El pasado domingo buques de guerra rusos atacaron y capturaron tres barcos de la Armada ucraniana cuando se disponían a atravesar el estrecho de Kerch, una angosta lengua de agua que separa la península de Crimea del krai ruso de Krasnodar. El estrecho de Kerch da acceso al pequeño mar de Azov y este a la cuenca del río Don, que se interna en la Rusia interior y posibilita navegar hasta el mar Caspio mediante un canal construido en tiempos de Stalin, que permite a las flotas mercantes de países como Kazajstán, Azerbaiyán o Turkmenistán llegar hasta el océano.
Hasta la anexión de Crimea por parte de Rusia en 2014, el de Azov era un mar binacional, hoy es un pequeño lago ruso a pesar de que Ucrania sigue contando con una gran franja costera en el mismo. Este episodio reabre un conflicto que parecía dormido pero que está más vivo que nunca. Lo que nos viene a demostrar que la mejor manera de perpetuar una crisis es cerrarla en falso.
Eso es más o menos lo que ha sucedido en Ucrania, un tema que ocupó las primeras planas de la prensa internacional entre 2013 y 2014 pero que luego fue olvidado. Y no será porque no lo tenemos cerca de la Unión Europea. La península de Crimea esta a tan sólo tres horas de vuelo desde Paris, dos y media desde Berlín y a una hora escasa desde Bucarest. El de Crimea es como un muerto encerrado en un armario. Se puede fingir que nada sucede, pero el muerto sigue ahí y con el tiempo empieza a apestar.
Una guerra abierta entre Ucrania y Rusia es hoy por hoy poco probable, pero el peligro es real. En ese supuesto, la Casa Blanca miraría para otro lado
Eso es exactamente lo que ha pasado este fin de semana en el estrecho de Kerch. El Gobierno ucraniano podría haberse callado tratando de rebajar la tensión como en otras ocasiones. Pero no lo ha hecho. El presidente Petro Poroshenko, que hace cuatro años se tragó el sapo del referéndum y la anexión de Crimea, esta vez ha reaccionado enérgicamente. Tan pronto como se supo que los tres navíos ucranianos habían sido capturados, declaró la ley marcial e instó al Parlamento a sancionar el decreto.
No es para menos. El estrecho de Kerch tiene una importancia estratégica capital para Ucrania. Da acceso al mar de Azov, donde se encuentra el puerto ucraniano de Mariupol, que los insurrectos prorrusos llevan años tratando de conquistar desde los focos rebeldes del Donbass. Tras la ruptura de la Unión Soviética el estrechó pasó a ser internacional y empezaron las disputas. Rusia primero construyó un dique desde el continente hasta la isla de Tuzla, localizada en mitad del estrecho. Ahí quedó la cosa, poco más podían hacer mientras Crimea estuviese en manos ucranianas.
Pero eso cambió en 2014 con la anexión. Vladimir Putin ordenó la construcción de un puente de 18 kilómetros de largo que se inauguró en mayo de este año con gran fanfarria patriótica. Moscú no escatimó recursos. A pesar de la crisis económica que padece Rusia desde que empezó a descender el precio del crudo, el gobierno ha destinado 4.500 millones de euros para levantar lo antes posible el puente. A modo de comparación, el de la bahía de Cádiz abierto hace tres años y que es el mayor puente de España costó nueve veces menos, algo más de 500 millones de euros. Bueno es recordar, para que la comparación sea completa, que el PIB de España y el de Rusia son similares.
Escalada de tensión
El puente era una pieza fundamental en la estrategia rusa. Necesitaba conectar cuanto antes la península con el continente a través del estrecho. La otra era tomar la costa ucraniana, apoderarse de Mariupol e impedir el acceso de Ucrania al mar de Azov. Esto último no lo ha conseguido. La resistencia en tierra ha sido encarnizada. Pero también en el mar. La presencia de la marina de guerra ucraniana es constante, o al menos lo era hasta este fin de semana.
En esa clave hay que entender el último enfrentamiento. Esto, evidentemente, puede dar pie a una escalada imprevisible de tensión en la zona. Una tensión que se había aflojado en los dos últimos años porque Moscú sólo tenía ojos -y recursos- para Siria. Por más que se trate de magnificar con desfiles y propaganda, el presupuesto militar ruso da para lo que da. Con la guerra civil siria en un exasperante tiempo muerto, Putin ya puede recuperar la iniciativa en Crimea. Eso es exactamente lo que está haciendo.
De las elecciones del pasado mes de marzo, que ganó cómodamente con un 76,6% de los votos, extrajo una valiosa enseñanza. Los rusos valoran más que su país ejerza de gran potencia en el plano internacional que el bienestar económico individual. La anexión de Crimea y la intervención en Siria propulsaron la popularidad del amo del Kremlin, por lo que es poco probable que Moscú retroceda un solo metro en este frente.
Con la guerra civil siria en un exasperante tiempo muerto, Putin ya puede recuperar la iniciativa en Crimea, y eso es exactamente lo que está haciendo
Los ucranianos se saben solos. La Unión Europea se quejará, sus líderes parlotearán durante semanas condenando la actitud rusa, pero no pasará de mera retórica para consumo de agencias de noticias. Bruselas carece de las herramientas de presión adecuadas para influir decisivamente sobre Rusia. Sucede más bien al contrario. Toda Centroeuropa es dependiente del gas ruso por lo que no quieren líos, menos aún en pleno invierno cuando las temperaturas en Alemania se desploman por debajo de los cero grados, y es ese gas, que les llega directo desde Rusia a través de cinco gasoductos, con el que se calientan.
Por esta razón Kiev ha mejorado sus fuerzas armadas. Tanto desde el punto de vista material con nuevo armamento importado desde EEUU, como del organizativo. De responder, no lo harían de un modo tan desorganizado como en 2013. Se da, además, una circunstancia que agrava el problema: las elecciones presidenciales están muy cercanas, se celebrarán en marzo de 2019.
Poroshenko se presenta a la reelección, pero la opositora Yulia Timoshenko le pisa los talones en las encuestas. Timoshenko es abiertamente anti rusa y esa misma baza es la que está jugando. Tal vez ahí radique la rapidez con la que el presidente decretó la ley marcial el pasado domingo. Fue algo en clave interna que desde fuera costaba descifrar. Una guerra abierta entre Ucrania y Rusia es hoy por hoy poco probable, pero el peligro es real. La Casa Blanca mirará hacia otro lado. Trump asume que Ucrania pertenece a la esfera rusa y lo respeta. La Unión Europea, por su parte, se encontrará una vez más, frente a su propia impotencia.
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