sólo entrar, sino quedarse y tomar control efectivo de la franja durante todo el tiempo necesario (que será mucho) para normalizar la situación y limpiar aquello de terroristas. Aquí Netanyahu se enfrenta a un dilema. Sin tropas sobre el terreno, no puede detener a Hamás, pero tenerlas dentro significa no sólo gastar cientos de millones de séquels en la operación, sino asumir que van a perder muchos hombres que, a su vez, tendrán que disparar a demasiada gente.
Si quiere realmente que Hamas pase a la historia en Gaza tendrán que entrar, adueñarse de sus calles, registrar casa por casa y perseguir a los terroristas como perros de presa
Puede quedarse como vienen haciendo en los quince últimos años en simples bombardeos con más o menos puntería. Puede acabar con edificios clave y sellar la frontera, pero lo que sucedió el sábado demuestra que eso ha sido insuficiente. Si quiere realmente que Hamas pase a la historia en Gaza tendrán que entrar, adueñarse de sus calles, registrar casa por casa y perseguir a los terroristas como perros de presa. A los cabecillas no podrán atraparlos porque están a resguardo en el Líbano y en Qatar. El coste de hacer eso sería muy alto, pero es el único medio que tienen de conseguir su ansiado sueño de erradicar para siempre a Hamas de la franja de Gaza. Harían bien en tomárselo con calma y planificar bien la operación, mejor aún si es con el apoyo de Estados Unidos. La rabia y la precipitación son malas consejeras y peores compañeras. La misión está sobradamente justificada, ahora sólo tienen que encontrar el modo de hacerla realidad.
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