Hay cosas que se ven venir. Cualquiera que siga las comparecencias en la asamblea de Madrid de la presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso, con esa forma personal e intransferible de poner en su sitio una y otra vez a la presunta líder de su maltrecha oposición, Mónica García, sabía que no podía ser de otra forma. En el último sondeo de ayer, el Partido Popular alcanza en la autonomía de Madrid la mayoría absoluta de 69 escaños, cinco más de los que cuenta en la actualidad, destruyendo de paso a Podemos, que ni siquiera entra en la Asamblea, y dejando a Vox con la misma representación que ya tenía, 13 escaños, cifra que se consagra como el suelo del partido de Santiago Abascal, lo que no deja de ser meritorio teniendo en cuenta el calibre del animal político al que se enfrenta en muchos casos por el mismo electorado.
Votar a Ayuso es votar al PP ideal, una suerte de PP perfecto que no buscara a cada momento la aceptación y la aprobación de la izquierda
Con esta mujer tocada por la luz del liderazgo, esa que ni se compra no se vende, se rompe el principio de que la división de la derecha imposibilita los gobiernos fuertes del PP. El problema, está a la vista, no es tanto de opciones cuanto de personas. Ayuso ha conseguido con su discurso claro y ese desparpajo a la hora de defender sus principios y sus políticas frente a la izquierda que todo votante de centro-derecha agradece desde el fondo de su corazón, que la manta de los populares vuelva a estirarse y abarque prácticamente a todo su electorado posible. El votante más conservador le permite a Ayuso planteamientos sociológicos de un progresismo que no aceptaría de ningún otro porque sabe que la líder del PP de Madrid es rocosa y no se arruga ante nadie y porque tiene la seguridad de que va a defender los intereses que considera innegociables -la rebaja de la fiscalidad, la reducción de la burocracia, la ayuda al emprendedor, la batalla cultural o la memoria histórica- con el desparpajo y la falta de complejos que estaba necesitando desde hace décadas. El votante más liberal del centro-derecha ve en ella a una mujer de la que no importa quién sea su pareja porque ha llegado dónde está por sus propios méritos y que responde a su necesidad de libertad.
A Madrid se viene a que te dejen en paz, y cuando te lo dice Ayuso, con su belleza de estrella del cine mudo y su valentía de muchos kilómetros caminados por la calle, usted se lo cree y yo también. Esa condición de pie en pared de la presidenta es lo esencial, sobre todo cuando se piensa en la condición arenosa del partido al que pertenece. Votar a Ayuso es votar al PP ideal, una suerte de PP perfecto que no buscara a cada momento la aceptación y la aprobación de la izquierda. Un PP al que le gustaran sus votantes, en vez de simplemente considerarlos suyos. Un PP que defiende siempre y en cada lugar lo mismo y con la misma fuerza.
Desde Barcelona, donde se presentan cuatro opciones de centro derecha constitucionalista en las próximas municipales, debido a la necesidad de buscar alternativas a la eterna blandenguería del PP -puede pasar que al final no entre ninguna en el Ayuntamiento- miramos a Ayuso con fascinación, asombro y por qué no decirlo, mucha nostalgia de lo que no se ha tenido. En la tragedia catalana, el voto útil del elector que en Madrid respaldaría a Ayuso, en Barcelona posiblemente se concentrará en el PSC o incluso en el Junts de Trías, porque nadie se atreve a soñar más allá del mal menor, es decir, intentar, si Dios nos lo permite, esquivar una nueva legislatura de Colau y detener con ello, aunque sea transitoriamente, el suicidio de la ciudad.
Qué no daríamos en Cataluña por tener aquí a Ayuso defendiendo el 25 por ciento de español en las escuelas, o pateando la calle en defensa de los pequeños comerciantes ahogados por las dos burocracias, la de la republiqueta y la del ayuntamiento comunista. Alguien que no se arrugue ante la superioridad moral de los independentistas y les diga en su cara cosas que les hagan marearse sin que se le mueva una pestaña y sobre todo, sin pedirles perdón por existir. Hasta los hosteleros de Gracia, uno de los barrios más alternativos y de izquierdas de la ciudad, gritaban, “Ayuso ven aquí” dejando a un lado “el debate de país” y reconociendo así la superioridad de las políticas que han hecho que Madrid se dispare y haya dejado a Barcelona muy por detrás, resoplando entre Aragonés y Colau vacíos de liderazgo, de convicción y de ideas.
Hay que reconocerle a Pablo Casado, ese líder que vino a Barcelona a caerle bien al presentador del programa de las mañanas de Rac 1 Jordi Basté, y de paso a cargarse en una sola entrevista las expectativas electorales de por lo menos cinco de sus posibles diputados que tenían el escaño asegurado antes de empezar a hablar y lo habían perdido cuando terminó, que al menos acertó en una cosa. Apostó por Ayuso y no se equivocó. Una entre un millón. Así lo anuncian los sondeos y así va Madrid, progresando de una forma tan acelerada que los madrileños no llegan ni a darse cuenta. Hay que venir de fuera, llegar a Atocha o bajarse del avión, para percibirlo en toda su magnitud. Un Madrid que no se pone límites y que no te pregunta de dónde son tus padres. Hasta Rufián es ya madrileño y se resiste como puede a la vuelta a su pueblo. Ayuso ganará otra vez y aunque me alegro mucho, tendré que reconocerles a ustedes que, como a tantos catalanes, me da mucha envidia.
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