Soy de los que cree que es el optimismo lo que mueve el mundo: el sentimiento de no resignarse y comprometerse a poder cambiar las cosas que van mal es lo que las hace mejorar, por lo que no me gusta el pesimismo, conduce a la resignación. Sin embargo, sí me gusta el realismo, no dejarme engañar por falsos optimismos y centrarme en los datos objetivos. Y aunque hay mucha subjetividad en la interpretación que se hacen de las cifras que nos suministran, es evidente que son los únicos elementos que tenemos para valorar la situación económica.
En el presente, y el FMI lo ha confirmado esta semana, lo que se aprecia es que la economía del mundo desarrollado está estancada, aunque mejor de lo que se preveía, y con las tasas de paro en niveles históricamente muy bajos, los tipos de interés siguen subiendo, la guerra en Ucrania (y todo lo que eso conlleva) sigue viva y los resultados empresariales, excluyendo los bancos, del último trimestre han sido más bien discretos. En España, los autónomos bajan, los asalariados pierden poder adquisitivo, el aumento de empleados públicos permite un nivel de empleo récord (aunque en número de horas trabajadas no se ha vuelto a niveles prepandemia) pero no consigue borrar a nuestro país del top de países con mayor tasa de paro. La presión fiscal aumenta, la deuda también (aunque el año pasado creciera menos que el PIB gracias a los máximos de recaudación) y el ambiente político está enrarecido por la proximidad de las citas con las urnas.
Según cálculos del Financial Times el estímulo combinado de EEUU, Europa, Japón y Reino Unido fue del 1% del PIB en las recesiones de los 80 y 90, del 12% en la de 2008 y del 35% en la de 2020
La cercanía de las elecciones locales y generales está llevando a que sea cada vez más complicado ver análisis de la situación actual que no estén ideologizados: unos resaltan un dato cierto como es que España es el único país de nuestro entorno cuya economía sigue por debajo de los niveles prepandemia y los otros que es meritorio que nuestro país sea de los que más va a crecer, según todas las previsiones, este año. Y ambos lados achacan al gobierno actual la responsabilidad de esto. Hay algo que está por encima del signo político del gobierno de turno y que traspasa las fronteras españolas, y son los problemas de un mundo que, desde hace décadas, sólo sabe salir de las crisis con más intervencionismo y más deuda: según cálculos del Financial Times el estímulo combinado de EEUU, Europa, Japón y Reino Unido fue del 1% del PIB en las recesiones de los 80 y 90, del 12% en la de 2008 y del 35% en la de 2020. Hay que tener en cuenta circunstancias que no son estrictamente económicas como la geopolítica o el envejecimiento poblacional de Occidente.
No es razonable que cada vez se emita más deuda para poder mantener el PIB, y a pesar de ello la ratio deuda/PIB siga subiendo y que también lo haga la presión fiscal porque los gobiernos no son capaces de cuadrar ingresos y gastos. Y todo esto viene por la necesidad electoralista de nuestros gobernantes de mantener el estado del bienestar a toda costa, aunque los números no cuadren. En España, la mayor prueba de esto es la enorme subida de las pensiones de este año a pesar del enorme déficit de la Seguridad Social. Por suerte o por desgracia, las matemáticas no mienten. Esto no es sólo una opinión mía. En el “Resumen ejecutivo del informe financiero del año fiscal 2021 del gobierno de EE. UU.”, país que este verano llegará de nuevo a su -muy flexible- límite autoimpuesto de techo de deuda, se puede leer varias veces la palabra “unsustainable” (insostenible) y en esta proyección (de una fuente oficial del gobierno estadounidense) podemos verlo gráficamente:
La explosión inflacionaria sólo se puede combatir con subidas de tipos que aún encarecen más el pago de la deuda y aumenta el riesgo de que la falta de ayudas de los bancos centrales perjudique especialmente a las economías (y a los bancos, como acabamos de ver con el SVB estadounidense) más vulnerables, las que tienen peores cuentas públicas. El riesgo de una crisis de deuda soberana que empiece en una economía emergente o en un país de la Eurozona como Italia o España, o incluso en Japón (tercera economía del mundo, y uno de los países con mayores desequilibrios financieros), se dispara. Sólo un aumento espectacular de la productividad podría, a escala global, conseguir evitar el descabellado rumbo que está tomando el endeudamiento de los estados. Sin embargo, la tendencia es precisamente la contraria: la evolución de la productividad es mediocre.
Un país con un porcentaje cada vez menor de población en edad de trabajar, puede reducir su tasa de paro y, sin embargo, ampliar los problemas de sus cuentas públicas
Otros temas como la geopolítica no ayudan, ni a corto plazo (la guerra de Ucrania no tiene visos de acabarse pronto) ni a medio, ya que más bien parece que estamos ante una nueva Guerra Fría global con más de dos frentes. Sin embargo, a mí el problema que más me preocupa es el envejecimiento poblacional. Es un proceso que está reduciendo enormemente la población activa y que, de hecho, relativiza el optimismo que se aprecia con las tasas de paro en mínimos de algunos países. Un país con un porcentaje cada vez menor de población en edad de trabajar, puede reducir su tasa de paro y, sin embargo, ampliar los problemas de sus cuentas públicas. El aumento de la población pasiva y el coste sanitario (no son sólo las pensiones) que supone una sociedad más envejecida, presionan enormemente la capacidad financiera de los países con un estado del bienestar como el nuestro. Más pronto que tarde habrá que tomar decisiones impopulares para beneficio de todos, y no puede ser que éstas sólo sean aumentar la presión fiscal sobre los que crean riqueza. Hay que ser realistas.
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