Como algunos de los personajes más célebres de las tragedias griegas, en las que el destino implacable o el capricho de los dioses inmortales juegan inmisericordes con los seres humanos, o de los atormentados protagonistas de borrascosas novelas decimonónicas que intentan en vano en largos viajes a latitudes exóticas huir de un pasado que les tortura, así Pablo Casado, sin consultar con nadie salvo con su círculo intimísimo, tal como es costumbre inveterada de la casa -y del resto de partidos, todo hay que decirlo- ha tomado por sorpresa una decisión da gran calado, abandonar la legendaria sede de Génova 13, lugar de tantas alegrías tan efímeras como inútiles y de tantos errores garrafales, ellos sí, de largo alcance. La noticia ha causado sensación y a pocos ha dejado indiferente.
Por supuesto, se han barajado motivos de índole financiera atribuyendo el rotundo gesto a la búsqueda de una solución a las menguadas arcas de la que fuera la amplia casa común del liberal-conservadurismo español durante treinta años hasta que su penúltimo líder, acreditando su genialidad estratégica y la asombrosa profundidad de visión de su privilegiado cerebro, invitó a liberales y conservadores, es decir, a los que sustentaban su acción política en conceptos, convicciones, argumentos racionales y principios morales, a abandonar la formación porque la batalla cultural contra la izquierda y el separatismo golpista es muy fatigosa y todo el mundo sabe que lo que da la victoria en las urnas no es activar las pasiones, las emociones, las esperanzas, los registros mágicos de la identidad heredera del clan colector-recolector que abrigan los votantes en sus corazones, sino la fría, eficaz -no necesariamente eficiente- tecnocracia ideológicamente deshuesada y concentrada en los afanes de la pura gestión.
Una vez instalados en los predios monclovitas, se movieron papeles, se urdieron trucos electorales, se repartió la tarta de cargos y prebendas entre afines, pero sobre todo, sin ánimo de molestar al adversario
Yo prefiero no entrar en tan prosaicas y vulgares consideraciones contables a la hora de explicar la mudanza, pero sí quiero dejar constancia de un hecho tan incontestable como terrible. Equipado con tan poderoso armazón teórico, el Partido Popular cometió a partir de 2011 no un error, ni un descuido, ni un desenfoque, ni un mal cálculo, sino un crimen político de inconmensurable magnitud cuyos responsables, cuando sean juzgados por la historia, ocuparán las húmedas y oscuras hornacinas de nuestros peores gobernantes, que unos cuantos hemos tenido para sentir vergüenza ajena desde la llegada de los visigodos a la península. Con una mayoría absoluta en el Congreso, otra igualmente abrumadora en el Senado, el gobierno de trece comunidades autónomas y la alcaldía de cuarenta capitales de provincia, en lugar de tener ya preparado un ambicioso programa de reformas estructurales e institucionales en los ámbitos económico, social, educativo, cultural, lingüístico, industrial, energético, turístico, jurídico, moral, científico, para poner en pie con celeridad una agenda de cambios y medidas de considerable alcance, unas de carácter más esencial, otras más de orden práctico, que hubieran puesto en su sitio al separatismo golpista y a la extrema izquierda colectivista, neutralizando sus planes destructivos con toda la fuerza del Estado, de la Ley y del Presupuesto, nada de esto sucedió. Una vez instalados en los predios monclovitas, se movieron papeles, se urdieron trucos electorales, se repartió la tarta de cargos y prebendas entre afines, pero sobre todo, sin ánimo de molestar al adversario con ninguna acción legislativa de sustancia ya que, como es notorio, tiene muy mal perder Ahora bien, habida cuenta de que los avisados pensadores marianistas habían procedido a la rara astucia de crear previamente un enemigo interno de la Nación tan o más mortal que el secesionismo, importándolo de los narcototalitarismos caribeños, con el fin de dividir el voto socialista, esa hábil maniobra combinada con la fragmentación del espacio antes unido en torno al PP en tres distintas organizaciones dedicadas a aniquilarse entre sí en el fragor de vetos mutuos, nos proporciona la génesis del desastre que estamos padeciendo desde 2018.
La desorientación y la inercia
Pablo Casado no desaloja Génova 13 en pos de una nueva era de limpieza, firmeza y voluntad de auténtica reforma. Ya es tarde para tal empresa porque el deterioro de las siglas no la sostiene. Además, y dicho sea con ánimo simplemente descriptivo y sin intención peyorativa, un alférez de navío, por elocuente y dinámico que luzca, no puede ocupar el puente de mando de un superportaviones de propulsión nuclear. El PP ha anunciado una convención en la que los ya instalados y alguna vieja gloria repetirán cansinamente los lugares comunes de siempre, sin entrar ni siquiera al sesgo en el único problema del que merece la pena hablar hoy en España, el de su supervivencia como Nación y como sociedad libre. Ciudadanos agoniza entre la desorientación y la inercia y comienza a abrigar la posibilidad de una fusión con el PP para guardar los escasos muebles que se han salvado del incendio en un intento melancólico de reemplazar los sueños del sorpasso por las limosnas de la beneficencia.
Vox podría tener un papel relevante si cambiase, sin renunciar a ninguno de sus principios, sus valores, sus convicciones y sus políticas, de sastre, de escenografía y de redactores de los discursos clave
Tras el resultado de las elecciones en Cataluña, esta legislatura nacional está resuelta y las tres amenazas que gravitan sobre el Luis Candelas de La Moncloa no provienen de la oposición, tan tullida la pobre, sino de un posible descontrol del golpismo separatista, envalentonado por su hegemonía en el Parlamento de Cataluña; de una posible ruptura de la coalición con Podemos por su afición a tensar la cuerda dentro del Gobierno hasta hacerlo inmanejable y de una recesión galopante que saque a la calle a millones de españoles hambrientos y desesperados. Si ninguno de estos factores desestabilizadores se sale de madre, Pedro Sánchez se preparará para una nueva mayoría con lo peor de cada casa debidamente engrasada por el maná europeo.
El espacio liberal-conservador, por su parte, deberá afrontar mucho más que una nueva dirección postal de su principal partido. Está obligado a una completa reestructuración de la que surjan liderazgos inéditos del fondo de reserva de energía saludable de la sociedad civil y un plan completo de mejora del sistema del 78 para que España vuelva al rumbo perdido. En este hipotético escenario, Vox podría tener un papel relevante si cambiase, sin renunciar a ninguno de sus principios, sus valores, sus convicciones y sus políticas, de sastre, de escenografía y de redactores de los discursos clave. Además, asombraría a la sociedad española haciendo algo que ninguna de las cúpulas de los partidos desde la Transición se ha dignado considerar: escuchar a los que de buena fe les quieren ayudar.
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